The Royal Ballet School, un centro de referencia internacional dentro de la formación de coreógrafos y bailarines, fundado en 1926, acaba de anunciar que el bailarín ibicenco José Carayol es el nuevo jefe de Programas Artísticos y Producción del ballet.
José Carayol, nacido en Ibiza, se unió a The Royal Ballet School en 2021 como Gerente Artístico del Programa de la Fundación y ahora ha sido nombrado Jefe de Programas Artísticos y Producción.
En este nuevo puesto, supervisa los programas artísticos en White Lodge y Upper School, trabajando en estrecha colaboración con el director artístico y director ejecutivo Christopher Powney.
A lo largo de su carrera, Carayol ha sido bailarín profesional en varias compañías de danza en todo el mundo, actuando y trabajando con numerosos coreógrafos destacados, como Nacho Duato, William Forsythe, John Neumeier, Goyo Montero, Roland Petit, Mats Ek, George Balanchine y Jiří Kylián. Ha enseñado a la próxima generación de bailarines en algunas de las principales instituciones de ballet del mundo, como The Joffrey Ballet (Chicago), Los Angeles Ballet Academy y American Ballet Theatre, y ha sido juez habitual en competencias como Youth America Grand Prix (YAGP ).
«Proporcionamos una plataforma para que jóvenes bailarines alimenten sus sueños, y nuestras enseñanzas van más allá de la danza. Como apasionado defensor de la educación, estoy ansioso por empoderarlos para convertirlos en embajadores de esta forma del arte, encendiendo su curiosidad hacia el futuro», ha explicado al respecto en una entrevista en The Royal Ballet School.
José Carayol presume siempre de su origen ibicenco y no duda en confesar que su familia es de origen humilde y que apoyar su carrera de bailarín no ha sido nada fácil: «Soy de Ibiza, una pequeña isla. Un día me encontré con una actuación en la calle y me inspiró. Eso fue todo. Encontré una profesora británica (Sandy Plant. de Estudio Capricorn) que me dijo que solo podía bailar si hacía ballet. Quería desesperadamente asistir a la escuela, pero había dos cosas que no podía entender; primero, no quería hacer ballet; y segundo, fue un desafío para mi familia, ya que no tenían medios para mantenerme», recuerda.
«La profesora me dio una oportunidad y me permitió acudir a su clase. Cuando probé el ballet por primera vez se encendió una chispa en mí y todo se volvió fácil. Todavía puedo recordar ese día. Estoy increíblemente agradecido con mi primera maestra por impulsarme a probar el ballet en una comunidad donde los niños no bailaban, pero sobre todo por brindarme un espacio seguro para crecer y desarrollarme, independientemente de mi origen socioeconómico», valora el ibicenco.
El mejor consejo que le han dado es «no hay que rendirse nunca».
Su camino para dejar la danza, como bailarín, y convertirse en profesor comenzó cuando se lesionó aunque antes ya había dado clases.
«Fueron muchas cosas que tuve que trabajar muy duro como bailarín, cosas que me hicieron aprender mucho sobre mi cuerpo, su anatomía y la mecánica del mismo. Comenzar en la profesión joven también vino acompañado por varias lesiones pero, por muy duro que fuera entonces, aprendí más sobre mi cuerpo y cómo cuidarlo. También entendí cómo controlar mi mente durante esos momentos difíciles. Esto me ayudó inmensamente en la transición a la enseñanza», destaca.