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Guillermo Valcárcel: «Balears se equivoca si cree que puede salir de la crisis con ayuda de la construcción»

Por David Ventura
22 marzo 2013
en + Pitiüses, Cultura
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Guillermo Valcárcel.
Guillermo Valcárcel.

@David Ventura/ En el año 2005 en España se construyeron más pisos que en Francia y Alemania juntos. Entre los años 2000 y 2005 se proyectaron en torno a unas 800.000 viviendas anuales de las que se construyeron unas 300.000 al año. En el año 2006, con las nubes de la tormenta avecinándose, se visaron más de 800.000 viviendas mientras que el precio de los pisos aumentó durante una década a un ritmo del 10% anual. A día de hoy, se calcula que 6 millones de viviendas en España -el 20% del total- están vacías.

Todo el dinero que los Fondos de Compensación Europeos destinaron a España, toda esa montaña de dinero, no se destinó a inversiones en I+D, nuevas tecnologías ni en conocimiento, sino que se generó una economía basada en un monocultivo del cemento y el ladrillo.

De todo esto y muchísimo más trata Guillermo Valcárcel en su libro “La ola que arrasó España. Ascenso y caída de la cultura del ladrillo”, un título imprescindible sobre la vorágine inmobiliaria desde dentro. Valcárcel, arquitecto y exinspector de urbanismo del Ayuntamiento de Madrid realiza un retrato humano a pie de obra de todas las personas que se mueven en este universo -desde los encofradores y electricistas, a los jefes de obra, los arquitectos, o los contratistas-, cuenta de muy cerca las corruptelas habituales y relata cómo el ladrillo se infiltró como un cáncer en la economía española y destruyó paisajes, ayuntamientos, familias, economías y corrompió hasta la raíz a ayuntamientos, diputaciones y gobiernos autónomos. Valcárcel, además, también se muestra activo en las redes sociales como facebook y twitter, donde se le puede encontrar en: Facebook/Guillermo Valcárcel y @GuillermoValc.

 

Una hoja de ruta imprescindible para conocer por qué ha pasado lo que ha pasado.
Una hoja de ruta imprescindible para conocer por qué ha pasado lo que ha pasado.

A lo largo de las 350 páginas del libro, usted intenta explicar por qué el precio de los pisos en España no dejó de subir. Las ecuación del libre mercado dice que, cuando aumenta la oferta de un producto, disminuye su precio. En este caso, el aumento de suelo disponible no provocó una disminución del precio sino todo lo contrario. ¿Qué sucedió?
-Que la ecuación oferta demanda no funciona de manera tan sencilla con los bienes inmuebles. No son bienes de consumo: tu coche pierde valor al comprarlo, tu casa no, porque su valor real se encuentra en el suelo que ocupa, que si está bien situado la convierte en un bien de inversión. Si sacas al mercado 1.000 coches iguales, el precio bajará por el aumento de oferta, pero si sacas 1.000 casas iguales, 100 en el centro de Madrid y 900 en un pueblo de Albacete, es probable que las primeras suban y las segundas bajen: la oferta de Albacete nunca afectará a la de Madrid. La trampa fue hacer pensar que el valor estaba en la vivienda, no en el suelo, y por tanto, todas aumentarían de valor. El resto fue empujar la bola de nieve.

-¿La conclusión sería que los economistas no pueden hacer teorías económicas ni fórmulas matemáticas sin incluir esa variable que es la codicia humana?
-Me parece una observación muy pertinente. El egoísmo o la solidaridad son variables que se incluyen en bastantes teorías; el mismo Adam Smith ya hablaba del tema. Todo lo relacionado con la psicología conlleva grandes dosis de incertidumbre; puede que ese sea uno de los límites de la economía.

