Ibiza y Formentera se han convertido en los últimos años en una de las rutas migratorias más activas del Mediterráneo occidental. Cada vez son más las personas que arriesgan su vida para alcanzar las costas de las Pitiusas, muchas de ellas en condiciones extremas. Lo que antes era un fenómeno esporádico protagonizado mayoritariamente por hombres jóvenes de origen magrebí, hoy incluye también a personas procedentes del África subsahariana, mujeres solas y familias con menores a cargo.
En lo que va de 2025, más de 2.000 personas han llegado a Balears en 93 embarcaciones, según el último recuento de EFE a partir de datos de la Delegación del Gobierno. Más de 500 de ellas lo han hecho directamente a Ibiza y Formentera, especialmente a esta última, que se ha consolidado como principal punto de entrada en las islas. En 2024, llegaron a las costas del archipiélago de forma irregular por mar un total de 5.882 migrantes, según el Informe Anual de Seguridad Nacional del Ministerio del Interior.
Mary Castaño, coordinadora insular de Cruz Roja, habla con Noudiari sobre cómo han tenido que reorganizar los recursos ante este nuevo escenario: la preparación de los equipos, la formación específica de los voluntarios, la atención sanitaria y el acompañamiento emocional. Durante la entrevista, Castaño desmonta algunos de los mitos que circulan con frecuencia y, con algo de humor, aclara que a estas personas “no se les da una casa, ni un sueldo, ni nada”. Simplemente se responde con humanidad ante una realidad cada vez más frecuente en nuestras islas.
¿Cómo describirías la situación actual respecto a la inmigración en Ibiza y Formentera?
La llegada de embarcaciones se ha convertido en algo recurrente. Para nosotros ya es una actividad más del día a día, como puede ser la atención a personas sin hogar o el refuerzo escolar. Aunque no es una intervención programada, como sí lo son otras, estamos siempre en alerta. Hay momentos en los que nos relajamos, cuando vemos que no hay llegadas durante algunos días, pero sabemos que en cuanto se dan determinadas condiciones climatológicas, podemos tener varias llegadas en un mismo día. No siempre hay previsión, pero cuando vemos condiciones que favorecen la navegación, nos preparamos por si acaso. La experiencia nos ha enseñado a estar atentos al clima, tanto aquí como en los países de origen.
¿Ha cambiado vuestra capacidad de respuesta en los últimos años?
Sí. Hace cinco años no contábamos con los recursos actuales. Antes, Ibiza y Formentera no eran puntos habituales de llegada y respondíamos con lo que teníamos. Ahora contamos con equipos humanos y materiales que nos permiten una respuesta adecuada. Tenemos alrededor de 65 voluntarios activos en Ibiza y entre 8 y 10 en Formentera.
¿Son suficientes los recursos actuales para atender las llegadas?
Siempre bregamos, porque somos una entidad de carácter voluntario. Contamos con un equipo técnico y profesionalizado, además de un grupo de personas voluntarias que hacen posible la intervención. Sin embargo, el contexto socioeconómico y estacional de las islas, especialmente en verano, complica mucho la cobertura. Además, se trata de un voluntariado que requiere formación específica y preparación emocional. Muchas personas aquí necesitan compaginar uno o incluso dos trabajos, lo que implica un esfuerzo añadido para implicarse. No se trata de una actividad voluntaria sencilla: requiere una preparación acorde al perfil de intervención y las capacidades de quien participa. No es lo mismo acompañar a una persona mayor en situación de soledad, que atender una llegada, que exige otro tipo de formación y habilidades. También hay una carga emocional importante que debe gestionarse. Son intervenciones que pueden ser muy duras y no afectan igual a todo el mundo. Siempre insisto en que no se debe perder la empatía, pero sí es necesario aprender a protegerse emocionalmente, porque de lo contrario uno se lleva los problemas a casa. Por eso no basta con que haya una llegada y se busque a cualquier voluntario disponible. No cualquiera puede intervenir. Se necesitan perfiles concretos: personal sanitario, mediadores socioculturales, intérpretes, responsables logísticos… Este último es fundamental, ya que hay mucho trabajo relacionado con el almacenaje y la distribución de material. En definitiva, se trata de un equipo amplio y especializado, y eso requiere una preparación muy cuidadosa.
¿En qué consiste el trabajo del equipo profesional fuera de los momentos de intervención directa?
