En una isla donde cada año toneladas de objetos útiles acaban en el vertedero de Ca na Putxa mientras muchas personas luchan por acceder a una vivienda digna, Christian Sarnelli y un grupo de colaboradores han puesto en marcha un proyecto que tiene todo el sentido: el Centro de Recuperación Creativa de Ibiza (CRC). No se trata solo de reutilizar materiales que otros desechan, sino de recuperar también valores: los de la artesanía, la creatividad y la conciencia social.
Esta idea no surgió ayer. Lleva más de cuatro años gestándose y desde el pasado septiembre ha dado sus primeros –y firmes– pasos. Lo único que necesita ahora (y no va a ser fácil, pero no es imposible) es un espacio físico de unas dimensiones adecuadas donde crecer, desarrollarse y desplegar todo su potencial.
Sarnelli, que ya tiene experiencia en convertir lo antiguo en arte (estuvo al frente de Weloveibiza Art-Car, coches vintage noventeros redecorados, que recorrían las carreteras de Ibiza como rent a car), está empeñado en que lo que para muchos es basura no acabe en Ca na Putxa, sino en el hogar de alguien que lo necesite o, por qué no, en una exposición. El Centro de Recuperación Creativa no solo busca dar una segunda vida a los objetos, sino también a ideas y valores que se están perdiendo: “Se recuperan cosas, pero también se recuperan valores”, resume.



La visión es clara: crear en Ibiza un centro cultural donde los objetos recuperados en buen estado –procedentes de las deixalleries– se transformen de forma creativa en piezas únicas. “Con un tambor de lavadora podemos hacer una lámpara, o convertir un casco en una maceta. Es cuestión de imaginación y diseño”, explica.
Todo lo que se recaude de la venta de estos objetos sirve para financiar el proyecto, que trabaja en dos líneas: por un lado, materiales que pueden reutilizarse sin intervención artística; por otro, aquellos que se transforman gracias a la creatividad. Muebles de madera maciza en perfecto estado, desechados por hoteles durante reformas o por propietarios de villas que cambian de mobiliario, encontrarán aquí una nueva oportunidad. “Con un poco de creatividad, estos muebles pueden ser muy bonitos y además son mucho más duraderos que los de aglomerado que se venden ahora y con los que se redecoran los hoteles”, señala Sarnelli.
El proyecto ya funciona como asociación, con una veintena de miembros y numerosos voluntarios. Gracias a un permiso legal, desde septiembre han recuperado más de 5.000 kilos de objetos directamente de la deixalleria de Cala de Bou. Todo ello con escasos recursos, muchas manos voluntarias como las de Jefrey, Marc, Caleb, Marco, Cyrill o BigRich y el préstamo de un almacén privado cedido de forma altruista. Allí clasifican, limpian y almacenan muebles, colchones, herramientas, objetos decorativos y piezas insólitas. Es un espacio en plena transformación.
Pero el sueño es más grande: una nave industrial convertida en un centro cultural y social de referencia, donde se impartan talleres, se organicen exposiciones y se fomente el aprendizaje manual. “Podríamos hacer un montón de cosas: que los estudiantes de la Escola d’Arts hagan aquí sus prácticas, que aprendan a reparar, a crear. Este centro puede ser un faro, no solo en Ibiza, sino también en otros lugares. Que se hable de la isla por algo pionero en sostenibilidad y arte. Un espacio de exposición de arte hecho con materiales reciclados, un espacio para talleres y un espacio de venta de estos objetos, tanto los intervenidos como otros que acabarían en el vertedero y son perfectamente útiles todavía”, afirma.

Han solicitado una primera subvención al Consell de Ibiza, pero aún no han recibido respuesta. Confían en que sea positiva y les permita tener a una persona contratada para clasificar todo lo que ya tienen y lo que van a recibir. Las administraciones, de momento, muestran interés, pero no han facilitado el espacio que el proyecto necesita para consolidarse porque afirman que no hay espacios. Por eso apelan también a los particulares o empresas que puedan creer en este proyecto. “Esto debería ser una labor pública. Debería haber una ley que impidiera tirar objetos útiles. El vertedero está al límite, se han hecho inversiones millonarias y no da abasto hasta el punto de que se sellará en pocos años. La mejor forma de reciclar es no consumir, reducir y reaprovechar lo que ya existe”, subraya Sarnelli.
El problema de fondo es urgente. La isla está en pleno debate sobre qué hacer con su basura: mandarla a Mallorca a quemar parece el paso previo hacia construir una incineradora. Pero hay una tercera vía más sensata, más humana: evitar que cosas perfectamente útiles acaben en la basura. “Es terrible ver colchones en buen estado, muebles robustos y objetos valiosos convertidos en residuos, cuando podrían seguir usándose”, lamenta.






Por eso, además del respaldo institucional, el centro busca apoyo ciudadano: cesión de espacios, herramientas, vehículos, conocimientos o tiempo. “Es un proyecto amplio, que necesita muchas manos. Pero en Ibiza hay mucha gente con sensibilidad, personas que quieren contribuir a algo que tenga sentido. Solo hay que encontrarlas y tenemos ya a muchos artistas interesados en colaborar con nosotros y crear arte y objetos que se puedan usar en una casa de nuevo con estos materiales”, dice.
En medio del caos ordenado del almacén, entre estanterías hechas con hierros reciclados y montones de objetos que esperan una nueva vida, el equipo trabaja con ilusión. Christian documenta cada paso, organiza turnos, intercambia ayuda por objetos útiles y sueña con ese gran espacio que aún no existe, pero que, gracias a su empeño, está cada día un poco más cerca.