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Viajes a ninguna parte: Oviedo, el hogar de la peor atrocidad de Calatrava

Por David Ventura
6 julio 2013
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Imagen del Hemisferi de Calatrava. Juguetes caros. Foto: Wikipedia.
Imagen del Hemisferi de Calatrava. Juguetes caros. Foto: Wikipedia.

@David Ventura/ Santiago Calatrava, el Hombre, el Arquitecto, el Artista Total. Objetivamente, el arquitecto español más reconocido, laureado y con más encargos y más obra construida en todo el mundo. También un especialista en desquiciar a sus contratistas, con quien suele terminar mal o, directamente, en los tribunales. Una larga trayectoria de desencuentros le avalan: los más sonados fueron con el ayuntamiento de Bilbao y con el de Venecia, aunque la más gloriosa fue la que rodeó la construcción del rascacielos Turning Torso en Malmöe. Si estáis interesados en todas estas movidas las podéis encontrar en este artículo de NouDiari.es que ya tuvo una gran acogida en su momento.

De Calatrava se dice que es gaudiniano y organicista. Sus aduladores hablan de él como si fuera el nuevo Leonardo y ponderan sus creaciones son esculturas que pervivirán y permanecerán como obras de arte imperecederas. El pueblo llano, en cambio, sospecha de la extraña similitud que tienen todas sus obras y no falta quien opina que Calatrava lleva muchos años repitiéndose. Si le echamos un vistazo a sus puentes, por ejemplo, veremos que el puente de L’Assut de l’Or de Valencia es sospechosamente parecido al del Alamillo, en Sevilla, y que este es prácticamente idéntico al puente de la Mujer, de Buenos Aires que, a la vez, tiene un parecido sospechosísimo con el puente de Redding, en California, que a la vez es parecido a… en fin, me detengo, ya que sería demasiado largo y pesado enumerar todos los parecidos razonables.

Otra característica de Calatrava es el brutal sobrecoste de sus obras. Al margen del rutinario desvío de presupuesto que se produce en España en toda obra pública, los dislates presupuestarios de Calatrava ya se han convertido en leyenda. Quien se lleva la palma es el Palau de les Arts Reina Sofia de Valencia, presupuestado inicialmente en 84 millones de euros, la factura final se acercó a los 500 millones de euros. La supersticiosa fe de que el burbuja inmobiliaria sería eterna, provocó una desaforada fiebre constructiva donde se apostó por obras cuanto más caras mejor y que se guiaran por la máxima de “caballo grande, ande o no ande”. Un terreno abonado también para las exquisitos divos de la arquitectura, confiados en que sus salidas de tono y la desmesura de sus construcciones son achaques distintivos de alguien tocado por el genio creativo. El largo decenio de 1995 a 2008 fueron los años del lujo salvaje y el derroche sin freno, y con el mismo alegre entusiasmo con el que un grupo de ejecutivos entra en un beach club y encarga cincuenta botellas de Moët, diez gramos de cocaína y se lleva a unas putas al privado, los nuevos dueños del mundo encargaban caprichos caros a sus nuevas niñas bonitas, los arquitectos estrella, que se dejaban cortejar por dictadores, jeques del petróleo, políticos corruptos y todo tipo de sátrapas que necesitan saciar su ego con megalómanas estructuras de hormigón. En una época en la que sólo se respeta el dinero, sólo las cosas caras valen la pena. Si el eslogan de la Bauhaus era “menos es más”, la consigna de los nuevos tiempos es más es más. Y aquí hay que darles la razón: más es más, y punto.

Elemento no identificado asoma entre los bloques de pisos. Fotos: D.V.
Elemento no identificado asoma entre los bloques de pisos. Fotos: D.V.

Nos estamos acercando a la razón de ser de este artículo, que no es otro que el de realizar un servicio público: dar a conocer a la ciudadanía una de las piezas más magnas de Santiago Calatrava; una obra que es una desconocida fuera del Principado de Asturias. Si realizamos una encuesta apresurada y pedimos a cualquiera que nos cite alguna obra del mago de Benimamet, nadie, absolutamente nadie, nos citará el Palacio de Congresos de Oviedo, lo cual es una injusticia hacia uno de los edificios más insensatos que se hayan construido jamás en este país. Una pieza demasiado grande, demasiado absurda, demasiado disparatada como para ser ignorada. Un edificio que vive una paradoja: pese a ser tan grande ha pasado desapercibido, quizás porque al verlo, la gente, por pudor, decide girar la mirada. No obstante, todo aquel que ame la arquitectura extrema, la extravagancia, y posea la capacidad de captar los aspectos más esquinados de la belleza, tiene una cita con el Palacio de Congresos de Oviedo. Creánme, conocerlo es amarlo.

