Cada año afronto este artículo con el mismo síndrome del impostor. ¿Cómo puede alguien intentar resumir, dibujar un retrato certero de un certamen que exhibe más de 200 películas si tu vida da para lo que da? ¿Si aún poniéndole tu voluntad, tu tesón, tus cafés y tu frikismo sólo vas a alcanzar a un 10 o 15% de la propuesta global? Este artículo, sí, nace tocado de muerte. Pero haremos lo que podamos.
Curiosamente, y rompiendo mi tradición ancestral de mala puntería, este año sí he visto la ganadora del premio a Mejor Película de la Sección Oficial a Competición, La hermanastra fea. Poco que objetar. Esta reinterpretación de los cuentos de hadas y de princesas pasada por el filtro body-horror es culto instantáneo. Con cierto paralelismo, por su subtexto, con La sustancia que encandiló el año pasado, ésta reincide en indagar sobre la crueldad intrínseca en la cosificación de la mujer. Magnífico debut de la directora noruega Emilie Blichfeldt. Por cierto, es la primera vez en la historia del festival que encadena dos años seguidos galardonando como Mejor Película un film dirigido por una mujer, tras la apabullante victoria de Veronika Franz el año pasado con El baño del diablo.
No se mojó demasiado el jurado con el mejor director. Premio a Park Chan-wook, con su menor No other choice. Menor, porque no es Old Boy. Pero “menor”, hablando del coreano, es hablar de (otra) obra notable. A medio camino entre el thriller y la comedia, sigue a un pobre diablo al que despiden de su trabajo y no se le ocurre otra cosa que acabar con todos los aspirantes al puesto que él sueña con conseguir. Divertida, y más profunda de lo que parece.
Me perdí la ganadora al mejor guion, la tailandesa Un fantasma útil. Atención: un hombre descubre que el espíritu de su mujer recién fallecida está ahora en una aspiradora. Esto es Sitges, señores.

Una de mis favoritas esta edición se fue con el cantado premio a mejor actriz para Rose Byrne por su Si pudiera, te daría una patada (seguramente el mejor título del año). Borda el desquicie de una mujer que lleva su maternidad un tanto regulín. Una obra que bajo su pátina de humor negro trasciende y analiza aspectos como la ansiedad, el estrés, la culpa, la soledad o las adicciones de una manera más certera que producciones mucho más pretenciosas. Divertida, inquietante, perversa e interesante, y ojo a Byrne en la carrera a los Oscar.
Si la anterior reflexiona sobre la maternidad, la alemana Mother’s Baby lo hace sobre el parto. Pero aquí sin una gota de humor, aquí empezando como un drama familiar y acabando en el horror más puro. Una pareja acude a un centro de fecundación y, al tener el bebé, la madre del título empieza a sospechar que algo anda mal con el pequeño. Se ve venir, pero aun así es lo suficientemente angustiosa para dejarse ver.
Y la “trilogía del retrato humano” la podemos cerrar con Esa cosa con alas, donde Benedict Cumberbatch es, en si mismo, EL DUELO. En mayúsculas. Su personaje lidia con la pérdida de su esposa simbolizada en un cuervo gigante que le habla y le tortura. Algo tediosa, pero de esas que gustan más cuanto más la piensas. Lo mismo sucede con una de mis favoritas, Honey Bunch, una reflexión del amor incondicional (y/o tóxico) de un hombre tratando de curar a su querida en una clínica con un tratamiento experimental. Seduce con su tono experimental y con una última media hora que toca la fibra.
Precisamente eso, tocar la fibra, es lo que no consigue Julia Ducournau con Alpha, la película que inauguró el Festival. La directora francesa, que maravilló hace unos años con Crudo y que también gustó (no a mi) con Titane, patina ahora con una trama distópica mal narrada y sin alma. Ya la he olvidado.

Lo mismo me ocurre con la película – evento con más hype del festival, Good Boy. La gracia de ver la típica producción de terror de fantasmas , con sus jumpscares, sus tormentas y sus luces que parpadean, desde la perspectiva de un perro, dura 20 minutos. Después, sopor. Decepción.
Más gracioso fue ver a un chimpancé reventar adolescentes en Primate. Es una tontería, pero como se goza, oye. También es una tonteria Balearic, pero esta no se goza, se sufre. Personajes soltando frases sin sentido delante de la cámara, con una filmación chusca. Querer ser Luis Buñuel o David Lynch y acabar siendo un capítulo malo de Nada es para siempre visto con las escenas desordenadas. Insoportable.
El premio a la fumada del año para la japonesa New Group. Una parábola sobre la servidumbre del pueblo japonés hacia el poder y sobre la propaganda, en la que la gente empieza a formar pirámides humanas sin motivo por todo el país. Un WTF al que cuesta cogerle el tono, pero al final es un SÍ de manual, mucho más profunda de lo que parece.

Luego pues hostias como panes en Sisu 2, la secuela del film finés que ganara en su día el premio a Mejor Película, o en The Furious, la clásica sesión de acción oriental que a mí, francamente, me interesa poco. Films de terror convencionales malos como ellos solos, como la insultante copia de Pesadilla en Elm Street llamada Eye for an eye o la japonesa Mag Mag (dirigida por una famosa youtuber) que, eso sí, nos dejó una de las escenas del año, protagonizada por un ano gigante en la pared y kilos y kilos de lubricante. Tampoco hace falta acercarse a Vieja loca, el Misery español que es eso, miseria.
No he tenido la suerte de ver algunos de los hits del año, como Bugonia, la nueva conexión Yorgos Lanthimos – Emma Stone (hablan bien de ella), Black Phone 2 ( de esta no tanto), el Frankenstein de Del Toro o La larga marcha, adaptación de la famosa novela de Stephen King. También adaptación del genio de Maine, aquí de un relato corto de fantasía, es La vida de Chuck, dirigida por Mike Flanagan (Dr. Sleep). Sin duda una de las películas del año, muestra en tres actos regados de realismo mágico la fantástica existencia y evolución del Chuck del título. Su grandeza está en su simpleza. Curiosamente, King y Flanagan, maestros del terror, nos bridan un retrato humano precioso cuando abandonan la sangre. No es perfecta, pero es exquisita.

Nada más. Ah, sí. Se me olvidaba hablar de Obsession, la que dicen que es la sorpresa del año de género. Una comedia romántica que se tuerce hacia la obsesión del título, retrato del amor tóxico y la dependencia emocional. No quiero hablar mucho más de ella, soy una persona envidiosa y me da rabia haberme perdido, como casi siempre, la llamada “peli del festival”. Hablando de relaciones tóxicas, de eso va Together, otra notable metáfora que esconde poco: una pareja acaba unida a su pesar. Pero unida de verdad, piel con piel, carne con carne. Cronenberg “approves”.
Y poco más. Que vean Luger, el Lock & Stock o Reservoir Dogs español que me sorprendió cuando no esperaba nada de ella. Y que le den una oportunidad a dos found footage (un subénero que parece ya herido de muerte) interesantes: Shelby Oaks y Man finds tape. Pasan bien, sobretodo la segunda.
Hasta aquí este pequeño retrato de Sitges 2025. Es un poco como uno de los tres capítulos de La vida de Chuck. Un retrato, una mirada por la ventana a algo grande, muy grande.