No se trata solo de actuar cuando se produce una llegada o cuando se activa el operativo. Hay un trabajo constante por parte del equipo técnico y profesional: sensibilizar a las personas voluntarias, trabajar la gestión emocional, ofrecer herramientas a quienes van a ejercer como mediadores socioculturales, organizar la logística, revisar los recursos disponibles, controlar el almacén y prever qué materiales se necesitan para cada intervención. Todo eso requiere mucha preparación. Mucha gente puede preguntarse: “¿Y qué hacen los profesionales cuando no hay llegadas?”. La respuesta es: muchísimo. Si ese trabajo previo no está hecho, la intervención se vuelve mucho más difícil. En cambio, si durante los periodos sin llegadas se forma adecuadamente al equipo voluntario y todos conocen bien los protocolos, los procedimientos y los recursos, cuando llega el momento de actuar, todo fluye con mayor eficacia. No es solo la respuesta cuando se da el evento o cuando nos activan, sino todo ese trabajo que lleva a cabo el equipo técnico y profesionalizado, que tiene que encargarse de sensibilizar a los voluntarios, trabajar la gestión de las emociones, dar herramientas a quien va a ser mediador sociocultural, entender cómo es toda la logística, qué recursos tenemos, cuáles hay que llevar a la intervención, qué hay en el almacén, qué pedidos hacen falta… Es mucha preparación.
¿Cómo se trabaja el cuidado emocional del equipo en situaciones tan delicadas como estas?
La higiene emocional es fundamental, tanto para el equipo técnico como para el voluntariado. En Cruz Roja damos mucha importancia a cuidar la salud emocional de todas las personas que forman parte del operativo. No se trata de volverse insensible, porque si eso ocurriera, dejarías de empatizar con quienes atendemos, ya sean personas migrantes u otros colectivos vulnerables. Pero sí es necesario desarrollar cierta protección emocional, una especie de “capitas de cebolla” que te permitan sostener el impacto de lo que ves. De esa forma, el valor de la labor que realizas pesa más que el sufrimiento que te encuentras, y eso te permite seguir trabajando e implicándote.
¿Cómo es el protocolo de actuación cuando os activan por una llegada?
Desde el centro de coordinación se avisa a la persona de guardia, que activa al equipo disponible. Siempre quedamos en la asamblea y revisamos el furgón con material. La primera intervención consiste en la cobertura de necesidades básicas: hidratación, alimentación, abrigo, cambio de ropa. Hay personas que han estado 10 o 12 horas en el mar, pero también hay casos en los que la embarcación ha estado a la deriva durante 10 días. Las condiciones físicas y emocionales son muy diferentes en uno y otro caso. La respuesta humanitaria prioriza siempre cubrir esas primeras necesidades. A veces llegan deshidratados, con quemaduras por el sol o por la mezcla de combustible y agua salada que provoca irritaciones muy fuertes en la piel. Después de cubrir lo básico, se hace un pequeño triaje sanitario: se revisa si hay alguna patología, se toma la temperatura, la oxigenación, se pregunta si hay enfermedades como diabetes o epilepsia, que pueden no ser evidentes a simple vista. También se hacen curas menores si hay quemaduras o heridas. Luego, cada persona tiene una entrevista con el intérprete y el mediador sociocultural para recopilar la mayor cantidad de información posible: datos personales, de dónde vienen, qué edad tienen, cuál es su intención en España, si tienen familiares en Europa, etc. También se intenta conocer todos los detalles posibles del evento: de qué puerto salieron, cuántas embarcaciones partieron, si todos llegaron. Esta información puede ser clave para saber si falta alguna patera y estar alerta por si otras personas aún están en el mar. Se les explica cuáles son sus derechos y deberes, y cuál será el proceso que se iniciará a partir de ese momento. Esa primera intervención también incluye una mirada amable, un gesto humano, porque muchas de estas personas ni siquiera saben exactamente dónde han llegado. Algunas tienen claro que han llegado a una isla, pero otras no.
A veces se escucha que a las personas migrantes se les da todo a su llegada…
Es importante desmentir algunos de los bulos que circulan. No se les da una casa, ni un sueldo, ni mucho menos privilegios. Lo que hacemos es ofrecer una atención humanitaria básica: agua, comida, ropa seca, una manta, un gesto humano cuando llegan. Nada más. También se escucha mucho lo del móvil: “¡Encima tienen móvil!”. Pero hoy en día el móvil no es un lujo, lo tiene todo el mundo. Es una herramienta para comunicarse, para avisar a sus familias de que están vivos. Yo también me lo llevaría si saliera de mi país en las condiciones en las que ellos lo hacen.
¿Qué hacéis cuando os encontráis con perfiles especialmente vulnerables?