-Cuando usted estaba trabajando en la construcción y contemplaba esa sucesión hasta el infinito de adosados, cuando España construía más pisos que Alemania y Francia juntas, ¿en ningún momento se le pasó por la cabeza que eso se les estaba escapando de las manos?
-Me sucedía cada vez que veía el telediario, como cualquiera con sentido común, pero sólo me valía para cabrearme. La gran pregunta es: ¿A quién se le escapaba de las manos? ¿A los promotores, que compraban y vendían terrenos para ganar barbaridades de dinero? ¿A la gente de la calle con unos ahorrillos que invertía en dos casas, negando que eso fuera especular? ¿A la gente que trabajaba en la obra por un sueldo? ¿A la banca, que financió todo aquello? Era evidente que se iba de las manos, pero estoy seguro de que si se hubiese preguntado uno a uno, nadie se habría sentido responsable.

Esta rotonda existe. Está en la Costa del Sol y sería el sueño húmedo de James Ballard.
Esta rotonda existe. Está en la Costa del Sol y sería el sueño húmedo de James Ballard.

Ahora es el momento de buscar culpables, que pueden ser “las constructoras”, “los bancos” o “los corruptos” así, en general. ¿Los españoles somos poco autocríticos? ¿Qué cuota de culpa corresponde a cada uno?
-No creo que me pueda dar el lujo de juzgarnos de un plumazo, pero sí recuerdo el comentario de un corresponsal extranjero que me había hecho pensar en el tema: decía que sus amigos españoles se fustigaban continuamente sobre nuestros males, pero que cuando le escuchaban a él las mismas palabras, saltaban inmediatamente y se sentían atacados.

Respecto al libro, ya me ha ocurrido que cuando digo que el sistema funcionó como una gran estafa piramidal orquestada por la banca y los grandes fondos de inversión, los lectores me dan la razón, pero cuando añado que, como las buenas estafas, se basó en que la moral de estafado resultaba igual de dudosa, y que no habría sido posible sin la connivencia de una sociedad sobornada, me llueven las críticas del tipo «habrás sido tú». Ambas respuestas me parecen muy ilustrativas.

De cómo el ladrillo corrompió la democracia

-Cuando habla del inicio de la burbuja usted pone como uno de los puntos de partida la ley que aprobó la Generalitat Valenciana en 1994 y que creó la figura del “agente urbanizador”. ¿Qué papel debían tener estos agentes urbanizadores y en qué se acabaron convirtiendo?
-Sobre el papel, la intención original era buena: Se delegaban funciones sobre una empresa privada para que, sin ser propietaria de unos terrenos, pudiera plantear un desarrollo urbano sobre estos y ganar su adjudicación de manera concursal, pasando a actuar como administrador y empujando a los dueños originales a llegar a acuerdos para acometer obras en determinados plazos, luchando contra la retención artificial de terrenos, que era uno de los métodos tradicionales de la especulación inmobiliaria. El resultado es conocido: los agentes urbanizadores se convirtieron en sátrapas que se hicieron con la costa regando de dinero a unos pocos y de hormigón al resto, amparados por una Administración comprada.

-La nueva Ley del Suelo que quiere aprobar el Gobierno Balear está inspirada en esta normativa valenciana de 1994. ¿Es un error volver a confiar en la urbanización acelerada para intentar salir del hoyo de la crisis?
-El modelo basado en la construcción no genera riqueza sino deuda, porque su capacidad productiva está limitada en el tiempo. De modo que salir de una crisis generada por un exceso de deuda a través del mismo modelo que la generó, no me parece la idea más brillante.

-Usted, en su libro, ofrece una visión desoladora de la gestión municipal y apunta a una corrupción masiva en los ayuntamientos. ¿Se puede legislar contra la corrupción? ¿Tiene sentido legislar si quien debe aplicar la ley anticorrupción es también un corrupto?
-Ese es el quid de la cuestión. En el libro repito varias veces que la aplicación de la ley es al menos tan importante como la ley misma. Uno de los errores más visibles de los últimos gobiernos fue tratar cada problema con una nueva legislación, en muchos casos sobre cosas ya reguladas, como si cada nueva ley fuese a solventar el problema por sí misma. La existencia de un ministerio de la Vivienda sin atribuciones es un buen ejemplo. No se trata de legislar sino de hacer cumplir las leyes, y ese es uno de nuestros mayores déficits.

