Es el ágora de Vila. El lugar donde cada día, muchos vecinos -en su mayoría jubilados- se reúnen, se encuentran, pasan revista a sus males y se hacen compañía. Como si fuera una nueva Atenas, todas estas voces se encuentran en el Parque de la Paz, una discreta zona verde ubicada donde antiguamente estuvo el campo de la SD Ibiza. Quizás aquí no encontremos a nadie con la oratoria de Demóstenes, quizá aquel hombre que habla solo en un banco no tiene la clarividencia de Diógenes, ni tampoco encontremos un Sócrates que enseñe a sus alumnos a pensar por sí mismos, pero todas las voces que hay en este rincón son igual de valiosas, pertenecen a vecinos de esta ciudad, unas más del amplio mosaico que conforma la sociedad.
Sentados tranquilamente, cuatro jubilados ven la vida pasar. Prefieren no decir sus nombres -es algo que se repetirá- pero no tienen problemas en hablar. “Vengo aquí casi todos los días”, dice uno de ellos, que explica que vive en Sa Colomina: “Y lo primero que hacemos es preguntar cómo se encuentra cada uno, como vamos de nuestros males. Cuando hace varios días que alguien falta, malo. Ahora estamos preocupados porque hay un compañero nuestro que está mal”. “Sí, estamos pendientes los unos de los otros”, completa otro.
Señalan que no tienen temas tabú, aunque no les gusta demasiado hablar de política: “Hoy no ha venido el que es de Vox, ¡y qué pesado es!”, comenta uno de los jubilados. “El que habla de política no está hoy. Ese está cabreado con los migrantes, está siempre enfadado. Mira, yo una vez hablé con Pedro Sánchez. Fue cuando el Rafa Ruiz se lo trajo a una campaña electoral, lo fui a ver”. “Yo prefiero no hablar de política”, dice otro. En lo que sí coinciden es en hablar de fútbol: “Sobre todo cuando pierde el Barcelona”. Todos ellos son nacidos fuera de la isla, aunque llevan décadas viviendo en el barrio.
A pocos metros, encontramos a otro grupo de hombres. Prácticamente, no hay mujeres en estos corrillos de jubilados. A diferencia del grupo anterior, estos hombres son nacidos en la isla y se expresan en ibicenco. El tema favorito también es hacer inventario de los achaques, y todo ellos han llegado a una conclusión: “Para la edad que tenemos, no estamos tan mal”, presume uno de ellos. Están contentos porque ya han cobrado la paga y el 24 de diciembre recibirán otra paga extra: “¡El 24 nos dan la seguna! ¡Así que se celebra bien la Nochebuena!”.
Coinciden en que no les gusta la política: “Cuando en la tele hablan de política, cambio de canal. Está todo podrido”. “A mí se me enciende la sangre”, completa otro. Un tercero presume de que su hijo y su nieto tienen estudios aunque, por desgracia, eligieron el oficio de periodista: “Tengo al hijo trabajando en IB3 y al nieto en el Periódico, quizás les conozcas”-.

Música para los jubilados
Entre estos dos grupos, encontramos un puesto de voluntarios de la Cruz Roja que se instala aquí todos los viernes. Me atiende Rosa Fuentes, administrativa, quien explica que, como recientemente se celebró del Día del Migrante, proponen a la gente que nació fuera de la isla que escriba en un post-it su ciudad de nacimiento y qué ha sido lo mejor de su estancia la isla. Después, este post-it se añade a un tablero de corcho donde todos los mensajes se unen con un cordel de color rojo.
“Es para simbolizar que Ibiza unió a todas estas personas migrantes”, explica Fuentes, de origen migrante también, y señala que la mayoría de personas que se acercan al puesto son “adultos mayores que están solos. De hecho, hacemos muchos acompañamientos a personas que están solas. También, por las noches, hacemos el reparto de alimentos a personas con necesidades”.
No solo eso, sino que también se han traído un altavoz en el que suenan pasodobles y coplas, para delicia del primer grupo de jubilados con el que hemos hablado, todos ellos de origen andaluz.
Junto al estanque que hay a un lado del parque, cerca del mausoleo romano, hay media docena de hombres que muestran claros síntomas de embriaguez. La mayoría tienen latas de medio litro de cerveza en la mano. En su mayoría, también son jubilados. Me miran con desconfianza y se apartan, aunque dos de ellos no tienen problemas en atenderme.
“¿De qué hablamos? Bueno, de tonterías. Nos preguntamos dónde trabajaste tú, donde trabajé yo, en qué empresa estábamos”, explica. Sobre el Parque de la Paz como lugar de encuentro explica que “hay de todo, aquí nos juntamos muchos. Los hay de buenos y los hay de malos, como esos de allá”, comenta mientras señala un grupo de hombres migrantes que está a pocos metros, y que también presentan síntomas de embriaguez.
Cuando se relajan, los hombres bromean entre ellos sobre quién tiene más pelo y los calvos son objeto de burlas. Un jubilado, muy mayor, proclama con euforia que este mes tienen paga doble: “Yo la primera paga ya me la he gastado en putas”, dice, no sabemos si expresando una realidad o más bien una bravuconada.
Ecos de un mundo desaparecido
Mucho más tranquilo está Ginés, un octogenario murciano -nacido en Alhama de Murcia- que recuerda sus historias con otra mujer muy mayor, también octogenaria, quien ha acudido con su cuidadora, de origen ecuatoriano. Ginés se ofrece a cantar una ‘parranda’, una variedad de seguidillas muy popular en la comarca de la huerta de Murcia. “Después de la guerra prohibieron cantar parrandas y la gente lo hacía en casa, a escondidas”, explica.
Al oír hablar de la guerra -o mejor dicho, de su terrorífica postguerra- el rostro de la mujer cambia, como si una nube negra se instalara sobre sus ojos, y le dice a su cuidadora que se quiere ir. “En su familia seguro que lo pasaron mal. Había historias terribles”, comenta Ginés, cuyo buen humor está a prueba de malos recuerdos. Explica que llegó a la isla en 1960: «Para hacer la mili. Yo estaba en Can Ventosa, en un depósito de intendencia”. En el servicio militar aprendió a conducir camiones, y eso le sirvió para encontrar un trabajo en el puerto: “Descargué el primer camión con bolquete de la isla”, dice con orgullo.

Pero Ginés también tiene vívidos recuerdos de su infancia. En ese época, anterior a la televisión y en la que todavía había mucho alfabetismo, especialmente en las zonas rurales, las noticias y los sucesos se transmitían de manera oral, a través de romances. Él se sabe muchos de memoria, como la historia de un tipo a quienes le robaron unas mulas: “Es que en esa época las mulas valían mucho dinero”. Y Ginés nos regala esta muestra de cultura popular de transmisión oral, una cultura sentenciada a desaparecer pero que, en un banco del Parque de la Paz, mantiene un aliento de vida:
“En los barrancos de Gebas se ha cometido un robo mayor,
que le han robado las mulas aquí a mi vecino Antón.
También llevaban una pava para comérsela con arroz,
pero no se comieron la pava, ni tampoco el arroz,
que los pilló mi tío Pepe el Quinto
a la entrada de Alcantarillas y a la salida del sol.
Y el tío Antón con sus mulas, muy contentos, se les quedó
y para celebrarlo, mi tío el tío Antón
y mi tío Pepe el Quinto
se bebieron una roba de vino
y para hacer boca un jamón.
Aquí acaba la poesía de las mulas del tío Antón, que va escrita por Ginés.
Si no ha salido mejor es porque no ha podido ser”.






