Viajes a ninguna parte: Alhama de Murcia, las rotondas más surrealistas del mundo

@David Ventura/ Debo admitir que me fascinan las esculturas situadas en rotondas. Recuerdo perfectamente la primera vez que una escultura de rotonda me dejó sin palabras. Fue en Torremolinos, cuando me vi enfrentado a una enorme columna que imitaba el estilo de los templos romanos, con capitel corintio, encima del cual se ubicaba una feísima escultura de una chica en biquini con una toalla al hombro. Así, en un mismo pack, se confraternizaba la serenidad del arte clásico con la iconografía de películas como ‘El turismo es un gran invento’ o ‘Operación bikini’. Esta afortunada monstruosidad se llama “Monumento al turista” y sirvió para que abriera los ojos ante toda esa belleza esquinada ante la que nadie repara. Al encontrarse en la vía pública, al estar a la vista de todo el mundo todos los días, las esculturas de las rotondas pasan desapercibidas. Sin embargo, vale la pena mirar el paisaje urbano con ojos vírgenes y predispuestos a la sorpresa continua. Aprender a mirar las rotondas me ha proporcionado enormes momentos de placer, me ha permitido degustar unas exhaltaciones a la fealdad de una crudeza que remitían, sin saberlo, al afán provocador de las más genuina de las primeras vanguardias. El arte, dicen, no debe dejar indiferente.

Algunos amigos, conocedores de mis particularísimos intereses, me comentaron que la Región de Murcia acoge un importantísimo número de esculturas urbanas de una fealdad extrema. Un conocido me insistió en que debía visitar la localidad de Alhama de Murcia porque ese pueblo concentraba, en un espacio de poco más de cien metros, dos de las rotondas más absurdas y abracadabrantes de España: “¡No te arrepentirás! ¡Vas a flipar!”. Soy muy sensible al entusiasmo ajeno y me encanta embarcarme en proyectos inútiles y sinsentido, así que me apunté la sugerencia, sus indicaciones -“justo detrás de la fábrica de embutidos El Pozo. Si vienes desde Murcia ciudad por la autovia la verás sin problemas, está a la entrada del pueblo y luego giras a la derecha”- y me lanzé a la carretera.

Me encanta conducir por autovía durante los días laborables. La carretera está casi desierta y puedo devorar kilómetros a mi ritmo, atravesar llanuras, sortear cordilleras, rodear ciudades y asaltar altiplanos mientras escucho la radio o mi música favorita y se suceden los carteles azules con los nombres de los pueblos que no visitaré. Cruzo el campo valenciano con las ventanillas del coche cerradas porque el húmedo, dulzón y recargado perfume de los naranjos invita al crimen. Sorteo el área urbana de Alicante y Elche, siempre sumergida en una capa brumos, y me adentro en los dominios desérticos de la Región. Tras rodear Murcia capital, que exhibe una espectacular corona de polígonos industriales y centros comerciales que tienen como ejemplo máximo el complejo de la Nueva Condomina, me encamino hacia Alhama de Murcia, que aparece al final de una suave y descendente curva que gira a la izquierda. El pueblo no se ve porque queda tapado tras la imponente fábrica de Cárnicas El Pozo, que monopoliza toda la perspectiva.

Tomo el primer desvío a mano derecha, entro en la calle Antonio Fuertes y, sin previo aviso, me lo encuentro. Al instante descubro que el viaje ha valido la pena y me quedo mudo, absorto y de rodillas. Brutal. ¿Qué es esto? ¿Una antena? ¿Una jeringilla gigante? ¿Un ensamblaje de material reciclado? Sigo en estado de shock. No, debo mantenerme frío, desapasionado. Debo conservar mi espíritu dieciochesco e ilustrado y tirar de sangre fría para realizar una definición fría, aséptica y periodística de la pieza en cuestión. Respiro hondo. Allá va.

La escultura es de catorce metros de altura y ocho toneladas de peso. Consta de un tronco de acero corten oxidado sobre el que se ha clavado una luna de acero plateado en cuarto menguante. Junto al pico inferior de la luna, encontramos una esfera roja. De la figura que simula ser la luna, surgen tres largos filamentos metálicos como si fueran viejas antenas de transistor. En esta figura lunar también se encajan de manera caótica una nube barroca de piezas, hierros, punzones, algo parecido a filtros de ventilación y demás piezas variopintas, algo así como si hubiéramos acercado un gigantesco electro-imán a un chatarrería y hubiéramos arrastrado una acumulación anárquica de quincalla metálica. La impresión final es inquietante. Sin embargo, lo más extraño del conjunto es el perfil pseudohumano que aparece encajado en el tronco de acero oxidado. Puede pasar desapercibido, por lo que es preciso fijarse: se trata de algo parecido a un rostro visto de lado, con un aire al que parecía al inicio de los capítulos de la serie “Alfred Hitchcock presenta” y que de manera algo tosca parece querer representar las facciones un anciano. En su conjunto, y esto es una valoración estrictamente personal, la obra es de una fealdad acongojante y aterradora. Devorado por la curiosidad, leo un pequeño cartel informativo que me saca de dudas:

