Marta Mallach reconoce que no se siente cómoda hablando de lo que ha pasado. “Parece que me haga la víctima, cuando lo que pasamos fue una minucia comparado con lo que pasan los palestinos y las palestinas que entran en la cárcel sin saber de qué les acusan”, explica esta bióloga valenciana que reside en Ibiza desde hace siete años.
El pasado 31 de agosto se embarcó en la Global Sumud Flotilla con destino a Gaza para trasladar ayuda humanitaria y, especialmente, para poner los ojos de la comunidad internacional en el genocidio que está sufriendo la población de este enclave. El 2 de octubre su velero, el Catalina, fue asaltado por la armada israelí en aguas internacionales, y ella y los otros ocho tripulantes fueron trasladados a puerto y detenidos durante cuatro días, hasta que el día 6 de octubre fueron repatriados. Ha pasado cuatro días en una cárcel israelí, aunque se confiesa una privilegiada: “Hay palestinos que se pasan meses y años en centros de detención sin la visita de ningún abogado y sin ninguna garantía. Nosotros sabíamos que nuestra excarcelación sería cuestión de días y esto, de alguna manera, te da ánimos”.
Esta aventura empezó el pasado agosto, cuando Marta Mallach vio en redes que se buscaban personas con conocimientos náuticos para participar en la flotilla de apoyo a Gaza: “He hecho varíos cursos y tengo el titulo de capitán de yate, así que me ofrecí como voluntaria”.
Navegaron a bordo del Catalina, un yate de 14 metros de eslora. Hicieron parada en Túnez, donde embarcaron material de alimentación para bebés, y prosiguieron su ruta. En Túnez la Flotilla recibió el primer ataque por parte de drones israelíes, pero el ataque más grave se produjo cerca de la isla de Creta.
“Los drones se pasaban toda la noche sobrevolándonos, no tenían luz y tenías que estar muy alerta para poder verlos. Hacían un ataque y después de veinte minutos otro. Duró entre cuatro y cinco horas, estuvimos toda la noche despiertos”, relata, “aunque los medios internacionales estaban con los ojos puestos en la flotilla, esta gente está tan loca que son capaces de cualquier cosa. También teníamos miedo de que nos sabotearan el barco cuando fondeábamos en algún puerto”.
Finalmente, el asalto de la marina de Israel se produjo la madrugada del 1 al 2 de octubre. Mallach lo narra así: “Fue una persecución por mar de muchas horas. Empezó al atardecer, a las ocho de la tarde. Habían barcos militares y unas lanchas motoras muy rápidas, que eran las que hacían los abordajes. También dos barcos muy grandes, como los que transportan contenedores, y que redirigían la flotilla para acorralarla”.
“Empezaron a interceptar a los veleros más pequeños. Nosotros ya sabíamos que esto iba a suceder y nuestra consigna era quedarnos quietecitos y obedecer. No ponernos a la defensiva y obedecer sus órdenes. Subieron unos militares y tomaron el mando de barco y nos llevaron hasta un puerto israelí”, recuerda.

Eso sí, explica que en ningún momento vieron a la fragata de la armada española que se supone que se había desplazado para protegerles.
Empezó entonces lo peor. “Al llegar vimos a decenas de personas bajo el sol, en fila y de rodillas, con la cabeza mirando al suelo. Estuvimos allí bastantes horas, esperando a que nos identificaran”, comenta Mallach, quien dice que ella no fue esposada, pero que otros compañeros sí que fueron “esposados, vendados, e incluso alguno recibió un golpe, No es igual el trato que recibimos los prisioneros europeos o norteamericanos con el que se les dio a los árabes o a los africanos. El recismo era muy patente”.
Esta bióloga residente en Ibiza califica el trato recibido como de “tortura de baja intensidad” y pone algunos ejemplos: “Nos hacinaron 30 o 40 personas en una furgona para llevarnos a la cárcel, y nos cerraron los respiradores y todo tipo de ventilación y no se podía respirar. Llegado un punto el calor era insoportable y no se podía respirar. Entonces encendieron al máximo el aire acondicionado y nos congelamos de frío. Creo que era una dinámica recurrente”.
Después fueron llevados a una especie de jaula donde medio centenar de mujeres esperaron su traslado definitivo: “Esa jaula a la intemperie era transitoria, tenía alambre de espinos. Luego nos llevaron a una celda donde había cinco literas pero nos metieron allí entre diez y quince mujeres. Había con un solo baño. Allí pasamos cuatro días hacinadas. El alimento el primer día fue muy escaso. A los de mi celda no nos dejaron salir al patio durante todo el encierro. Incluso hubo compañeros de la flotilla, que son diabéticos o que sufren del corazón, a quienes no se suministró la medicación. No nos dejaban descansar. Nos despertaban por la noche para hacer recuento de presos, o nos encendían las luces, cualquier excusa para cortarte el sueño y desquiciarnos”.
Hay una imagen que no se le olvida de aquellos días: “Cuando te asomabas a la ventana, te apuntaban con unos fusiles que tenían una luz verde que te daba en la frente. No nos iban a disparar, pero a los presos palestinos sí que les apuntan con los fusiles cargados”.
En la cárcel no pudieron tener la visita de ningún abogado aunque sí que vino el cónsul español, que apenas estuvo quince minutos con ellos: “Nos comentó que saldríamos, que estaban mirando vuelos para repatriarnos, pero que no sabían cuándo”.

Finalmente, eso se hizo realidad la madrugada del 6 de octubre, cuando Marta pudo entrar con el resto de prisioneros españoles en un avión de 250 plazas con otros secuestrados de nacionalidades europeas. Regresar a casa le supuso una sacudida de emociones.
“Principalmente, tenía sentimientos de comunidad y de solidaridad. Cuando compartes esto con un grupo de gente y no tienes más contacto con el exterior que la radio del barco, se crean unos vínculos que te dan mucha fuerza. Nos enteramos también a que, gracias a que la armada de Israel estaba ocupada con nosotros, esa noche los pescadores de Gaza pudieron faenar, y por eso ya vale la pena”. Comenta con amargura que «fuimos privados de libertad, secuestrados, llevados a la fuerza, nos robaron los barcos y nos acusaron de terrorismo, y eso con la impunidad de quien sabe que no pagará por sus crímenes». “Nosotros no hemos visto ni el 1% de lo que sufre la gente que está allí. Es importante que no nos olvidemos de Gaza, del genocidio que se está ejecutando. Que los tengamos siempre presente. Si todo esto ha servido para algo, ha valido la pena», concluye.
Alguien puede decir cuántas toneladas de material llevaba está gente a Gaza?
Porque aun no ha aparecido foto alguna de comida o medicinas.
No sé, parece un paripé.