Cualquier persona que realiza este viaje ya parte de una situación de vulnerabilidad, pero hay perfiles especialmente sensibles que requieren una atención específica: menores no acompañados, mujeres con hijos, personas enfermas, solicitantes de asilo, víctimas de violencia o LGTBIfobia, personas con discapacidad o procedentes de países sin convenio de repatriación, como algunas zonas de Malí o Somalia. En estos casos se activa una segunda intervención por parte de Cruz Roja. El primer equipo que atiende en costa identifica estas situaciones y traslada la información al equipo de traslados y ayuda humanitaria. Es entonces cuando el Ministerio de Inclusión se pone en contacto con Cruz Roja para valorar en qué recurso de acogida pueden ubicarse esas personas. Pueden ser dispositivos gestionados por Cruz Roja o por otras entidades colaboradoras. En Ibiza no existen centros de acogida, pero en Mallorca hay un centro con unas 44 plazas que funciona como espacio de paso antes de una derivación definitiva a la península.
¿Estas personas pueden quedarse en Ibiza?
La estancia en Ibiza o Formentera es siempre temporal. El objetivo es que puedan trasladarse cuanto antes a Palma, donde se realiza una entrevista más detallada en condiciones más tranquilas. Esa entrevista permite valorar cuál es el recurso de acogida más adecuado según su perfil. En el caso de familias, si aportan documentación que acredite el vínculo familiar, como un libro de familia o pasaportes, el proceso es mucho más rápido. Si no, se debe realizar una prueba de ADN para garantizar la seguridad del menor y descartar situaciones de trata.
¿Qué ocurre tras esos primeros trámites?
Una vez completados los procedimientos administrativos y verificados los datos, se organiza el traslado a centros de acogida en la península. Estos centros están distribuidos por todo el país y especializados según el perfil: hay recursos específicos para menores, para familias, para personas con necesidades médicas o con necesidades en el ámbito de la salud mental. Todo el proceso se articula para ofrecer una atención lo más digna, humana y adecuada posible. Por eso también se insiste en que, desde la primera entrevista, las personas faciliten su nombre real, ya que eso influye directamente en su seguimiento posterior.
¿Por qué algunas personas no dan su nombre real?
A veces, por miedo, desconfianza o para protegerse, las personas proporcionan nombres falsos. Esto puede parecer irrelevante en el momento, pero complica mucho las búsquedas posteriores por parte de familiares o instituciones. Si una persona llega como «Federica Pérez» y su familia busca a «Mary Castaño», no hay manera de cruzar esos datos. Es especialmente doloroso en casos de desapariciones en el mar. Cruz Roja y la Media Luna Roja disponen de protocolos de búsqueda internacional que se activan a través de una solicitud formal. Esa información se centraliza en Madrid, donde se analiza el evento y se investiga qué pudo haber ocurrido, pero todo depende de contar con datos veraces desde el principio.
¿Se les permite contactar con sus familias tras la llegada?
Sí, aunque no de forma inmediata. Una vez superado el procedimiento inicial y verificado el estado de salud de la persona, se les facilita acceso a wifi o a teléfonos para que puedan comunicarse con sus familiares. Muchos de ellos llegan con la única preocupación de avisar a sus seres queridos de que están vivos. En la mayoría de los casos, una de las primeras frases que escuchamos es: «Quiero avisar a mi madre, a mi hermano, a mi pareja».
Desgraciadamente, hemos recibido numerosos mensajes de familiares que no tienen noticias de sus seres queridos desde hace meses. ¿Puede una persona ser encarcelada sin que su familia lo sepa?
No. Las personas que llegan a costa son trasladadas a dependencias de la Policía Nacional, donde permanecen un máximo de 72 horas para realizar los trámites relativos a su entrada irregular en el país. Durante ese periodo, no están incomunicadas. De hecho, la mayoría de las veces estos trámites se resuelven en menos de 24 horas, sobre todo cuando se trata de grupos reducidos. Una vez concluido el proceso, se emite una resolución administrativa de expulsión. No es una condena penal, sino una infracción administrativa. Aunque esa resolución indica que la persona debe abandonar el país, en la práctica rara vez se ejecuta de forma inmediata.

¿Qué ocurre si no son repatriados?
En la teoría, el siguiente paso sería el ingreso en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), donde pueden permanecer hasta 60 días mientras se intenta la repatriación. Pero en muchos casos, los países de origen no tienen convenios activos con España o no colaboran en estos procesos. En esas situaciones, la persona queda en libertad con un documento que le exige abandonar el territorio, pero sin un control que lo garantice. Lo que suele ocurrir es que, con ese papel, viajan a la península, muchas veces a ciudades como Valencia o Barcelona, y desde allí se trasladan a otros puntos de Europa donde tienen familiares o conocidos.
¿Cuál es el perfil más común de las personas que llegan?