“VIENTO Y LUNA. (Homenaje a Antonio Fuertes). Escultura original de JOSÉ LUCAS realizada bajo dirección de el taller de aceros de José Monserrate en la Senda de los Garres de MURCIA durante los meses de verano de 2006”. Información que se complementa con este otro texto: “El Excelentísimo Ayuntamiento de Alhama de Murcia en recuerdo de Antonio Fuertes, fundador de El Pozo Alimentación, S.A.”.

Es un clásico. Se trata del homenaje a una personalidad destacada, al Hijo Predilecto de la localidad, al prócer que fundó la gran empresa que es la principal fuente de riqueza del pueblo. El Prohombre benefactor deja en herencia una empresa pujante y la ciudad, agradecida, levanta un monumento laudatorio para que las futuras generaciones no olviden al patricio local.  Sin embargo, lo que convierte esta obra en algo realmente fascinante es que el homenaje al señor Antonio Fuertes se traduzca en un violento estallido de afilados y amenazadores hierrajos. Si se tratara de un homenaje a los OVNIS, a la indústria siderúrgica, si fuera el símbolo del gremio de cuchilleros, si fuera una muestra de arte brutalista, entonces encajaría como un guante. Pero este monstruo con antenas es la absoluta antítesis de lo que debería ser un homenaje a una gloria local. Es una auténtica provocación. Intento imaginarme la cara que pusieron los señores de El Pozo cuando vieron esta cosa instalada en la puerta de su casa y me descuajaringo de la risa. ¿Montaron en cólera? ¿Amenazaron a su autor? Pero lo mejor de todo es el escultor, José Lucas, ¿cómo les pudo vender semejante burra?

Por suerte para la Humanidad, el artista ciezano José Lucas cuenta con una página web (joselucaspintor.wordpress.com) donde realiza comentarios sobre su propia obra, ¡y qué comentarios! ¡auténtica agua de mayo, oro en barras, bocatto di cardinale! Así, el artículo ‘Un sueño vertical.(Apuntes y emociones sobre la escultura “Viento y luna”)’ se abre con el siguiente párrafo:

“Si la ciencia nos ha enseñado que la forma de la Naturaleza es el caos, quizá el espacio del arte no sea otro que el de la protesta enérgica frente a ese desorden de asombroso estímulo. El arte podría ser un afán porque ya existe a partir de lo aún no inventado. (…) Gracias a esta ‘falta de plan’, el arte no desfallece en la decadencia de la imitación, en la rasante práctica del espejo. No. Va más allá, advirtiendo de un infinito argumento resuelto en un viaje sin distancias, perpetuo, contradictorio, a solas, en combustión. En las coordenadas de esa misma aventura, bajo el gozo de lo extremo, se levanta ‘Viento y luna’, la última escultura pública de José Lucas”.

¿Han entendido algo? No se preocupen, yo tampoco. Sin embargo, no crean que el torrente de palabras se detiene aquí, sino que prosigue sin descanso. No les voy a torturar con el texto íntegro, pero no me resisto a entresacar un párrafo donde, en mi opinión, la prosa barroca, el sinsentido y la autocomplacencia alcanzan cotas excelsas. Se trata de un texto que se sitúa más allá de la hagiografia y del ditirambo. No tengo palabras. Juzguen ustedes:

“Cuando uno se detiene ante esa arquitectura sideral en la que se resuelve “Viento y luna”, aprecia la salvaje obstinación del artista por transformar aquello que está en perpetuo movimiento (el tiempo, el espacio) y ponerse en paralelo a la luz rompiendo, con temperamento barroco, toda frontera, estado y condición. José Lucas se sumerge una vez más en la gruta de las revelaciones, desde el origen de la voluntad transformadora que hay en su trabajo visceral y muscular, con la sospecha de que en arte hay que poner en danza todas las zonas de la conciencia, hasta llegar al esguince del alma. El suyo es un mundo en el que la filosofía, la curiosidad científica y la poesía cohabitan y se alumbran dando paso a una dramaturgia, a una dimensión de la vida que se encuentra siempre en el lugar presente el hecho de su modernidad, pero también de su estoicismo, de su desencanto, de los principios de su libertad. Esta escultura de ahora lo confirma: es una obra enérgica y caliente nacida de lo más hondo del invierno”.

