Laura de Grinyo (Ibiza, 1989) encontró hace cinco años su vocación vital en la cerámica. La marca Loewe se fijó en sus piezas y la primera vez que se mostraron en público fue nada menos que en la galería Harrods, en Londres. Desde entonces, su obra no ha dejado de despertar atención mientras ella seguía ampliando su universo creativo. Partiendo de sus inicios como artesana ceramista, Laura de Grinyo se consolida ahora como artista con Forma y Espíritu, su primera exposición individual, en la galería Parra & Romero de Santa Gertrudis, Ibiza (apertura este sábado 6 de diciembre de 18 a 21 horas).
La primera impresión del espectador ante sus esculturas es la de hallarse ante piezas surgidas de un hallazgo arqueológico de una civilización perdida. La segunda sensación que nace es la curiosidad al distinguir elementos que todos conocemos: la embocadura de lo que parece una flauta, orificios para colocar las yemas de los dedos: ¿son instrumentos musicales? La sorpresa llega al saber que sí, que son piezas sonoras pero que no es necesario ser músico para explorar sus sonidos. Basta la propia respiración para que hablen. Es cerámica, es arte y es música. Instrumentos inventados por De Grinyo, que, a la vez, se inspiran en piezas de diferentes culturas. La artista tiene entre sus manos una de sus creaciones, bautizada como Bella Hílaros, y hace brotar un sonido que eriza la piel. Grave y triste.
Una muestra, en suma, que une cerámica, sonido, espiritualidad y tradición, fruto de un proceso de investigación íntimo y radicalmente personal. Desde el taller del sobrino legendario Daifa, donde dio sus primeros pasos como ceramista, hasta el hallazgo casi mágico del sonido dentro del barro, de Grinyo convierte la materia en un espacio de resonancia interior. En esta conversación —honesta, luminosa y profundamente reveladora— repasa su recorrido, la colaboración con el músico Héctor Koa y la importancia del legado cerámico de Ibiza en su obra.
—Primera exposición individual y, además, en Ibiza y de la mano de un galerista como Guillermo Romero… ¿Qué sensaciones tiene?
— Estoy muy ilusionada, muy agradecida por todo el apoyo de Guillermo y del equipo de la galería. Estoy fascinada con tener a mi lado a una persona como Alejandra Navarro [comisaria], que me ha ayudado en todo el proceso desde el inicio. Yo vengo de un recorrido más relacionado con la cerámica y el diseño, y tenía la necesidad de explorar terrenos más artísticos, donde sacar emociones más internas. Ella me ha ayudado a centrarte y a dirigirme de una manera más coherente, porque, si no, como artista, a veces divagas.
—¿Podemos decir que empezó como artesana con Ladio Ceramics y ahora ya se define como artista?
— Sí. Yo no me quiero desvincular de ser artesana porque, al final, artesana es la persona que trabaja con las manos… siempre voy a ser artesana y me parece un oficio maravilloso y noble. Y, al mismo tiempo, creo que la artesanía no tiene ese punto de ego que genera el solo hecho de llamarme artista. Yo me siento artista porque descargo información de algo más… desde arriba. Considero que el artista no es el autor: simplemente somos canales. Entonces yo me considero un canal. Así te quitas peso y responsabilidad. Las piezas de esta colección van hacia la música, de modo que ha habido una conexión con otra faceta artística que me apasiona: el sonido y su poder de conmoverte como ninguna otra cosa puede. No he inventado la cerámica instrumental, que viene de siglos atrás: lo que he hecho ha sido un estudio profundo de instrumentos aborígenes para entender cómo abrir canales de sonidos.
—¿Cómo empezó ese camino?
— Mientras creaba colecciones de cerámica utilitaria, de diseño, me di cuenta de que, al abrir el horno, las piezas hacen un sonido de vitrificado, como campanitas. Luego, para ver si una pieza ha crujido por dentro, le das un golpecito y cada tamaño hace una sonoridad diferente y notas diferentes. Cada pieza tiene su voz propia. Soplando para quitar el polvo o para ver dentro de un jarrón, te responde una nota. ¡Una nota! No todas, una. A partir de ahí empezó mi fascinación por sacar esas voces.
— ¿Las piezas tienen alma?
— Siempre he pensado que las piezas tienen un alma. Hago un proceso tan íntimo con ellas que un pedacito de ti está ahí, y, al mismo tiempo, ellas tienen su individualidad.
