En 2019 escribí un artículo —casi recién salida de una histerectomía total y con el cuerpo y la cabeza absolutamente desajustados— en el que denunciaba algo frustrante: no había información clara, ni referentes visibles, ni mujeres famosas hablando abiertamente de la menopausia. En la pantalla: mujeres de 50 o más aparentando juventud eterna, pasadas por filtros y marcando abdominales imposibles. En la realidad: mujeres en casa buscando en Google “qué pasa cuando llega la menopausia”, “cuántos años duran los sofocos”, “por qué no puedo dormir”. La información que se encontraba por entonces online era escasa y, en la mayoría de los casos, alarmante.
Seis años después, la balanza se ha inclinado hacia el otro extremo. La parte positiva es que muchas mujeres, desde Candela Peña a Sofía Vergara, han salido del ‘armario menopáusico’ y hablan abiertamente y con humor de esta etapa vital. También que hay muchísima más información al alcance de cualquier mujer, sí… Pero hay una parte negativa que no podemos obviar: hemos pasado del tabú a la charlatanería, del silencio a la sobreexposición, de la invisibilidad al “menowashing” (menopause washing, que sería algo así como lavado de imagen de la menopausia, sin resolver el problema de base). Suplementos, coaches, terapias, cursos, seminarios… Si en 2019 la menopausia no existía, en 2025 es un negocio multimillonario. Literalmente.
Me ha alegrado enormemente encontrarme con un artículo publicado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y firmado por la periodista Marga Zambrana que explica de manera prístina lo que venía sintiendo yo desde hace meses: “campañas publicitarias, influencers y marcas de cosmética han convertido esta etapa vital en un nuevo nicho de mercado multimillonario”. El fenómeno del menowashing consiste en transformar la ruptura de un tabú en otra oportunidad de negocio para el ‘bendito’ sistema capitalista. La profesora Clara Selva, experta en Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, lo resume con precisión quirúrgica: “El reto es que esta visibilización responda realmente a las necesidades de las mujeres y no solo a estrategias de consumo” .
Y aquí estamos: las mujeres del siglo XXI, boticarias autodidactas y brujas digitales, mezclando pócimas en el laboratorio de nuestra mesilla de noche. Nos pasamos enlaces sobre el último “suplemento natural” que promete convertir los sofocos en brisas suaves. Nos hemos convertido, por necesidad y por desamparo institucional, en nuestras propias farmacéuticas de confianza. Y eso tiene un coste: los suplementos ‘milagro’ son caros y por ahí no pasan las subvenciones.
Basta un recorrido por las redes para encontrar un catálogo de milagros que haría palidecer al mismísimo Paracelso. Ahí está la ashwagandha, ese adaptógeno omnipresente que asegura curar el estrés, el insomnio y —por qué no— la menopausia en sí misma, como si fuese una enfermedad —que no lo es, sino una etapa de la vida de las mujeres que necesita atención—. La ciencia, sin embargo, no lo tiene tan claro: los estudios específicos brillan por su ausencia y, por si fuera poco, ya se han documentado casos de daño hepático.
Le sigue la Cimícifuga racemosa, más conocida como black cohosh. Suena a planta ancestral y brujeril, y se promociona como bálsamo para sofocos y sudores nocturnos. La Cochrane (referencia en información sanitaria fiable), en su papel de aguafiestas profesional, dice que la evidencia es insuficiente. Aun así, ahí sigue, en miles de suplementos “premium”.
El aceite de onagra tampoco falta en esta farmacia paralela. Miles de mujeres lo toman esperando que calme los sofocos, aunque los estudios digan que los resultados son, en el mejor de los casos, “dispares”. O el trébol rojo, presentado como sustituto natural de los estrógenos, cuya eficacia depende del estudio que cada una lea, perdidas ya en los mares de los buscadores online.
Y luego están los cócteles multivitamínicos “todo en uno”, con azafrán, lúpulo, onagra, cúrcuma y promesas de felicidad mística. Dicen que ayudan “a reencontrarte con tu energía femenina”, una frase tan vacía como rentable.
Y quiero dejar claro que problema no son las ganas de aliviar el malestar con métodos naturales, y tampoco cuestiono que tal vez alguno de estos suplementos funcione aunque no haya evidencias científicas suficientes (yo misma estuve tomando uno largo tiempo y creo que me ayudó un poco), sino que el mercado ha convertido esa necesidad en una mina de oro que incluye cosmética específica para la menopausia, hidratantes vaginales y toda clase de potingues que pagamos a tocateja. La sanidad pública solo financia la THS, Terapia Hormonal Sustitutiva, que se ha demostrado eficaz pero que no está recomendada para muchas mujeres, entre ellas las pacientes de cáncer o ex pacientes oncológicas. Para todo lo que no sea THS, toca sacar la cartera.
La ironía es dolorosa: antes no se hablaba de menopausia porque daba vergüenza. Ahora se habla, sí, pero la solución no está en el carrito de la compra. Lo que falta no son más cápsulas, sino más ciencia, más atención primaria, más protocolos claros y menos vendedores de humo. Tenemos que dar las gracias a las profesionales formadas que comparten sus conocimientos científicos de manera generosa en redes sociales: ha sido un antes y un después para muchas mujeres, pero, insisto, no podemos tener como referencia TikTok o Instagram cuando se trata de nuestra salud.
Porque lo que de verdad necesitamos es educación sanitaria, acompañamiento emocional y una sanidad pública que nos trate como lo que somos: la mitad de la población mundial atravesando una etapa natural de la vida. Lo demás, puro menowashing.
Artículo de la UOC en este enlace: https://www.uoc.edu/ca/news/2025/el-silenci-sobre-la-menopausa-deixa-pas-al-marqueting