La UD Ibiza sigue en caída libre. El conjunto celeste no gana ni a los rivales de su categoría ni a los de una inferior. En esta ocasión, el desastre se consumó en Quintanar del Rey, donde el equipo ibicenco cayó eliminado de la Copa del Rey ante un rival de Segunda RFEF, colista de su grupo para más Inrit, ras empatar 1-1 y perder en la tanda de penaltis.
El encuentro comenzó con esperanza. Ernesto adelantó a los ibicencos en el minuto 12, pero la alegría duró poco. Cinco minutos después, el Quintanar del Rey igualó de penalti y el marcador ya no se movería más.
Ni durante el resto del tiempo reglamentario ni en una prórroga que evidenció el agotamiento físico y la falta de ideas del conjunto isleño. En los compases finales, el Ibiza ofreció una imagen preocupante: sin garra, sin ritmo y sin ambición. La lotería de los penaltis acabó haciendo justicia.
Más allá de la eliminación, el golpe para el proyecto es moral. El Ibiza se ha dado de bruces con la realidad. No es el equipo que se vendió al inicio de la temporada. Ni con Jémez ni con Álvarez —ni con quien venga—, el cuadro celeste parece capacitado para cumplir el objetivo del ascenso. Y eso, pese a contar con una de las plantillas más caras de la categoría.
El problema, a la vista de todos, no parece de banquillo, sino de vestuario. Hay jugadores con pasado en categorías superiores, sí, pero varios de ellos dan la sensación de estar más cerca de la jubilación que del compromiso competitivo. Lo que sobre el papel debía ser un equipo ambicioso se ha convertido en un grupo sin identidad ni hambre.
La eliminación en Quintanar del Rey no solo supone el adiós prematuro a la Copa del Rey, sino que deja al Ibiza frente al espejo, que refleja una realidad incómoda: talento caro, pero sin rendimiento; promesas de ascenso, pero fútbol de andar por casa.