Es preciso acercarse al Palacio con precaución, empezar a apreciarlo de lejos antes de sentir la intensa experiencia que comporta su detallada observación. Para ello, lo mejor es tomar distancia y ascender hasta la iglesia de Santa Maria del Naranco, desde donde se divisa una espléndida panorámica de toda la ciudad de Oviedo. Así, con la ciudad a sus pies, contemplarán como entre su trama urbana emerge, como un Godzilla albino, la cabeza y las garras de un robot que pide paso con emergencia. A esta distancia resulta difícil distingir qué demonios es ese extraño artefacto que domina el skyline de la ciudad. ¿Es un edificio? ¿Una estructura mecánica? ¿Un autómata gigantesco? A pesar de la cantidad de elementos que se disponen ante nuestra vista, desde el primer instante los ojos ya no pueden separarse de este elemento discordante que exige acaparar toda nuestra atención y que mira de reojo a la ciudad vieja y su catedral, como una mantis religiosa que se relame antes de saltar encima de un pobre saltamontes.

El Centollu. La Bestia.
El Centollu. La Bestia.

Es el momento de ver a la Bestia de cerca. Se encuentra en el barrio de Buenavista y se levanta en el solar donde antiguamente estaba el estadio Carlos Tartiere, al sur de la ciudad. No tiene pérdida. Tanto si nos acercamos en coche como si decidimos aparcarlo e iniciar el abordaje a pie, comprobaremos como, entre los altos y tristes bloques de pisos construidos durante la década de los setenta, emerge, se abre camino, destaca, aúlla y pide paso una cosa grande y blanca. Al paseante le tiemblan las piernas y se resiste a creer lo que está viendo. Lo lógico era que, al tratarse de una construcción de unas dimensiones tan enormes, el Palacio de Congresos se ubicaría en una área abierta, diáfana, donde sus estructuras se pudieran desplegar con calma, abiertas a la perspectiva y, a ser posible, rodeado de una zona de jardines. Todo lo contrario. El palacio se haya encajado en medio de un barrio de bloques, constreñido en un espacio asfixiante. Sus alas rozan los balcones de los pisos y tapan la visibilidad a los vecinos. A uno le parece escuchar el rugido irritado de la bestia enjaulada, agachada y agarrándose las patas para no destruir los barrotes que constituyen los bloques de pisos. Es como si , de un momento a otro, el mazacote se alzara sobre sus rodillas flexionadas y se abalanzara sobre el vecindario para devorarlo.

El edificio de Calatrava dialogando con su entorno.
El edificio de Calatrava dialogando con su entorno.

Ante una brutalidad de tamañas dimensiones uno no puede sentir más que estupor y templores, sentirse como un insecto, un infraser, como deberían sentirse los súbditos ante el Sublime Emperador Celeste. Se han escrito muchas páginas sobre la importancia de que los edificios dialogen con su entorno, que sean estructuras abiertas que cosan las suturas de la ciudad y supongan un espacio ganado por los vecinos. El Palacio de Congresos de Oviedo es la antítesis de esta lógica, ya que aquí tenemos una obra que odia profundamente su entorno y, que si pudiera, se liaría a hostias con los edificios circundantes. El Palacio de Congresos es como aquel compañero de clase bravucón que se abre paso a empujones y codazos. Mientras los bloques de pisos que le rodean son de color marrón y muestran la tristeza que caracteriza a las promociones de viviendas realizadas durante el tardofranquismo, el blanco nuclear del Palacio de Congresos es jactancioso, tiene la prepotencia del nuevo rico y observa con desdén la ciudad como si pensara para sus adentros: “¡Que pringados! Dentro de cien años seréis polvo y ruina, pero yo permaneceré. La soñolienta ciudad heroica podrá desaparecer y ser reducida a polvo, pero será recordada por siempre en los libros de historia gracias a mi porque yo permaneceré”.

La impresión que me ha producido la obra de Calatrava me ha onnibulado la razón y el entendimiento. Sin embargo, mi deber de cronista me exige conservar la calma, mantener una distancia dieciochesca e ilustrada, e intentar realizar una descripción objetiva del Palacio. La estructura ocupa una parcela de 24.000 metros cuadrados. Las obras se han prolongado durante ocho años, de 2003 a 2011, y nadie sabe exactamente cuanto ha costado, aunque se habla de unos 190 millones de euros. Consta de un núcleo central que se asemeja al yelmo de un guerrero medieval y en cuyo interior encontramos el palacio de Congresos, el Auditorio y un centro comercial. Rodea y enmarca el yelmo una estructura de tres lados en forma de U. El edificio trasero acoge un hotel de cuatro estrellas, mientras que en las dos alas se han instalado diversas consejerías del gobierno del Principado de Asturias. Esta edificación en forma de U se sostiene gracias una compleja estructura de piezas de acero que encajan como un mecano. Un trabajo que ha provocado auténticas pesadillas a los ingenieros y que se ha saldado con diversos incidentes, el más grave de los cuales se produjo la madrugada del 9 de agosto de 2006, cuando una pieza de forjado cayó desde una altura de quince metros e hirió a tres obreros. Tras el pertinente juicio, el Juzgado de Instrucción Número 2 de Oviedo responsabilizó del accidente a Santiago Calatrava, su equipo técnico, una promotora y la subcontrata, que tuvieron que abonar una indemnización de tres millones y medio de euros. Además, la visera del yelmo del Palacio de Congreso, que debía retirarse mediante un sistema hidráulico, no podrá moverse por un error en la instalación.

