Hay un viejo dicho que nos recuerda por qué no se debe confundir la velocidad con el tocino. Y pocas veces viene tan al caso como al analizar la convocatoria de una huelga general por un conflicto internacional. Porque una cosa es la solidaridad, un impulso noble y veloz del espíritu, y otra muy distinta son los problemas concretos y sustanciosos —el tocino de nuestro día a día— que afectan directamente a los trabajadores de este país. Mezclarlos no solo es un error de concepto; es desviar la herramienta más poderosa de la lucha laboral hacia un objetivo para el que no fue diseñada, dejando nuestras verdaderas urgencias desatendidas.
No se trata, en absoluto, de ser insensibles al sufrimiento ajeno. La empatía es la base de nuestra humanidad. Sin embargo, cuando las herramientas de presión social, como una huelga general, se desvían de su propósito original —la defensa de los intereses directos de los trabajadores—, corremos el riesgo de desvirtuarlas y, peor aún, de dar la espalda a los problemas que verdaderamente ahogan nuestra rutina.
¿Puede una jornada de paro en España cambiar realmente el rumbo de una guerra en Oriente Próximo? La lógica sugiere que su impacto real es, en el mejor de los casos, simbólico. Mientras tanto, ese mismo día, las listas de espera en nuestra sanidad no se reducen, el precio de la vivienda sigue siendo una barrera insalvable para nuestros jóvenes y las aulas de nuestros colegios continúan necesitando más recursos.
La cuestión fundamental es si estamos utilizando las herramientas correctas para los fines adecuados. Una huelga general debería ser la máxima expresión de la lucha por mejorar nuestras condiciones de vida: por una sanidad y educación públicas de calidad, por salarios dignos, por un acceso real a la vivienda. Cuando la convocamos por motivos que, para la mayoría de la ciudadanía, se sienten ajenos a su realidad laboral y cotidiana, no solo pierde fuerza, sino que genera una desconexión preocupante.
Surge la sospecha de que estas iniciativas pueden ser instrumentalizadas, convirtiéndose en un arma arrojadiza en el tablero político interno más que en un genuino esfuerzo por la paz mundial. Se utiliza una causa noble para desviar la atención de los fracasos en la gestión de lo nuestro, de lo cercano, de lo que de verdad impacta en la vida de cada ciudadano.
Quizás, la solidaridad más efectiva no consiste en detener nuestra propia sociedad, sino en construirla más fuerte, más justa y más próspera. Porque solo desde una casa en orden, con los cimientos sólidos, podemos realmente ofrecer una ayuda significativa al mundo. Antes de intentar arreglar el planeta, asegurémonos de que no se nos desmorona el nuestro. La urgencia, para la mayoría, sigue estando aquí, en casa.
De ahí que, personalmente, esté en desacuerdo en que se use una herramienta como es una Huelga General para reivindicar el fin de un conflicto bélico externo. Para eso, existen otros recursos, como una manifestación. Por eso no hay que confundir la “velocidad con el tocino”.
José Antonio Iniesta Navarro
Licenciado en Física
Profesor de Matemáticas del IES Sa Colomina






comparto su opinión al 100%
Totalmente de acuerdo.
Es como en tiempo de los romanos «PAN Y CIRCO»
El conflicto palestino, terroristas de HAMMAS, se acabaría en cuanto estos últimos quisieran, sin ayuda de nadie.
Esto es una excusa para desviar la atención de los verdaderos problemas del mundo real.
Ya nos hemos olvidada do de los daños del agua en IBIZA. Muchos negocios lo han perdido todo o casi todo, algunos no volverán a abrir y otros irán a la quiebra directamente.