Hace mucho tiempo que escucho el silencio. Hace exactamente cuatro años y cuatro meses que lo escucho. Concretamente desde marzo de 2021 hasta hoy. Un silencio que sé que viene de mucho más atrás, de mucho antes de que se escribiera una sola línea sobre este caso de pederastia y abuso sexual en la iglesia de Ibiza.
Noudiari y otros medios después informaron de los entonces presuntos casos de abuso sexual cometidos por el sacerdote Juan Manuel de Souza Iglesias en Ibiza. Un cura que ejerció en la isla durante 40 años, desde 1981 hasta que fue expulsado en 2021 tras salir a la luz los hechos. Y remarco salir a la luz porque eso fue lo que hizo Noudiari, publicar y dar luz hasta a seis casos sucedidos entre los años 90 del siglo pasado y 2010: cinco niños y un adulto, además de un séptimo episodio de una chica que habló en redes sociales de tocamientos en una excursión escolar.
Pero esos casos existían, estaban ahí. ¿Nadie los conocía antes de salir publicados? Silencio previo y, lo más doloroso, el absoluto silencio de la sociedad ibicenca cuando salieron estos casos en los medios. ¿Quién se pronunció pidiendo justicia para estos niños? Silencio. ¿Quién pidió responsabilidades al Obispado de Ibiza, una investigación en profundidad, amparo a las víctimas, depuración de responsabilidades? Silencio. ¿Qué partido político se pronunció, qué asociación, que ONG? Me da escalofríos sentir por un momento la soledad que han sentido las víctimas al no contar con apoyo e, incluso, con rechazo social por «ensuciar» la imagen de la Iglesia. Silencio y abandono, cuando no negación y ostracismo.
La sentencia contra Juan Manuel de Souza Iglesias, exsacerdote condenado a tres años y tres meses por abusos sexuales a menores en Ibiza, marca un hito agridulce. En Noudiari hemos seguido este caso desde marzo de 2021, cuando destapamos las primeras acusaciones. La condena a De Souza por delitos cometidos entre 2005 y 2010 contra dos menores de 12 y 13 años, miembros de familias Los Kikos, es un paso hacia la justicia, pero también una dolorosa evidencia de todo lo que queda sin juzgar. La relativa alegría de esta victoria se mezcla con la frustración de saber que otros relatos, como los de Sergio Lleó o José Juan, víctimas de los años 90 que denunciaron sus casos ante la Justicia, han prescrito y nunca tendrán resolución judicial.
Ahora sabemos -él mismo lo ha admitido- que Juan Manuel de Souza abusó de la confianza de estas dos familias religiosas, explotando su autoridad en la parroquia de San Pablo (también ejerció en el Rosario y fue profesor en el Instituto Blanca Dona).
Noudiari ha documentado testimonios de víctimas que, por miedo, vergüenza o vulnerabilidad económica y psicológica, se vieron atrapadas en esa viscosa red de poder de un sacerdote. Estas personas, silenciadas en su momento por el trauma, son la cara oculta de un caso que trasciende los tribunales. La suspensión de la pena, que evita la prisión por ahora, agrava la sensación de justicia incompleta.
Sin embargo, esta condena puede ser un catalizador. Visibilizar a De Souza como abusador, gracias a la valentía de las víctimas y al trabajo periodístico, podría inspirar a otras a romper el silencio, aunque solo sea para nombrar a sus agresores. Esta sentencia no repara el daño ni cierra las heridas, pero sí valida el dolor de las víctimas. Visibilizar, apoyar a los vulnerables y exigir responsabilidades deberían ser claves en cualquier sociedad democrática y humana. Y creo, y lo digo con dolor, que la sociedad ibicenca ha fallado. Un silencio atronador lo ha atestiguado en cuatro años y cuatro meses de casos desde que se puso sobre ellos el foco mediático pero, sobre todo, en los 40 años que este sacerdote ejerció en la isla.
silenci i/o pasotisme?