La UD Ibiza atraviesa una de esas rachas que desesperan incluso a los más pacientes. En Sanlúcar, ante un Atlético Sanluqueño necesitado de puntos, el conjunto celeste volvió a quedarse a medias. Llevó el peso del partido, lo intentó de mil maneras… pero salió del estadio sin un gol que celebrar. Otra jornada más sin romper la sequía.
El cambio en el banquillo, con Miguel Álvarez tomando el timón hace apenas unas semanas, todavía no ha traído la reacción explosiva que esperaba la afición. El equipo compite, sí. Corre, presiona, se ordena, se ayuda. Pero en el último suspiro de cada jugada aparece un muro invisible que lo frena todo. Cuatro partidos sin marcar y una sensación constante de que falta ese detalle final que convierte la intención en realidad.
En El Palmar, Álvarez apostó por pequeños retoques en el once, buscando continuidad más que revolución. Quería ver a su equipo reconocible, sereno, capaz de mandar con calma. Y durante buena parte del encuentro lo consiguió. El Ibiza se asentó pronto, movió el balón con criterio y mantuvo al rival lejos de su portería. Hubo fases en las que el duelo parecía inclinarse hacia el lado celeste… pero nunca terminó de romperse.
Mientras tanto, el Sanluqueño se aferraba a su plan: defenderse con orden, cerrar espacios y esperar que el partido se volviera incómodo. Y lo logró. Cada intento del Ibiza chocaba con una línea rival muy compacta, como si cada avance tuviera que atravesar un laberinto. En más de una ocasión el público local contuvo la respiración, pero el marcador siguió inmóvil, casi desafiante.
Aun así, hubo detalles que invitan a creer. El equipo da pasos hacia adelante en ritmo, en actitud, en presencia. Se nota esa intención de construir algo más reconocible, algo que dure. Lo que falta —y duele admitirlo— es ese punto de finura que tan importante es en esta categoría: una decisión más rápida, una definición más limpia, un poco de fortuna en el rebote. Ya se sabe… a veces el fútbol se empeña en ponerse caprichoso.
Los minutos finales fueron una montaña rusa emocional. El Ibiza apretó todo lo que pudo, como quien intenta abrir una puerta que no termina de ceder. Y justo cuando parecía que el gol podía llegar, apareció el guardameta local para desbaratar un par de intentos que llevaban veneno. Uno de esos que dejan a todo el equipo con las manos en la cabeza.
Así, con un empate que sabe a poco, los celestes regresan a la isla. Lo peor no es el punto, sino la clasificación: según cómo se cierre la jornada, existe la posibilidad de asomarse a la zona de descenso. Una situación incómoda, inesperada y que exige reacción.
La próxima parada será en casa, ante un Europa que llega con cartel de equipo duro, de esos que no se arrugan y que siempre exigen el máximo. Un buen escenario para romper la sequía… o para sufrir más de la cuenta. Depende del paso adelante que dé el Ibiza, y del reencuentro con un gol que lleva demasiado tiempo escondido. /FUTBOL PITIUSO