—¿Y esa dimensión espiritual?
— En culturas precolombinas se cree que el fuego, el final del proceso, ayuda a la pieza a decidir si se quiere materializar en este plano o romperse y volverse a ir. Hay un misticismo constante.
—¿Entra en un estado especial durante el proceso creativo? ¿Hablaría de trance o es exagerado?
— Tiene que haber una comunión entre tus movimientos y tu mente. Hay una coreografía en las manos. Cuando estoy distraída, no va. Los procesos mecánicos me ayudan a entrar en una meditación activa.
—¿Cómo se relaciona el público con sus piezas sonoras?
— Son esculturas sonoras. No tienes que ser músico. Conectas a través de la respiración… y todos respiramos. Es una relación uno a uno. Según cómo soples, cómo levantes los dedos, salen diferentes notas. Entras en un proceso meditativo: estás aquí y ahora.
—¿Se pueden tocar melodías?
— Sí, salen melodías. Puedes jugar muchísimo. La idea es que hagas un intercambio con la pieza. Cada una tiene su personalidad, un alma distinta. El músico ibicenco Héctor Koa ha sido clave en este proyecto. Héctor me ha ayudado a ser más concreta con las tonalidades y las variaciones. Ha sido fundamental. Él ha testeado y estudiado cada pieza. Estoy súper agradecida.
—Y hacen juntos un viaje sonoro el 13 de diciembre.
— Él será quien guiará y yo lo acompañaré. Cogerá cada pieza y viajará con ella. No todas, pero sí una selección de todas las familias: globulares, tubulares, traversas, dobles y unas que son mezcla de percusión y viento inspiradas en los udus africanos.
—Estas piezas vienen de instrumentos rituales ancestrales. ¿Le interesa la espiritualidad?
— Los aborígenes utilizaban instrumentos de barro para estados de conciencia elevados… así que tienen un carácter ritual. La exposición se llama Forma y Espíritu porque nosotros también somos forma y somos espíritu. Me interesan los estudios de espiritualidad y cosmovisión. Me gusta la idea del doble de Jean Pierre Garnier Malet: un “yo” alterno, imperceptible pero real, que coexiste en otro “tiempo” paralelo al nuestro. Los momentos de inspiración nacen cuando tú y tu doble estáis conectados. A través del proceso de creación he buscado conectar con ese doble. No es necesario ser artista, los momentos de conexión los tenemos todos…
—Pero la sociedad actual vive desconectada de la espiritualidad y ‘conectada’ en lo digital. ¿Cree que nos perjudica vivir en un mundo tan tecnológico?
— No estoy en contra de la digitalización, pero tiene que estar conectada, sin perder el horizonte de lo biológico, de que somos seres orgánicos. Vivimos en la era de la inteligencia artificial, y su llegada era inevitable… pero siempre debe estar al servicio de nuestra humanidad. Yo toco el theremin, uno de los primeros instrumentos de música electrónica, y trabajo con sintetizadores. He crecido en Ibiza y he respirado la música electrónica desde niña. Para mí, los sintetizadores son solo una herramienta más; seguimos siendo seres biológicos.
—Hemos entrado de lleno en la exposición, pero nos falta hablar de los orígenes de una carrera que ha sido meteórica y que la ha llevado a exponer en capitales europeas y a trabajar con interioristas de referencia. ¿Cómo llegó a la cerámica?
— Estudié Diseño de Moda y Dirección de Arte en Barcelona. Quería estudiar Bellas Artes pero en mi entorno me llevaron a hacer algo con más base y un futuro más estable, por protección. Pasé por empresas… pero no era lo mío y creé el proyecto Ladio, el alter ego con el que mostraba lo que hacía: fotografía y moda. Creaba ropa con pequeños talleres de Ibiza y Barcelona. Me interesa el mundo textil pero, sin un inversor, se hacía tedioso. No estaba funcionando, a pesar de que yo ponía todo de mi parte. Así que, tras apostar por la moda… me desenamoré y me puse a explorar. Un día mi hermana me propuso hacer un curso en el estudio de Adrián Ribas, sobrino de Daifa (Sa Teulera). El curso duraba 20 días… y ya no quise irme. En la pandemia limpié mi estudio, que utilizaba para todos mis proyectos, y decidí comprar un torno, un horno y una estantería con mis ahorros. Pronto comencé a mostrar lo que hacía en redes sociales y, al año, me contactó Loewe para crear una colección y llevarla a Harrods en Londres. No me lo creía. Mi primer punto de venta fue Harrods y no puedo más que estar agradecida con el equipo Loewe por apostar por mí. Eso despertó interés y abrió las pruebas a proyectos maravillosos con interioristas como Carmen Straatsma o Isita Home, de Isabel Llanza e Isabel López-Quesada… eso me permitió seguir explorando mientras respondía a las necesidades de cada proyecto. También me llevó a exponer en Milán, París, Barcelona, Madrid, Ginebra… en diversas colectivas [Financial Times, Vogue, Elle, Harpers Baazar, Hola! o Condé Nast son algunos de los medios de comunicación que se han hecho eco del trabajo de Laura de Grinyo].
