@Soldat/ Se trataba de una jornada festiva y con unos ingredientes insuperables: el local más auténtico en uno de los pueblos más guapos y tranquilos de la isla –Can Berri, en Sant Agustí–, una torrada a precios populares con música en directo del grupo más cachondo –los Pota Lait–, todo ello acompañado de un vegetal cada vez con más adeptos por estos lares, los calçots.
Pero siempre alguien tiene que dar la nota: «Están muy buenos, son lo único que saben hacer bien los catalanes». Lo dice un madrileño tras rebañar una cebolleta en salsa romescu. Sin maldad, pero a un volumen tan elevado que llega a Àlex, uno de los seis participantes que espera para el concurso de calçots. Se lo toma a coña. «Por supuesto que voy a ganar yo, soy catalán y tengo que dejar el pabellón bien alto, que nosotros creamos los calçots«. «Ya veremos», dice a su lado Kiko Botella, junto a muchas cervezas y una de las barras instaladas para la ocasión en la terraza, colindante a la iglesia. Kiko es el único ibicenco que se presenta al concurso y cuenta con el apoyo de buena parte de las más de doscientas personas que despiden la temporada de calçots en Can Berri. Bueno, quizá no tanto, pero es por el que apuesta buena parte de los presentes.
Café Caleta
Mientras, Toni de sa Plana, el dueño del negocio, pela limones y prepara el café caleta en una olla gigante, junto a la canela y el brandy. «Es el segundo año que hacemos estas calçotades musicales, el año pasado hicimos dos y, como tuvieron tanto éxito, ahora lo hemos ampliado a cinco domingos». Por Can Berri han pasado los grupos Ho Femme Fatale, Miquel Botja y Saligardos o Melié, animando la velada mientras el público se pone hasta las botas. Por solo 15 euros, toda la carne y cebolletas que uno se pueda comer.
Hoy han sido 3.000 los calçots que ha ido asando Toni Vedrané, un agricultor de Sant Antoni que hace dos años recibió unos planteles de Lleida y empezó a cultivarlos en su finca. Ahora los vende en el mercado payés de Sant Antoni y le quedan para dos semanas «abans de que comencin a grillar«, por si alguien está interesado.
Total, que todas las mesas de la terraza de Can Berri se llenan de comensales engullendo carne y calçots, buena parte de ellos para superar la resaca del Flower Power de la noche anterior en Sant Josep.
Seis héroes
Pero solo seis valientes se acercan a la mesa dispuesta en un lateral de la iglesia para competir. En principio eran ocho, pero dos se amilanan al final. La competición no tiene reglas estrictas, no hay límite de tiempo, solo tragar y tragar calçots hasta que nadie aguante más. Àlex, el catalán, y su amigo ibicenco Kiko parten como favoritos, más que nada por la impresión que da su corpulencia tatuada y sus sombreros frente al perfil más ligero de Manel y Vicent, dos profes valencianos devenidos ibicencos, y el de Román y Tobías, un sevillano y un alemán también adoptados.
De doce en doce
Empieza la competición. Cada concursante va recibiendo un paquete con una docena de calçots. La cosa tiene su estrategia. Àlex y Kiko empiezan con un ritmo frenético y en seguida van a por la cuarta docena cuando el resto solo va por la segunda. Su bulímia imparable acongoja al resto. El público los rodea y anima. Cada uno de ellos tiene jarras de medio litro de cerveza. Román para la competición dos veces para brindar: «Esta ronda la pago yo», proclama, pero abandona a la quinta docena de calçots porque ve que no tiene nada que hacer frente a esas bestias de la gula.
Los dos valencianos y el alemán van a por la sexta docena de cebolletas, Kiko y Álex por la novena. Kiko ya cumple como liebre y se retira, los dos profes valencianos caen poco después, al octavo paquete. Sólo queda Álex, que ya ha tragado once rondas de calçots, y Tobías que, poco a poco, acaba la novena.
Por un momento, y dado que Tobías saca dos palmos y veinte kilos al resto, el público empieza a augurar que será el ganador final. Pero Àlex hace una jugada maestra: pide un gintónic y un cigarro mientras observa a su competidor reduciendo la diferencia a 24 calçots. Entonces, cuando a su rival alemán le queda solo uno de su último paquete, el catalán va y pide la decimosegunda docena. Tobías se lo mira y se rinde. Quizá hubiera podido con dos docenas más, pero una tercera en ese momento le echa para atrás. Àlex ríe como campeón y agarra el paquete de calçots que jamás hubiera comido. 132 cebolletas, con el mérito añadido de que el día anterior estuvo hasta las tantas en el Flower Power.
Además del orgullo triunfal, se ha ganado una camiseta de homenaje, para la cual le toman las medidas a pulso (literalmente). Ya avisó que, como catalán, le tocaba triunfar a la hora de acabar con estas hortalizas que, para el de los tópicos del principio, era lo único bueno que ellos hacían por esos lares.
La jugada maestra lo mejor!!!!! Ese sí que sabe manejar los tiempos!!
Gran crònica esportiva!!!