Dormir mal, desconectarse, aislarse, frustrarse, dejar de comunicarse y perder la capacidad de concentración. Son solo algunas de las consecuencias que provocan las pantallas —y, en especial, el teléfono móvil— en cientos de menores que pasan cada día horas conectados, sin supervisión ni regulación adulta. En Ibiza, durante 2024, el Centro de Estudios y Prevención de Conductas Adictivas (CEPCA) del Consell Insular atendió 53 nuevos casos de menores con conductas de riesgo. De ellos, un 38 % acudió por problemas relacionados con el uso de pantallas, frente al 32 % por consumo de sustancias. “Son cifras que reflejan una tendencia muy clara: cada vez más menores llegan con conductas adictivas relacionadas con la tecnología”, advierte Belén Alvite, directora del CEPCA. “Y no hablamos solo de una cuestión de horas frente a una pantalla, sino de consecuencias profundas en el desarrollo emocional, cognitivo y social”, subraya.
La tendencia se mantiene también en 2025. A mitad de año, el CEPCA ya ha atendido 86 nuevos casos de menores con conductas de riesgo, una cifra que supera con creces los registros del año anterior. La mayoría de las derivaciones siguen llegando desde el entorno educativo (43 %), en gran parte gracias a los programas de prevención y detección que el centro desarrolla desde hace más de una década en los colegios de la isla. También hay familias que acuden por iniciativa propia (32 %), así como casos remitidos desde Servicios Sociales (10 %) o desde Salud Mental infanto-juvenil (7 %). Aunque el desglose por tipo de problemática todavía no está cerrado, desde el CEPCA advierten que los casos relacionados con el uso excesivo del móvil y otras pantallas siguen siendo una constante preocupante.
Afecciones en la infancia
El impacto de la tecnología empieza antes de lo que muchos imaginan. “Este año hemos comenzado a intervenir incluso en escoletas de 0 a 3 años, porque los profesionales detectan que los niños llegan al centro en el carro mirando a pantalla”, relata Alvite. El problema es que “el 95 % de las conexiones neurológicas que se dan en el cerebro humano ocurren antes de los cinco años, y para que se formen necesitan tacto, mirada, contacto físico. Las pantallas no ayudan nada en ese proceso”, explica.
Estas carencias se traducen más adelante en dificultades de lenguaje, de atención o de regulación emocional. Muchos escolares, señala, tienen hoy “problemas para mantener la atención en un simple cuento, porque están acostumbrados a estímulos rápidos y potentes». En su opinión, «los equipos de atención lingüística son cada vez más necesarios en los centros».
Entre los adolescentes, el exceso de pantallas afecta directamente a la autoestima. La comparación constante en redes sociales, la búsqueda de validación y la exposición pública sin control son algunos de los factores que están detrás de un aumento de la vulnerabilidad emocional. “Vemos a diario chicos que se sienten profundamente insatisfechos con su vida, con su físico, con lo que hacen o con lo que tienen, simplemente por compararse con lo que ven en redes”, explica la directora del CEPCA.
El problema se agrava cuando esa exposición se convierte en dependencia emocional. “Un adolescente ya es vulnerable por definición —añade—, pero si a eso le sumas una exposición diaria a la opinión de miles de desconocidos, las consecuencias en la salud mental se multiplican”, advierte.
Pornografía como referente educativo
Uno de los efectos más alarmantes del uso descontrolado de la tecnología está afectando directamente a la forma en que los adolescentes construyen su sexualidad. La falta de una educación afectivo-sexual adecuada, sumada al acceso ilimitado y cada vez más precoz a la pornografía, está creando un modelo distorsionado, violento y profundamente desconectado de la realidad. “Hay chicos que nos dicen que no pueden mantener relaciones sexuales si no están viendo pornografía al mismo tiempo”, alerta Alvite, quien relata alarmada cómo también hay muchas chicas que preguntan en consulta si es normal no disfrutar de ciertas prácticas violentas, porque sus parejas les dicen que «debería» gustarles.
Según explica, la pornografía se ha convertido en el principal referente educativo de muchos jóvenes en ausencia de información y herramientas críticas. “El problema no es solo el acceso temprano —señala—, sino que está moldeando patrones sexuales cargados de violencia, desigualdad y presión«. Las consecuencias: frustración, relaciones tóxicas y vivencias sexuales desconectadas.
La entrada del móvil en los hogares ha alterado también la convivencia familiar. Muchas familias, dice, aseguran haber vivido episodios de violencia al intentar limitar su uso. “Estoy segura de que, si preguntas a la Policía Local o Nacional por las intervenciones por peleas entre padres e hijos, muchas están relacionadas con el teléfono móvil. Discuten porque los padres apagan el Wifi o intentan quitarles el dispositivo”, explica.
En otros casos, la dificultad radica en mantener unas normas coherentes. “No se puede dejar al niño diez horas con el móvil y al día siguiente quitárselo bruscamente porque te has saturado. La pauta debe ser constante, con normas claras y comprensibles para ellos. Y esto cuesta mucho”, asegura.
A juicio de la experta, nada de esto es casual, ya que «las plataformas están diseñadas para generar dependencia». “Sabían perfectamente lo que hacían”, asegura Alvite. “Las redes sociales se construyeron con asesoramiento de universidades especializadas en comportamiento humano. Se diseñaron para estimular el sistema de recompensa del cerebro, que es donde se consolidan las adicciones”, asegura.
El resultado es una generación atrapada en sistemas que saben exactamente cómo captar su atención, activar su dependencia emocional y estimular su impulso de consumo. “Si las redes no tuviesen ‘likes’ ni notificaciones, no generarían ese nivel de adicción. Pero están pensadas para eso. Y no les ha importado convertir a menores en consumidores desde la infancia”, critica Belén Alvite.
Frente a esta realidad, Alvite subraya que el papel de las familias es más importante que nunca. La tecnología ha desbordado muchos hogares, pero cuando los adultos recuperan el control, los efectos positivos se notan. “Cuando los padres se ponen firmes, el cambio se nota. Al principio hay conflicto, claro. Pero cuando ejercen ese liderazgo, cuando deciden no pasar por el sí, los menores se adaptan”.
Ese liderazgo, insiste, no tiene nada que ver con la imposición ciega o con una educación autoritaria, sino con una forma consciente de acompañar el crecimiento. “No hablo de autoritarismo, hablo de liderazgo. Si traes a un ser humano al mundo, es para educarlo, no para improvisar. Hay que prepararse para garantizarles un desarrollo saludable y una vida con sentido”, subraya. “La solución no pasa por prohibir la tecnología, sino por enseñar a usarla con criterio.Pero para eso, primero, los adultos deben asumir su responsabilidad”, concluye Alvite.