-A escala local, ¿cuales son las corruptelas más habituales que usted ha vivido?
-Las corruptelas y trapicheos se daban entre promotores y alcaldías durante las calificaciones de terrenos. Para cuando llegaba el personal de obra, el negocio se había terminado hacía tiempo. Nosotros éramos los curritos que les levantaban casas, y realmente las casas eran lo que menos les importaba, las construían por obligación, como remate de la venta de suelo, que era su verdadera preocupación, de los promotores y por derivación, de los políticos.

Las dos falacias que nos intoxicaron

El sueño del ladrillo produce monstruós. Seseña, la Ciudad del Pocero.
El sueño del ladrillo produce monstruos. Seseña, la Ciudad del Pocero.

-Usted habla de las dos falacias sobre las que se contruyó el boom inmobiliario: “el precio de los pisos siempre sube” y “al español no le gusta vivir de alquiler”. ¿Por qué nos creímos estos dos axiomas?
-Porque para creernos un mito sólo nos lo tienen que repetir un par de años, puede que menos. La influencia de los medios de comunicación a ese nivel es brutal. El del precio de los pisos fue una consecuencia directa de la política de todos los gobiernos de España desde 1985. Tiene el formato clásico de profecía autocumplida: promocionas el sector inmobiliario y subvencionas la compra de viviendas provocando un aumento constante de precios, y la gente acaba concluyendo que es ese aumento el que provoca la bonanza del sector y la necesidad de subvencionar la viviendas porque son muy caras.

El segundo es un poco más largo y viene de la política económica elegida durante la dictadura: en lugar de alquileres sociales como en el resto de Europa, fomentar la promoción pública para la venta; la película «El verdugo» es un buen ejemplo de esa mentalidad. Pero aún así, en los años 70 la mitad del parque seguía siendo de alquiler. La estocada vino con la liberalización del Decreto Boyer de 1985: si subvencionas la compra y liberalizas el alquiler sin ninguna compensación, estás dirigiendo al público. De nuevo, se nos condujo y después se nos convenció: Si nuestro parque de alquiler es el más pobre de Europa, no es por las políticas elegidas sino porque nosotros no alquilamos. Las frases hechas son más cómodas que molestarse en estudiar las causas.

-¿Qué opina de los economistas que, a día de hoy, afirman a toro pasado que “yo ya lo decía que el ladrillo no era bueno”?
-Esa es una gran excusa porque tiene coartada muy fácil: «Ya lo decía yo» Pero en realidad ¿quién no decía en 2005 «esto es una locura, en algún momento debe parar»? Lo comentaba la gente en los supermercados; valiente medalla para un experto. Lo que debe aportar un economista en un análisis de las causas y las consecuencias, y me temo que ninguno de los que se llenan la boca ahora predijo nada remotamente cercano a lo que está pasando. Aunque sí es cierto que algunos analistas lo adelantaron incluso con fechas, pero sin repercusión en los medios masivos. Por suerte, Internet para eso es una memoria infalible.

[Recordemos algo: en el año 2003 el Secretario de Estado de Economía, un tal Luís de Guindos, descartó que existiera una burbuja inmobiliaria e incluso animó a las familias españolas a que continuaran endeudándose. Por ese tiempo, el ministro de Hacienda, un tal Cristóbal Montoro, negó que existiera burbuja inmobiliaria y dejó una frase para la historia: “la oposición habla insensatamente del ladrillo, cuando es un sector fundamental de la economía española”. En el año 2004, la ministra de Vivienda, Maria Antonia Trujillo negó la mayor y en el 2007, con la catástrofe a la vuelta de la esquina, la entonces ministra de Vivienda, una tal Carme Chacón -quizás les suene- se indignó con una periodista de la BBC que le habló de la burbuja Inmobiliaria].

Paisaje después de la batalla

-Una de las virtudes de su libro es que explica el boom inmobiliario desde dentro y realiza retratos muy certeros sobre la galería humana de personajes que pueblan el universo de la construcción. ¿Cómo definiría la cultura propia que ha generado la construcción?
-Se trata de dos culturas, la clásica de la construcción, que es la de la España tradicional y castiza, de los toros y la copla, con todo lo bueno y lo malo que tiene, y que está desapareciendo; y la del pelotazo, la de los que compraban y vendían terrenos con su maletín y no pisaban una obra, la de los nuevos ricos. La gente de la obra merece no uno sino cien libros; los otros, los listos, ni una mención a pie de página.

