Tengo un coche realmente mono. Es un Fiat Panda de color blanco, lo compré de kilómetro cero y antes había sido coche de alquiler. Quizás, el hecho de haber sido un ‘coche de guiri’ lo hace especialmente atractivo y abrazable por parte de los desconocidos. Sucede que, cuando alguien lo ve, siente una necesidad inminente de meterle mano, abrirle el maletero, hurgar en su interior, explorarlo, darle cariño, en definitiva.
Ignoro las veces que me lo han abierto. Docenas, quizás. La primera vez fue en el solar que se usa como aparcamiento en Cala Comte. Allí se llevaron la consola de mi hijo, que estaba debajo del asiento. La segunda vez fue particularmente dolorosa. Me había llevado el ordenador portátil al trabajo y lo dejé en el maletero. Aparqué en el parking disuasorio de es Gorg y, al regresar, no había portátil. No soy el lápiz más afilado del estuche, pero desde entonces aprendí que no debo dejar nada de valor en el interior del coche.
Denuncié esos dos robos -el primero ante la Guardia Civil, el segundo en la Policía Local- y en ambas ocasiones tuve la impresión de que perdía el tiempo. Debo decir que, en el caso de la policía local, no fueron especialmente amables, me dio la sensación de que les estaba incordiando y me dijeron, sin tapujos, que no tuviera ninguna esperanza en recuperar nada.
Desde entonces me siguen robando y ya lo he integrado en mi rutina habitual. Me he convertido en un robado reincidente. Cuando abro el maletero siempre me pregunto qué me habrán quitado en esta ocasión. La última vez fue el viernes pasado, cuando vi que había desaparecido una bolsa de patatas fritas y una lata de cerveza de marca blanca del Lidl. En el maletero también tengo unos cuantos ejemplares de mi última novela, que me dio el editor, pero por motivos que desconozco nunca se los han llevado. Les invito a que lo hagan porque es un libro que está “bastante” bien, como me dijo hace poco una amiga.
Es más, les invito a que me sigan robando. Miren, ayer fui al taller a que me cambiaran la rueda, y en el taller me dijeron que me quedara con uno de los neumáticos que me habían sustituido: “Así lo tendrá como rueda de recambio”. Como soy un idiota y no sé decir que no, les dije que vale, y ahora tengo un sucio mamotreto de caucho llenándome el maletero. He dejado esta mañana el coche en el disuasorio del Recinto Ferial. Espero que la vida siga su curso y que, cuando a la salida del trabajo lo recoja, el neumático ya haya desaparecido. La matrícula es 3124 KTK. Confío en ustedes.