El agua vino y se retiró, y dejó tras su paso una sábana de barro. Esta mañana, los barrios de es Pratet, la Marina y ses Figueretes de Vila intentaban recuperar la normalidad. Armados con escobas, fregonas y mangueras, los comerciantes han intentado reparar el destrozo que Gabrielle ha dejado a su paso.
“Cuando hemos llegado, el agua nos llegaba hasta las rodillas”, comenta Julián, el encargado del Hipercentro que se encuentra en la calle Carlos III, en es Pratet. Él y dos trabajadoras de la tienda se afanan en retirar el barro y adecentar un comercio que intentarán abrir mañana: “Hoy toca limpiar y limpiar. Después se tendrán que valorar las pérdidas y mandarlas al seguro. Pero hoy es imposible abrir”.
Hay gente, en cambio, que lo ha perdido prácticamente todo. Es el caso de Ignacio Núñez y María Mora, dos vecinos de origen paraguayo que vivían en una infravivienda situada junto al parquing de es Pratet. Su chabola quedó ayer anegada: “Vivíamos en una favela que se inundó. Vino la Guardia Civil y nos dijo que teníamos que irnos porque corríamos peligro. Ahora buscamos un sitio dónde ir”.
Han pasado la noche en el centro de baja exigencia de Sa Joveria. Desesperados, esta mañana se han acercado a la sede de Cáritas, donde les han dado una caja de emergencia con productos alimentación: leche, pasta, legumbres… Le explican su situación a Miquel Payeras, voluntario de Cáritas, quien les orienta y les sugiere que se dirijan al albergue para exponer su situación.
“En estos momentos, lo primero es darles un lote exprés de comida para salir del paso”, comenta Payeras, quien señala que el almacén de Cáritas tampoco se ha librado de la lluvia: “Los bajos estaban inundados. Toda la ropa se nos ha mojado. Pero han venido muchos voluntarios a echarnos una mano”.
Una de las zonas cero de la riada ha sido la calle diputado José Ribas, que une la calle Pere Francés con el puerto. Aquí el agua alcanzó una altura de casi un metro y anegó a una decena de motos y otros tantos coches. Hoy, las grúas los iban retirando mientras que los propietarios de los vehículos comprobaban los daños. La calle es un lodazal y vemos, incluso, alguna rata muerta arrastrada desde las feixes cercanas.





“La moto estaba toda cubierta de agua. La compré en febrero para venir a trabajar aquí y el seguro no cubre las catástrofes naturales”, comenta apesadumbrado Antonio Mazo. A su lado, un amigo, Javi Moreno, comenta que si Ibiza es declarada zona catastrófica, entonces se haría cargo el Consorcio de Compensación de Seguros, pero comenta que él tiene una mala experiencia: “Yo soy valenciano y el año pasado viví lo de la Dana. Tengo amigos que un año más tarde todavía no han cobrado”.
Aquí encontramos también a Miguel Ángel Cerminara y a Nieves Nieto, cuyos respectivos coches han dejado de dar señales de vida. “Me han dicho que no lo intente arrancar porque podría provocar un cortocircuito. Que lo mejor es que una grúa se lo lleve al taller y allí ya verán qué pueden hacer con él”, comenta Nieves: “Recuerdo que ayer estaba súper contenta porque pude encontrar aparcamiento y ya ves. Debería haberlo movido a la que empezó a llover, pero ni se me pasó por la cabeza que podía pasar esto”.
“Lo que no entiendo es que después de todas las obras que han hecho, de la reforma de Pere Francés, del tanque de tormentas, de todo el dinero que se han gastado, es incomprensible que todavía suceda esto”, comenta Cerminara que, pese a la indignación.
El otro barrio que ha sido golpeado por el agua ha sido ses Figueretes. A Maria Cardona, vecina de la calle Port de la Savina, jamás se le olvidará la imagen del agua desbordándose y fuera de todo control: “Es que esto antes era un torrente que recogía el agua que caía de las colinas de Can Misses y Can Fita. El agua pasó con mucha fuerza y se llevó por delante las motos que estaban estacionadas”.
Comenta que, de madrugada, algunos bajos ya se inundaron y tuvieron que venir dos veces el Ibanat y los bomberos a bombear agua. “Lo veíamos todo desde el balcón. Mi compañero trabajaba por la tarde en un centro educativo y nos extrañaba que desde Educación nadie le dijera nada. Cuando nos llegó la alerta a las 12 del mediodía la tromba de agua ya estaba aquí”.
Además de que algunas calles están construidas sobre el curso de torrentes que desembocan de manera natural en la playa del barrio, ses Figueretes también tiene en contra su urbanismo, con edificios con bajos por debajo del nivel de la calle, que no cuentan con luz natural y que se inundan con mucha facilidad. Es el caso del hogar de Constanza Chaparro y Agustín Marones, una pareja de argentinos que comparte bajo con otra pareja, y que la noche del lunes al martes tuvieron que abandonar su casa porque el agua les entraba a chorro.




“Se abrió un boquete en el techo y empezó a caer agua. Nos llovía dentro. Tenemos la habitación destrozada”, comenta Constanza. Han sacado sábanas y colchones a la calle para que se seque. Han dormido en casa de unos amigos y ahora están intentando que su casa vuelva a ser un hogar: “Nos fuimos que el agua nos llegaba a las rodillas”, recuerda esta mujer.
Lo que no se puede achicar con fregonas ni escobas son los parquings subterráneos que se han convertido en depósitos de agua. En este caso, no toca otra que esperar a que lleguen los camiones a bombear agua. “Tengo ahí guardadas todas mis herramientas”, comentar Omar Rachi, un vecino del barrio, “hoy es un día raro. Ojalá vengan los bomberos o Aqualia, los vacíen, y luego a ver qué nos encontramos”.
En el paseo marítimo y en las cafeterías del barrio no se habla de otra cosa. “A mí me llegó el agua hasta aquí”, es una de las frases más repetidas. El sol ha salido y hace un día magnífico. “Al menos no murió nadie”, me dice un camarero. Ahora toca regresar a la bendita normalidad. Quien pueda.