Hace ya casi una semana que se conoció la sentencia que declara culpable al sacerdote Juan Manuel de Souza Iglesias (ejerció en Ibiza de 1981 a 2021) de abusos sexuales a dos niños en Ibiza cometidos en la pasada década de los 2000-2010. Durante el juicio, el sacerdote reconoció los hechos. Además de estos dos niños, hay otras cuatro personas que relatan hechos similares sucedidos a lo largo de los años. Tres menores y un adulto en el momento de los hechos, cuyos casos no han llegado a la Justicia.
Una de ellas es José Juan, que tenía poco más de diez años cuando, a mediados de los años noventa (1994), sufrió presuntos abusos sexuales por parte del sacerdote. En su caso todavía tenemos que hablar de presuntos porque su caso, como el de otros, ha prescrito y nunca llegarán a juicio. Pero los recuerdos permanecen. Y también la herida. Sobre todo la del silencio.
Hoy, casi tres décadas después, valora con amargura la reciente sentencia que condena al mismo cura por dos casos ocurridos en los años 2000 en la diócesis de Ibiza que se parecen enormemente a lo que él sufrió. Tres años de prisión, que no cumplirá salvo que reincida. “Me parece una condena bastante suave para unos hechos que, según reconoce la propia sentencia, han causado daños permanentes a las víctimas”, lamenta José Juan. La cantidad económica también le parece baja (20.000 euros a cada víctima), “dado que el sacerdote y su familia cuentan con un patrimonio importante” en su Galicia natal y también en Canarias (o al menos lo tuvo durante un tiempo donde figuraba como administrador de una propiedad).
Su caso lo ha relatado a Noudiari: Acudía como tantos otros a la parroquia de San Pablo de Ibiza para ir a misa o asistir al Catecismo. Todo comenzó cuando sus padres entraron en el grupo del Camino Neocatecumenal (los llamados Kikos) de la parroquia, cuyas celebraciones eran dirigidas por el párroco denunciado. Los padres entablaron una relación de confianza con el cura y por ello enviaron al niño a confesarse con él en la casa parroquial, a solas.
En la primera visita sufrió tocamientos que empezaron por las piernas y siguieron «a sus partes más íntimas para, posteriormente, introducir sus manos por dentro del pantalón y realizar tocamientos íntegros» en sus genitales durante varios minutos.

Ante el comportamiento del sacerdote, el denunciante asegura que se quedó completamente desconcertado, en estado de shock y sin saber qué hacer. Lo contó a su entorno pero no le creyeron.
Pasados unos meses, volvieron a enviarle a confesarse a la casa del cura donde presuntamente se volvieron a repetir los abusos en idénticas circunstancias que la primera vez. En esa ocasión no contó nada a su familia porque no le creyeron la primera vez, según explica.
Ahora y a pesar de no formar parte del proceso judicial que ha desembocado en la condena, su voz cobra un peso emocional y testimonial importante. Él también denunció. Él también fue uno de esos niños que, como los ahora reconocidos por la justicia, sufrió en silencio lo que sucedía en el interior de la parroquia de San Pablo. Contó lo que le había ocurrido. Pero en su día no le creyeron.
José Juan apunta también a la omisión de quienes le rodeaban. “Nadie de las Comunidades Neocatecumenales de la parroquia de San Pablo —un grupo al que perteneció con su familia durante más de 20 años— se ha acercado jamás a decirnos: ‘Oye, siento lo que te pasó. No sabíamos nada. ¿Cómo estás?’”. Y es que las dos víctimas a las que se refiere la sentencia también pertenecían a los Neocatecumentales o Kikos.
También critica la respuesta institucional del Obispado de Ibiza, al que considera indiferente, cuando no cómplice por omisión. “El obispo me envió una carta llena de buenas intenciones, pero sin compromiso alguno. Yo no quería una palmadita condescendiente en la espalda. Quería justicia. Quería que se implicaran en esclarecer los hechos y en reparar el daño. No lo hicieron”, subraya y remarca que conocían muchos más casos de los que facilitaron a requerimiento del Defensor del Pueblo cuando elaborada un informe sobre el caso. Pero solo reportaron uno de los casos relacionados con Souza, además de otro ocurrido en el pasado.
Para José Juan, el silencio no es solo un acto de omisión, sino una forma activa de violencia. “No ha habido una corriente de indignación generalizada en Ibiza. La sociedad ha mirado hacia otro lado. Y eso es devastador”, sostiene. “Solo éramos un par de chavales», dice refiriéndose él y a Sergio Lleó, las dos personas que han hablado de sus casos públicamente, mostrando su rostro y su nombre, ambos sucedidos en los años 90. Uno en San Pablo y otro en la iglesia del Rosario donde, años más tarde, un adulto también denunció haber sufrido abusos sexuales. «No éramos nadie y así nos lo han hecho sentir”, subraya apenado pero con total dignidad. Él ha dado la cara saliendo en medios de comunicación como Noudiari o IB3 para denunciar los hechos. No le importó exponerse a pesar de las consecuencias.
En sus palabras se mezclan la decepción, la rabia contenida y una lucidez dolorosa sobre la sociedad que le vio crecer. “Ibiza es hoy una sociedad enferma, podrida de codicia y falta de empatía. Se han vendido el alma, el territorio y a sus propios ciudadanos. ¿Cómo iban a preocuparse por dos niños?”, se pregunta.
La sentencia al sacerdote ha sido un hito. Pero para víctimas como José Juan, el camino hacia la justicia —y sobre todo, hacia el reconocimiento y la reparación— sigue inacabado. Él no quiere venganza. Solo desea que se mire de frente a la verdad. Y que el silencio, al fin, se rompa.
«Él ha dado la cara saliendo en medios de comunicación como Noudiari o IB3 para denunciar los hechos. No le importó exponerse a pesar de las consecuencias.»
No son consecuencias, son represalias. Y no deberían suceder.
La vergüenza debería estar en la Iglesia. Desde el obispo al que pasa el cepillo.
Kote Cabezudo, Lluís Gros, los cientos de casos en la iglesia… Me llevan a pensar que lo mejor es cobrarse justicia. Y estar muy atento, especialmente con los que ayudan a niños desatendidos.