El músico cubano Carlos Sarduy –uno de los nombres más respetados del jazz latino– liderará un quinteto que tocará en la última noche del Festival Internacional Eivissa Jazz (Baluard de Santa Llúcia, sábado 6 de septiembre, 21h) y que contará con la colaboración de Marina Abad, antigua líder y vocalista de Ojos de Brujo
Carlos Sarduy siempre tiene “un soniquete” repicando en su cabeza. Ya sea probando volúmenes antes de un bolo, viajando por África o plantado frente al Mediterráneo de la isla que es su hogar desde hace cinco años: Formentera. En cualquier situación, el trompetista cubano intenta “estar receptivo para que la melodía y el ritmo, si tienen que fluir, fluyan”. Unas musas que pondrá al servicio del público que acuda a la última noche del Festival Internacional Eivissa Jazz. El año pasado Paquito D’Rivera le convidó a unirse a su quinteto para adornar un par de temas y, ahora, Sarduy es uno de las cabezas de cartel del certamen.
La del 6 de septiembre, a partir de las 21h, abriendo paso a los argentinos Escalandrum, será una velada especial para este músico que tiene en su currículo colaboraciones con gigantes jazzísticos como los Valdés –Chucho y Bebo–, o los saxofonistas estadounidenses Steve Coleman y David Murray. Sarduy comparecerá en el Baluard de Santa Llúcia liderando a The Groove Messengers, una banda que le permite saciar su curiosidad.
“Asere [amigo en Cuba], para mí el groove son los códigos que han trascendido, pasando de generación en generación, para que la manera de entender una música, de colocar una melodía, dé gusto”. Así define Sarduy un término tan intangible como fácil de percibir cuando se pone en movimiento. A la antillana: donde dice groove diga sabrosura. Él empezó a descubrirla –experimentándola– de chico.
Criado en Guanabacoa, al otro lado de la bahía que abraza al Malecón y La Habana Vieja, frecuentó con sus mayores las descargas de rumba que se celebraban en el barrio de Alamar, se impregnó de la clave jugando con unas percusiones que, en sus directos, sigue golpeando: “No hay instrumento más natural y socializador que unas congas: los niños las ven y quieren golpearlas, son un juguete”. Pero aquel chamaco estaba destinado a un oficio: el de trompetista. “Mi padre ya la tocaba”, cuenta, “y su ilusión era que siguiera sus pasos, así que de bebé tengo fotos dormido junto a una trompeta”.

Antes de saltar a Europa –en 2005– y recorrer el continente con El Comité –para algunos, el all star de jazzeros cubanos más potente del momento–, Sarduy dejó un álbum de juventud que funciona como una carta de identidad. En Charly en La Habana, sus vientos metálicos se mezclaron con el sonido de las teclas acariciadas por los dedos de Roberto Carcassés o Bebo Valdés. Fue una experiencia que expandió los horizontes del entonces joven intérprete. La diversidad de las cantantes con las que ha actuado y grabado después Sarduy (lírico, Ainhoa Arteta; fado, Mariza; flamenco, Buika; jazz, Esperanza Spalding…) lo corrobora.
“A mí me encanta explorar en lo tradicional para luego mezclarlo con las cosas modernas que yo hago. Vivir en un lugar tan silencioso en invierno como Formentera me ayuda a hilar un estilo con otro. Todo está conectado. Hace poco estuve en Ghana y me quedé asombrado al ver unas botijas muy parecidas a las que todavía se usan en el changüí”. Del changüí –que se cantaba y bailaba en las plantaciones y refinerías azucareras del oriente cubano– descienden el son y la salsa y no es casualidad que, fonéticamente, sea una adaptación de una palabra que usaban, a principios del siglo XIX, los esclavos congoleños a los que llevaron encadenados a la isla. Cuando decían changüí, decían fiesta. O, más concretamente, “saltar por diversión”. África, tan cerca del Caribe.
“Son los palos de ida y vuelta que tantos siglos tienen”, dice Sarduy. “En la pianística de maestros como [Ernesto] Lecuona se ve claramente esa transculturación. No es casualidad que Cuba sea una gran exportadora de ritmos al mundo. Con The Groove Messengers intento que todo ese legado esté bien presente. Que se refleje. Estoy seguro de que el público del Eivissa Jazz lo va entender y lo va a acompañar cuando toquemos para ellos”. Acompañado por una banda amplia (el pianista Rolando Luna, el batería José Carlos Parra, la guitarra eléctrica de Yarel Hernández, el bajo de Aarón Puente y, como invitado, el trombón de Vicent Tur), el trompetista –y también teclista– promete euforia. No es raro que en sus actuaciones, más de un culo se levante del asiento para que el baile venza a la solemnidad. “Podría pasar”, concede Sarduy, pero avisa: “También habrá ratos más introspectivos, más relajados”.
Los melómanos que suban a Dalt Vila (las entradas están a la venta en la web del festival –www.eivissajazz.com) conectarán también con una garganta femenina. Marina Abad, conocida y respetada por ser la cantante de Ojos de Brujo, pondrá voz a parte del repertorio que interpretarán estos mensajeros del groove. Un torbellino de sabrosura que promete pasar a la historia de las grandes noches del Eivissa Jazz, un evento que se celebra por trigésimo séptima edición.