-Otra constante de su libro son las escenas de accidentes laborales: desde el operario a quien le saltan tres dedos con la radial, al hombre electrocutado a quien se le revienta el escroto, al tipo llagado por la insolación… Visto desde fuera, las imágenes son estremecedoras. Da la sensación de que usted nos está hablando de esos aventureros y pioneros del siglo XVI que conquistaron América y que sentían desprecio por su vida y por su integridad física. ¿Son gente de una pasta especial?
-Sí, son realidades estremecedoras. No creo tanto en que sean de una pasta especial como en un sector brutal que destruye a las personas: gente que, en efecto, siente desprecio por su integridad, pero no por valor sino porque la vida los ha pisoteado, y en muchas ocasiones sufren graves problemas de alcoholismo. Es ese mundo en que un chico que sufría de vértigo se subió a una grúa porque sus compañeros se burlaban. Es muy duro, pero la gente que lo puebla es entrañable. Esa comparación con los pioneros me parece perfecta, porque estoy seguro de que si pudiésemos ver alguna de sus peripecias comprobaríamos que tenía también más de desesperación que de valentía. La construcción no tiene ningún lado romántico

-En el penúltimo capítulo usted cuenta cómo el mundo de la construcción se llenó de advenedizos y cómo todo el mundo trató de convertirse en empresario y se creó un magma de subcontratas. Al leer esas páginas, uno se pregunta cómo era posible levantar una casa en esas condiciones y en ese caos. ¿Cómo era trabajar en esa vorágine? ¿De qué manera afectaba a la calidad de las obras?
-Te lo puedes imaginar: Nuestra preocupación al final era poder entregar a tiempo, con plazos cada vez más cortos y sin personal cualificado, y el control se resentía. Los últimos años de la burbuja la gente estaba agotada, no podía más; tenía compañeros que llevaban años sin tomarse unas vacaciones; contrataban al que llegaba a pedir trabajo porque no daban abasto y tampoco podían controlar lo que esa persona hacía. Y eso también afectaba a la frecuencia de los accidentes. Es una de las paradojas que menciono: cuanto más dinero entra en un sector, peor se trabaja.

-¿Cree usted que hemos aprendido algo de todo esto? ¿O volveremos a repetir los mismos errores?
-Soy un iluso que piensa que poco a poco avanzamos, aunque posiblemente sólo es visible de generación en generación. No creo que hayamos aprendido tan rápido, y si vuelve a saltar la liebre, volveremos a perder la cabeza. De hecho, la crisis actual a escala global es tan parecida a la de 1929 que produce desazón: ¿80 años para esto?

Paisaje tras la devastación.
Paisaje tras la devastación.

-¿Qué país nos deja esa “ola que barrió España”?
-Aparte de la ruina económica y una generación que aprendió que no valía la pena prepararse sino lanzarse al dinero fácil y ahora no tienen salida, un país con una costa hormigonada que se sigue resistiendo a entender que esa costa es nuestro verdadero activo, y que lo es mientras está protegido, no edificado. Eso es prostituirlo, y a precio de saldos. Queda el consuelo de pensar que los peores momentos generan las mejores ideas, y que nunca es tarde para rectificar.

-Y, para terminar… ¿cual fue la motivación que le impulsó a escribir este libro?
-Fue una decisión personal. Me sentía frustrado de ver los lugares comunes y los errores que se manejaban en la prensa para hablar de aquella burbuja, y lo escribí como una guía para amigos. Me influyó leer Gomorra, ese tratado de la Mafia por alguien que la ha vivido a pie de calle sin necesidad de estar dentro, y empecé a añadir mi propia experiencia. Eso fue cuatro años antes de que se publicase, algo que en ese momento no pasaba por mi cabeza.

Tags: Libros
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