Hubo un tiempo en que en Ibiza la delincuencia pasaba prácticamente desapercibida. A veces se producían pequeños hurtos, robos y otros delitos, pero la sensación de que aquí nada podía ocurrirte era prácticamente generalizada. La gran salvedad eran las drogas, que circulaban en los ambientes nocturnos con inusitado frenesí y también en algunos barrios marginales en los que se refugiaban los drogadictos locales. Sin embargo, las familias residentes, a veces de manera equivocada, percibían el problema como si no fuera con ellas.
En aquellos tiempos de los ochenta, los noventa y los albores del presente siglo, la geografía de una isla tan pequeña como la nuestra constituía un reto para los narcotraficantes que se dedicaban a trasladar el género a la isla, al considerar nuestro territorio como una ratonera por su limitada geografía y también por el hecho de que entonces todo el mundo se conocía y mantener determinados secretos resultaba extremadamente difícil.
Con el tiempo, la situación ha evolucionado por completo y la delincuencia ha acabado multiplicándose por diversos factores. Por un lado, hemos experimentado un insólito crecimiento poblacional, pasando de unos 60.000 habitantes en 1980 a más de 160.000 en la actualidad; mucho más del doble. Obviamente, a más población, mayor delincuencia, y los medios para combatirla no han registrado, ni por asomo, una progresión similar. En una isla tan poblada y con un turismo masivo, que se mantiene a lo largo de más de medio año –y no sólo durante tres o cuatro mes como antaño–, permite a la delincuencia organizada pasar desapercibida y actuar a menudo sin ser identificada o ni tan siquiera detectada.
Pero existe otro factor aún más determinante a la hora de incrementar los índices de inseguridad en la isla: el cambio de modelo turístico, que ha atraído a millonarios de todo el mundo. Gente que viene a pasar unas vacaciones en la isla a todo tren, con grandes cantidades en efectivo en los bolsillos y luciendo joyas, relojes, coches de alta gama y otros bienes de gran valor, y que también se dedican a alquilar e incluso adquirir grandes villas en las que pasan estancias incluso fuera de la temporada estival. En paralelo y atraídas por el fenómeno, han desembarcado en la isla una legión de bandas mafiosas, que se han especializado en dos cuestiones: proporcionar a estos turistas de alto standing todos los servicios que demandan en sus tempestuosas vacaciones (drogas, prostitución…) y también en apropiarse de sus objetos de lujo.
Algunas de estas mafias comenzaron viniendo de vacaciones y, al descubrir las enormes posibilidades para delinquir que ofrecía la isla, decidieron establecerse en ella e invitar a sus compinches, multiplicando la presencia de una delincuencia internacional mucho más especializada, preparada y expeditiva que la anterior. Ahora se producen robos con intimidación y violencia en las casas y en los negocios, intentos de secuestro, levantamiento de relojes de alta gama, refriegas entre bandas y toda clase de delitos de los que antes no habíamos ni oído hablar.
Podemos afirmar, en consecuencia, que el denominado turismo de lujo y fiesta no sólo ha provocado una crisis brutal en el sector inmobiliario, que ha dejado a miles de trabajadores y residentes sin hogar, obligándoles a marcharse de la isla o a vivir en infraviviendas, al igual que la progresiva desaparición de negocios locales que se identificaban con nuestra cultura y el encarecimiento brutal de la vida, afectando a todos y cada uno de los residentes. También ha traído un incremento exponencial de la delincuencia y el asentamiento de mafias de todo tipo que antes no se acercaban a la isla o únicamente venían de vacaciones. El hampa ibicenca, por supuesto, no se dedica en exclusiva a la delincuencia pura y dura, sino que blanquea el dinero opaco que generan sus actividades ilegales adquiriendo propiedades inmobiliarias y abriendo negocios legales, de forma que cada vez está más inmersa en nuestra sociedad.
A todo ello debemos añadir un fenómeno reciente, vinculado también al tráfico de drogas: ahora Ibiza ejerce como punto de entrada para distribuir estupefacientes hacia el resto de España y Europa. Hemos pasado, por tanto, de una situación en que los narcotraficantes jugaban al gato y al ratón con las fuerzas del orden para introducir sustancias ilegales en la isla a gozar de una sensación de impunidad de tal calibre que ahora resulta más sencillo introducir la droga en nuestro territorio y de ahí exportarla al resto del continente.
Así ha quedado demostrado en distintas operaciones realizadas en la isla por las fuerzas de seguridad del Estado. Una de las más recientes, denominada Enroque-Manso y desarrollada en Ibiza y Mallorca, permitió detener el año pasado a 76 personas, entre ellas un inspector de la Policía Nacional y un abogado, e incautar un millón y medio de euros, casi 700 kilos de cocaína y 2.500 kilos de hachís, entre otras sustancias. Según los investigadores, la organización actuaba como puente logístico para el tráfico de drogas desde el norte de África hacia el archipiélago y, de ahí, al resto de Europa. Estos días, por cierto, se ha publicado que la defensa de los encarcelados ha solicitado su inmediata puesta en libertad porque, al parecer, se dictó una prórroga de las investigaciones fuera de plazo, lo que invalidaría todas las actuaciones posteriores. De confirmarse este extremo, la chapuza es inaudita y cabe preguntarse a qué responsabilidades legales deben enfrentarse los responsables.
También nos enteramos, en plena dana Alice, que una lancha perteneciente a un grupo de narcotraficantes había quedado varada en Platja d’en Bossa con más de 500 kilos de cocaína a bordo y, estos días, se ha publicado también que un negocio de coches de lujo de la isla servía como tapadera para introducir droga oculta en compartimentos escondidos de estos vehículos. Y es sólo la punta del iceberg.
La isla, en definitiva, es un coladero y no hay, ni por asomo, suficientes efectivos policiales ni medios económicos para revertir la situación. Y en caso de lograrse un incremento exponencial de policías y guardia civiles especializados en esta cuestión, ¿dónde residirán si no hay casas disponibles? Vivimos en la isla de las contradicciones y sin soluciones a la vista.
@xescuprats