La mayoría son hombres argelinos de entre 20 y 50 años. Ese ha sido el perfil predominante desde que comenzaron las llegadas a las Pitiusas, en 2017. Sin embargo, cada vez atendemos a más mujeres solas, mujeres con menores a cargo, padres con hijos pequeños, y en los últimos tiempos ha crecido la llegada desde el África subsahariana. Esto ha supuesto un nuevo reto en cuanto a mediación e interpretación, ya que ahora se necesitan personas que hablen, además de árabe, francés, inglés o dialectos africanos como wolof.
¿Qué puede llevar a una persona a arriesgar tanto y emprender un viaje tan peligroso?
La mayoría huye de situaciones muy duras: conflictos, pobreza extrema, persecución o simplemente porque ya no tienen ningún futuro donde están. Muchas veces lo hacen por sus hijos, buscando un sitio más seguro, donde puedan crecer con oportunidades. También hay muchas personas que tienen familiares en Europa y parten con la esperanza de reencontrarse con ellos. Saben perfectamente que el viaje es peligroso, pero sienten que no tienen otra opción. No es una decisión fácil, es una decisión desesperada. Nadie se lanza al mar por gusto. Ninguna de las embarcaciones que ha llegado este fin de semana ha venido a los openings de ninguna discoteca. Lo que buscan es lo que muchos llaman el ‘sueño europeo’: una vida digna, con estabilidad, con derechos, con acceso a salud, a educación. Y lo intentan porque tienen conocidos o familiares que ya han llegado y les dicen que aquí están mejor. Por eso vienen.
¿Cómo es el momento de la llegada?
Suele ser muy emotivo. Hay quien reza, quien llora o simplemente da las gracias por estar vivo. Son escenas que se te quedan grabadas. Recuerdo, por ejemplo, a una niña de tres años que había recorrido medio continente con su madre, viajando más de un año desde Camerún. En esos momentos, el alivio es enorme, pero también lo es el peso emocional. Nadie hace un viaje así si no está obligado. Y cuando lo hacen con niños, sabes que la desesperación es total.
¿Y qué ocurre con los menores no acompañados?
Tras la primera atención en costa, Cruz Roja realiza el triaje sanitario y la intervención inicial. A partir de ahí, la tutela de los menores no acompañados pasa a ser competencia de la administración pública. Nosotros no intervenimos más allá de ese primer momento, salvo en casos de derivación específica. La atención posterior corresponde a los servicios sociales autonómicos.
¿Se presta atención psicológica a estas personas?
Durante la intervención en Ibiza o Formentera no suele haber tiempo ni condiciones para realizar un acompañamiento psicológico profundo. Pero en cuanto la persona es derivada, se activa ese proceso. En la península, los centros de acogida cuentan con equipos especializados que abordan aspectos como el duelo migratorio, el estrés postraumático o las secuelas emocionales del viaje.
¿Las personas que llegan suelen quedarse en la isla?
Es muy poco frecuente. Las familias se derivan de forma inmediata. En casos puntuales, algunos hombres jóvenes deciden quedarse, pero se enfrentan a una situación de calle, sin red de apoyo ni recursos. En esos casos, Cruz Roja interviene desde otros programas como el de atención a personas sin hogar, pero ya forman parte de un circuito distinto, centrado en la inclusión social y el acceso a derechos básicos.
¿Cómo afecta la crisis de vivienda a esta realidad?
La falta de alojamiento asequible en Ibiza y Formentera es uno de los principales factores de vulnerabilidad. Afecta a toda la población, pero especialmente a quienes están en situación de exclusión o migración. Incluso personas que tienen empleo no logran mantener una vivienda estable, lo que complica enormemente los procesos de inclusión. Para las entidades sociales, esta situación es un reto continuo.
¿Qué acciones realiza Cruz Roja para sensibilizar a la población?
Trabajamos con centros educativos, con colectivos sociales y en el espacio público. Organizamos actividades como simulaciones de travesías en patera con sonidos y testimonios reales, participamos en días internacionales como el del Refugiado o el de la Inmigración, y llevamos testimonios reales a institutos. Todo esto con el objetivo de desmontar estereotipos y fomentar la empatía. Queremos generar espacios de reflexión y comprensión de una realidad muy compleja.
¿Qué mensaje quiere transmitir Cruz Roja ante esta situación?
Al final, como decimos siempre, nadie se juega la vida en el mar sin necesidad. Todas esas personas huyen de algo: de la pobreza, del conflicto, de la persecución o del abandono institucional. Y si queremos hablar de convivencia, de justicia y de derechos, el primer paso es reconocer su humanidad y dignidad. Estoy segura de que mucha gente que opina cambiaría de idea si viera de cerca esta realidad. Como cuando llega una embarcación y de veinte personas solo una lleva zapatos. O cuando ves a menores en situaciones extremas, después de un viaje larguísimo, agotador. Se te cae el alma a los pies. Y si eso no te remueve, es que algo falla.