José Antonio Moreno Monge pidió el 15 de mayo de 2024 a la conselleria de Bienestar Social que le hicieran una evaluación de su discapacidad, ya que sufre Trastorno del Espectro Autista (TEA) en grado 2. Han pasado 16 meses y todavía nadie le ha dicho nada. “Ya me han avisado de que la lista de espera es de dos años”, comenta.
Esta es la situación que deben soportar las personas de Ibiza y Formentera que sufren una discapacidad, pero que necesitan que los técnicos de la conselleria de Bienestar Social del Govern les hagan una valoración y la certifiquen. No es suficiente con sufrirla, es necesario que haya un papel que lo acredite.
“Cuando tienes el certificado todo cambia. Por ejemplo, con ese papel puedes ir a tu centro de trabajo y están obligados a que adapten tu puesto a la discapacidad que sufres. Puedes tener beneficios fiscales. Puedes optar a ayudas del Consell. Incluso en cosas como lograr una plaza en una escuela de verano o que la matrícula en la Escuela Oficial de Idiomas te salga gratis. Todo esto, si no tienes el certificado de discapacidad, lo pierdes”, explica Edurne Miró.
Ella y su hijo están diagnosticados con TEA de grado 1. En su caso, además, el TEA ha venido acompañado de diversas enfermedades autoinmunes. Lograr que se reconociera su autismo fue todo un vía crucis.
«Conseguir que te crean»
“Diagnosticaron a mi hijo rasgos autistas y me recomendaron que me lo mirara. Pero esta es una discapacidad invisible. Me dijeron que estando casada, con hijos, era imposible que fuera autista. Encima existe el sesgo de género, como que a las mujeres nos hacen menos caso”, explica, “Fui a una psiquiatra que me diagnosticó TEA, y ella misma me recomendó que pidiera una valoración de discapacidad, eso fue en diciembre de 2023”.
En su caso, el resultado llegó en abril de 2025. Se puede considerar afortunada, ya que ‘solo’ tardó 17 meses en lograrlo. “Me evaluaron con un 34% de discapacidad, lo que ya obliga a la empresa a que se respeten tus necesidades especiales en tu entorno laboral”, comenta Miró que en su caso “no fue necesario cambiar nada, porque estoy en una empresa pequeña y siempre han atendido mis necesidades. Pero en otros casos, por ejemplo, una persona con TEA puede pedir que no le pongan en puesto de atención al público, o que no esté en entornos con mucho ruido o ambientalmente hostiles. Esto sin un papel que respalde tu situación, no lo puedes pedir”.

En el caso de José Antonio Moreno, además de sufrir TEA en grado 2, sufre una enfermedad conocida como temblor esencial, una enfermedad nerviosa que afecta al paciente provocándole movimientos involuntarios y sacudidas. “Con esta enfermedad, al menos, logré la incapacidad permanente”, se consuela este extrabajador del aeropuerto, que también comenta que el tribunal médico estaba en Palma y que la visita fue online: “No te ve en persona, no te explora”.
Tanto José Antonio como Edurne forman parte de la asociación Asperger Ibiza y Formentera (AIF), y coinciden en la impotencia que sienten cuando la espera para lograr una evaluación o un certificado de discapacidad se eterniza y su caso parece perderse en un limbo administrativo. “La sensación que se te queda es que eres invisible y que no importas a nadie”, explica Edurne Miró, quien considera que de está manera se victimiza doblemente al paciente: “Tienes la necesidad continua de justificarte, de repetir lo negativo que sufres, para lograr que alguien te haga caso. Es agotador”.