@Julio Herranz/ Metidos de coz y hoz en los días más ‘señalados’ de la cosa, no quiero eludir el dato saliéndome por la tangente de la indiferencia (que es lo que practico entre las amistades y familia, con escasas excepciones), hablando, por ejemplo, de los encantos del invierno para los poetas frioleros, entre los que me cuento. Nací en un helado día de enero, y eso marca el carácter. Así, haciendo abstracción de mi inquina personal hacia el festejo, intentaré ponerme en la piel de un sociólogo con curiosidad antropológica para empatizar con la atracción fatal que la Navidad tiene para los ciudadanos de nuestro entorno judeo cristiano. Simple morbo, si quieren, porque, como diría un clásico, si soy humano, nada humano me es ajeno.
¿Qué habría desayunado la criatura para entrar en semejante arrobo casi místico entre yogures, leches, flanes y tocinitos de cielo? El angelito tenía las endorfinas a tope, ensimismado en su trance.
Y en tal contexto, he llegado a la conclusión de que si estas fiestas tienen algo de poesía, los únicos que saben sentirla con la inocencia necesaria para que no suene a farsa social son los niños. La ‘revelación’ me vino hace unos días mientras hacia mi compra semanal en un Mercadona. La banda sonora con la que machacan a los clientes es, por supuesto, de villancicos, los más rancios y previsibles. Tan hartito me tenían, que ya pensaba usar en mi próxima visita unos buenos tapones para los oídos, o unos auriculares con música alternativa. Pero al pasar por el pasillo de los lacteos, me topo con un crío de unos cinco añitos que a pleno pulmón cantaba: «A Belén pastores, a Belén chiquillos, a adorar al rey de los pastorcillos». O algo así. Y lo hacía con una alegría y un entusiasmo de tan clara y gozosa felicidad, que me quedé mirándole con la curiosidad científica de un entomólogo. ¿Qué habría desayunado la criatura para entrar en semejante arrobo casi místico entre yogures, leches, flanes y tocinitos de cielo? El angelito tenía las endorfinas a tope, ensimismado en su trance, y pasaba del abundante personal que le circundaba; y de sus mayores, que no ví a su lado, hasta que una voz femenina algo histérica gritó desde otro pasillo: «¡Javi, me tienes harta con los villancicos de las narices; que te calles de una puta vez!». Y al momento apareció la madre, seguida de un sonrojado marido que empujaba el carrito, le dio un cachete a la criatura, le agarró con fuerza de la mano y, sin prestar la más mínima atención a la gente que la miraba con reproche, la nada sagrada familia se perdió entre la multitud con el pobre crío llorando.
Una imagen que no se me iba de la cabeza por su elocuente resumen de lo que son estas ‘entrañables fiestas familiares’: tensión entre los mayores, que no dan abasto para cumplir con el abrumador programa que les exige la dichosa celebración, lo que hace que los nervios salten fácilmente al menor contratiempo de sus previsiones y deseos; y alegría general en la infancia, encantada y feliz de estar de vacaciones y, mayormente, mimada con sobornos y regalos para que no den mucho la lata y sepan comportarse como es debido en las reuniones obligadas de la salida y entrada de año. Niños cuyas caritas nos encandilan por su inocencia, que cada vez pierden más pronto; y que nos llevan a rememorar en un salto sin red nuestra propia infancia, antes de que fuéramos arrojados por los inclementes vientos de la edad de aquel espejismo del paraíso.
Acaso ése sea el motivo por el que, desde hace ya algunos años, uno milite en el Frente de Liberación Anti Navideño (FLAN); militancia que empecé como una broma en el añorado Última Hora, frente a los colegas entusiastas del asunto, los del Frente Pro Navideño (FREPRONA).
Lástima que no se cumpla tanto como debiera ese dicho solidario de que el niño es el padre del hombre (y la niña la madre de la mujer), tan poético y lúcido. Acaso ése sea el motivo por el que, desde hace ya algunos años, uno milite en el Frente de Liberación Anti Navideño (FLAN); militancia que empecé como una broma en el añorado Última Hora, frente a los colegas entusiastas del asunto, los del Frente Pro Navideño (FREPRONA); y que aún defiendo, con mis habituales contradicciones, en twitter y facebook. Por lo tanto, no esperen que les felicite las fiestas, aunque lo haga a menudo para no tener que dar explicaciones a la gente en general del por qué de mi disidencia navideña.