Estuvo mucho tiempo sin hablar con una ardilla que a pesar de su buena presencia y especial encanto, no vio que abandonase aquel árbol repleto de frutas de las que se alimentaba. Menos le costó hablar con su vecino más cercano, el zorro. Este le dijo que siempre la había visto saltar de árbol en árbol y que se llevaba los frutos con sus manos con gran satisfacción. Pero, ahora, veía que estaba más atenta de agarrarse a la rama y de mirarlo con sus dos ojitos. Luego comprendió que su condición limitada de humano impedía a la ardilla relacionarse más.
Los animales sintieron alguna emoción similar a la alegría cuando el viento se llevó su peluquín y que cayó delante de aquellos seres que lo veían como un intruso con algún don especial, pero en fin, tan mortal como ellos y al poco, empezaron a interactuar gracias al peluquín. La ardilla que recogió el postizo después de saludar, decidió ponerselo y dando una divertida imagen avisó a sus vecinos que fueron apareciendo y que cada uno de ellos bien sabía que cumplía en el bosque una función vital.
—¿ Y tú que función cumples en el bosque?, dijo la ardilla devolviéndole el peluquín.
El búho, sorprendiéndose de tal pregunta, giró rápidamente su cabeza como si no fuera con él y alejado de la conversación se mantuvo todo el rato.
—Busco mi alma gemela en el bosque.
Estaba el zorro observando cómo una abubilla digería a un grillo y que él a su vez se tragaba la abubilla y lo que restaba del grillo para después acercarse y afirmar:
—Otro soñador.
—¿Y tú?, contestó el ahora soñador algo enfadado.
—Besos. Durante mi largo tiempo de soltería aprendí a besar bien y de tanto besar encontré a mi pareja. Me entretuve demasiado tiempo con los piquitos de los flamencos que no me satisfacían, los lametazos del lobo eran demasiado brutos, los mordisquitos de los delfines una vez que yo mudaba la piel eran deliciosos y ahora soy fiel y me encanta rozar la nariz a mi compañera y buscamos lo inmenso en la sabana.
—¿De verdad?
El ciervo que tras la búsqueda de significado ya iba, frotó sus cuernos contra los árboles, dejó su olor y desapareció luego para competir con otros machos pues su vida tan corta como la mía era y viejo ya se veía para lo que llegaba.
—¿Y hay abrazos ?
—También los hay. En una ocasión me despisté, entré en la ciudad y logré sobrevivir. Pero nadie me abrazó. En cambio, ahora sabemos que los caballos que viven en la ciudad también apoyan su cabeza sobre el lomo de su pareja. En fin, todos los animales nos mostramos afecto, afirmó el zorro.
—Ciertamente. Nosotros nos abrazamos más en vacaciones. Tenemos poco tiempo, contestó.
Aquí la ardilla entró en la conversación.
—¿No tenéis tiempo? Nosotros. y perdona que te moleste de nuevo pues ya empiezo a sentir apego hacia ti, una vez cubiertas las necesidades de alimentación, nos divertimos: unos cazan, los leones duermen la siesta y nos gusta cortejar a nuestras futuras parejas y también pasamos el día sin hacer nada, afirmó la ardilla.
La interacción social empeoró cuando el soñador escuchó la palabra apego, ya que en su vida hubo algunos apegos que le causaron más que dolor.
—Lo siento pero no me gustaría que fueras un manjar en los restaurantes de otras latitudes. Aún así, debo decirte que cuando cruzo el parque escucho en raras ocasiones el picaflor aunque escucharía más al jilguero negro si tuviera tiempo.
Antes de que se despidieran, el zorro acercó su boca para besarle la nariz como si fuera su cría o el postre y habiendo diferenciado entre destino y ser postre prosiguió su camino por colinas que ahora parecían no tan altas y sin haber encontrado su alma gemela.
Al poco, el búho madre emprendió el vuelo y al nido fue para alimentar a sus crías.
Jaume Torres