Tras descubrir este texto me sentí alborozado y, a la vez, triste. Feliz porque había descubierto a un artista salvajemente obstinado, un filósofo, un científico poseído que rompe con toda frontera, estado y condición. No es fácil encontrar a artistas descomunales como José Lucas. Quizás desde Picasso o desde Miguel Angel, la Humanidad no se ha enfrentado a un artista de estas dimensiones, que le ha retado, que ha mirado a los ojos a la Eternidad, al Mundo, que ha robado a los Dioses la llama del Genio y que luego, hastiado de la Gloria, se ha refugiado en el Trabajo visceral y muscular para lograr la tan ansiada paz interior. Y siento pesadumbre también, ante la conciencia del sinsentido de mi vida durante los años en los que he vivido de espaldas al genio ciezano. ¿Cómo España puede vivir de espaldas a este genio proteico que es José Lucas, cuyo arte -por desgracia- apenas ha rebasado los límites de la Región?

‘Viento y Luna’ depara una gratísima impresión a todo amante de las excentricidades pero aquí no acaba el festín porque lo mejor está por llegar. El segundo plato se encuentra a menos de cien metros, en la siguiente rotonda de esa misma calle. Si no está advertido, el turista se sentirá un poco confundido. De lejos parece una esfera enorme. Más cerca, podemos aventurar que quizás se trate de un

globo terráqueo oxidado. Pero a medida que nos aproximamos, los sentimientos que prevalecen son los de pasmo y, posteriormente, incredulidad y estupefacción, hasta finalizar en una enorme carcajada. Cuando lo vi, sencillamente, no daba crédito. Porque, señores míos, la siguiente escultura no es más que… ¡¡¡un enorme globo terráqueo construido con jamones!!! Increíble pero cierto: una esfera de ocho metros de diámetro recubierto por un piel conformada por quinientos jamones de acero córtex encajados. Un Planeta de Jamones, en definitiva. El cartel que acompaña a la escultura nos informa de lo siguiente:

“CORTEZA. Autor: Muher. Obra escultórica donada por El Pozo Alimentación al pueblo de Alhama de Murcia. Octubre 2007”.

Si tuviéramos que realizar una clasificación de las estatuas más ridículas jamas vistas en todo el planeta, ‘Corteza’ ocuparía, sin duda, un puesto de honor. Ante semejante salvajada, el visitante se queda sin palabras. Es ridículo, es una broma pero es, a la vez, una bandera, una promesa, un ideal empresarial: el planeta Tierra, la Humanidad, Gaia es, en esencia, un conglomerado de jamones. Al igual que Jesulín de Ubrique lo comparaba todo con un toro, para El Pozo el Jamón es la unidad de medida universal. A partir de un jamón se puede construir un Mundo. Además, ‘Corteza’ es una obra de arte extrema, una apuesta vanguardista radical que nos abre los ojos definitivamente y nos ayuda a entrar en razón: todo cabe en una rotonda, todo está

permitido, no más fronteras ni más límites. Es difícil sobreponerse a la impresión que produce ‘Corteza’. Tras el impacto inicial que inevitablemente es negativo -por ser tan ridículo, por sus dimensiones colosales, por su fealdad descarnada-, una vez consigue superar la vergüenza ajena, otros sentimientos afloran en el espectador, que se siente un auténtico privilegiado, el invitado especial que contempla una obra única, una pieza que tiene muy pocos equivalentes en todo el mundo.

Ha sido una mañana de emociones muy intensas. En poco espacio, dos auténticos hitos del arte de rotonda. Por un lado, la gravedad pseudovanguardista de ese chatarrería vertical que es ‘Viento y luna’. Por otro, el cachondeo sadunguero y porcino de ‘Corteza’. Aceite y agua, gasolina y fuego. Dos elementos enormes, exagerados, llamativos, agresivos y que cumplen sobradamente con su misión: llaman la atención, provocan emociones violentas y encontradas en el espectador, son imposibles de olvidar y no dejan indiferentes a nadie. Con el ánimo todavía agitado y el espíritu erizado por tan violentas emociones estéticas, es el momento en que cuerpo y alma exigen un reposo, y el mejor lugar donde encontrarlo es en la Venta Don Jamón, un pequeño bar que se encuentra junto a la rotonda de ‘Corteza’. Tiran bien la caña y, como no podia ser de otra manera, el embutido que sirven es delicioso, especialmente el chorizo. La mayoría de los clientes son los obreros del polígono industrial, lo que garantiza la calidad de la comida. Un magnífico lugar donde poner un punto y final a una visita inolvidable.

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