Carmen Ramón Iglesias / La prostitución ya no se concentra en clubes, barrios marginales o pisos discretos, hoy viaja en silencio a través de internet, sin fronteras, sin locales fijos y con la complicidad de plataformas digitales que han transformado por completo el mercado sexual.
Así lo resume el doctor en Sociología Lluís Ballester en una entrevista en la que alerta sobre el auge de la prostitución en la red como un fenómeno que se esconde en la tecnología y multiplica las formas de explotación sexual.
Ballester, colaborador del departamento de Pedagogía y Didácticas Específicas en la UIB, subraya que el sexo a cambio de dinero ha pasado de los burdeles a las pantallas, con la tecnología como gran motor de esta mutación.
«Antes los clubes o los pisos requerían una estructura visible. Ahora basta con una página web o una aplicación. Ya no hay que mantener locales: todo son beneficios para grandes empresas que controlan a miles de mujeres en todo el mundo«, ha explicado el investigador.
Ballester advierte de que las plataformas digitales no solo facilitan el contacto, también alimentan la demanda, ya que más del 55 % de los anuncios en portales pornográficos remiten directamente a webs de prostitución y son accesibles con un clic, incluso para menores.
«No existe ningún control real sobre la edad del usuario. Cualquiera, incluso un adolescente, puede contratar servicios sexuales en línea», denuncia el experto.
La industria pornográfica, añade, ha desempeñado un papel clave en la normalización cultural del sexo agresivo: «Se muestran prácticas de riesgo que después muchos hombres buscan reproducir en la prostitución. Se difuminan las fronteras entre lo voluntario, la precariedad y la trata, pero la realidad es clara: lo que más ha crecido es la explotación y la trata de mujeres».
Subraya, además, el incremento «espectacular» en la trata de mujeres, sobre todo de países pobres o en conflicto. «Es un negocio transnacional, con redes muy sofisticadas y sistemas de blanqueo de capital», señala Ballester.
Legislación a contrarreloj
Considera que la normativa para mitigar este problema social no avanza en España al mismo ritmo que el fenómeno.
«La ley se ha quedado atrás. Hay que regular el control de redes sociales, plataformas encriptadas como Telegram y la inteligencia artificial, con la proliferación de ‘deepfakes’ sexuales incluso entre adolescentes«, explica el especialista.
Ballester apunta que, por ejemplo, el 80 % de las webs de prostitución en Ibiza tenían servidores en Reino Unido. «Desde el punto de vista policial y jurídico es imposible controlarlas», lamenta.
A su juicio, el control policial y jurídico es insuficiente: «Necesitamos un cambio cultural. La tecnología ha facilitado un negocio criminal que explota a mujeres cada vez más jóvenes, y la sociedad debe ser consciente de ello».
Insiste, además, en que nadie entra plenamente de forma voluntaria en la prostitución, ni siquiera quienes lo afirman.»Es una narrativa que sirve para sobrevivir emocionalmente, pero lo que hay detrás es explotación y falta de alternativas», añade.
Control de la tecnología, políticas sociales y conciencia
Ante este fenómeno, el doctor en Sociología urge a controlar la tecnología que facilita la explotación, garantizar políticas sociales para prevenir la entrada en la prostitución y promover un cambio cultural que rompa la normalización de la explotación sexual.
«El fenómeno se dirige hacia la ocultación y la desaparición de los límites. La prostitución sin límite es el horizonte al que nos enfrentamos si no actuamos y, cuanto más oculto, es más fácil para quienes explotan», concluye.
Ballester participa este jueves en una jornada técnica en la sede de PalmaActiva que invita a los expertos a reflexionar sobre una realidad cada vez más presente e invisibilizada como es la prostitución ejercida en canales digitales y espacios privados.
En esta cita, que incluye ponencias, un taller participativo y espacios de debate, también participa la doctora de Sociología de la Universidad de La Coruña Rosa Cobo, experta en políticas públicas y desigualdades de género.
EFE