—¿Qué papel juega Ibiza en su obra?
— Me siento muy vinculada a este lugar. He crecido en una isla en la que la cerámica está muy presente: ánforas, las figuras de pagesitas y los Daifas… casi como figuras protectoras. Y el color de la tierra roja de aquí tenía que estar en mi primera exposición.
—¿Emplea barro de la isla?
— Recolecto barro salvaje de aquí para engobes y pátinas. No puedo hacer toda la pieza con él porque tiene mucha arenilla, chamota, que dificulta hacer agujeros y trabajar con el viento… pero sí lo incorporo. He usado arcilla de Cataluña porque parte de mi familia está allí.
—La cerámica es físicamente exigente. ¿Cómo trabaja?
—Cada día voy al taller, soy una obsesa, pero es verdad que hay días que fluye más y otros que fluye menos. Cuando mejor trabajo es de noche. Soy un vampiro [ríe]. Al principio me machacaba mucho pero el cuerpo manda e intento escucharlo. La inspiración te llega trabajando y siempre hay trabajo que hacer en un taller… hay que estar activo. La cerámica necesita que tengas el cuerpo fuerte. ¡Nunca pensé que haría pesas! [ríe] Hay que cuidar articulaciones, manos, espalda… Y cuento con la ayuda de mi asistente, Tasya Menaker. Es mi mano derecha e imprescindible para el trabajo en el taller.
—¿Qué encontrará el visitante en Forma y Espíritu?
— Una experiencia íntima. Habrá una ambientación sonora, un soundscape para escuchar cómo suenan las piezas, y un código QR para oír la voz de cada una, porque es imposible que los asistentes puedan tocar las piezas en la inauguración. Pero queremos que sea lúdico. Cada pieza es única y, cada vez que la toques, será una experiencia irrepetible. Muchas están conectadas con la frecuencia del corazón, con frecuencias celestiales que se utilizan en estados meditativos o de sanación. Hay un estudio detrás de cada pieza, aunque, insisto, no tienes que ser músico para sacar su voz.
—¿Qué le gustaría explorar en el futuro como artista?
— Quiero seguir con este recorrido sonoro-cerámico. Y me gustaría también trabajar con comunidades, hacer algo social, trabajar con la memoria y el sonido: con niños, con ancianos, con personas con Alzheimer. A mi abuela, que había perdido la memoria, la traía de vuelta cantándole su canción favorita. La música nos conecta.
Para finalizar la entrevista, pedimos a Laura de Grinyo que haga sonar una de las piezas. Escoge Bella Hílaros y el sonido que brota conmueve de inmediato.
—¿De dónde viene el nombre Bella Hílaros y cuál es su significado?
— Bella Hílaros es una invención parcial inspirada en el griego antiguo. El término está relacionado con Hilariae, que procede del latín hilaris. En este caso no significa “alegre”, sino que se usa en un sentido irónico o ritual, vinculado a la teatralidad propia de los funerales romanos. Las hilariae eran mujeres que acompañaban los cortejos fúnebres. Su papel consistía en llorar y gritar de forma ceremonial, rasgar sus vestiduras o golpearse el pecho, reforzando así el carácter público y comunitario del duelo.
—¿Por qué la elección del género masculino en Hílaros?
—Lo he hecho masculino porque el sonido de la pieza es grave y me interesaba reivindicar la idea de que lo masculino también puede acoger el acto de llorar. Para mí, hilar es una manera de “hilar el dolor común”. El instrumento se basa en una reinterpretación de un instrumento de la cultura andina llamado huaca. A su vez, la palabra huaca significa “lugar sagrado”, lo cual añade otra capa de sentido al objeto.