La violencia arquitectónica está servida.
La violencia arquitectónica está servida.

El interior del centro comercial no tiene demasiado encanto y la excitación de comprar en el interior de un Calatrava se diluye pronto. Sin embargo, este espacio anodino que, supongo, vivirá sus momentos de mayor agitación en época de rebajas y durante las compras navideñas, está de enhorabuena por un motivo que, seguramente, a Calatrava le hubiera costado imaginar, y es que se ha convertido en un lugar de encuentros de gays para practicar el cruising. Así, consultando el foro del a página web Asturiex, encontré que “Encuentros en el calatrava-buenavista” se había convertido en un Asunto en las conversaciones del foro, donde podemos encontrar diálogos como el siguiente:

“Yo joven me acercaré hoy por los baños de la planta -1 entre las 8 y 8 media. Si alguien se anima… Estaré allí”.
“como eres??? yo tambien joven iwal m paso”
“moreno, delgado, 24 años”

O proposiciones como estas:

“alguien joven se pasa esta tarde sobre las 8 por los baños. Yo joven wapete y buen cuerpo busco similar pa morbosear”.

Es agradable pensar que, incluso en espacios tan asépticos, el componente animal del ser humano termina imponiéndose, y la urgencia del sexo salvaje, crudo y abrupto conquista un reducto que, a priori, estaba concebido para eliminar todo deseo que no fuera el de comprar.

Despedirse del Calatrava no es fácil. Si nos situamos junto a la puerta del hotel y dirigimos la mirada hacia el cielo, las colosales dimensiones del engendro nos hacen sentir pequeños, muy pequeños, casi homiguitas, infraseres que no merecen vivir si no es para adorar y reconocer la magnificiencia de la obra, y es entonces donde se detecta la línea clara que une Calatrava con Albert Speer y la semejanza del Foro Itálico con esa Ciudad de las Artes y las Ciencias. El Nuevo y el Viejo Fascismo, unidos. El vértigo de sentirse aplastado, a merced del monstruo, de la Gran Ballena Blanca. Sí, es como si el Pequod se hubiera rendido y Mody Dick se presentara en el puerto de Nantucket proclamando: “YO REINARÉ”. Imposible no obsesionarse con el vértice de las patas del edificio que rozan los balcones de los vecinos y no contemplar al Palacio como un tumor extraño, como un caballo de Troya agazapado que realiza de memoria la cuenta atrás, que se prepara para el momento en que deba alzarse y reducir a cenizas a la muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena ciudad de Oviedo. Y este pensamiento no se me va de la cabeza mientras arranco el coche y abandono la ciudad.

El Palacio de Congreso de Oviedo. Aquí lo tienen. Imprescindible.

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Comentarios 6

  1. Quiebra says:
    12 años atrás

    Además todo este despropósito ha acabado en suspensión de pagos. Enhorabuena por el artículo

    Responder
  2. Germinal says:
    12 años atrás

    Qué manejo de la ironía, eres un poeta de la crítica mordaz al calatravismo ilustrado, ou yeah

    Responder
  3. quete says:
    9 años atrás

    admito que tienes una buena critica ,pero eres muy redondante,no se nota mucho con tus ironias y tus palabras tan graciosas al describirlo, pero aun asi es muy redondante para haber escrito tanto.

    Responder
    • Jose (Gijón) says:
      7 años atrás

      Hola:

      Me voy a permitir corregir al corregidor.
      No es redondante (que lo repites dos veces, no es errata involuntaria), sino redundante.

      De nada, no hay de qué.

      Responder
  4. Jose (Gijón) says:
    7 años atrás

    Algunas objeciones al artículo:

    De acuerdo en el fondo de la crítica.

    Pero se han colado varios errores gramaticales:
    Es obnubilado, no ese palabro que te has inventado
    Se halla encajado; verbo hallar. Con ll, no y.
    Dialoguen, u después de la g, sino leemos dialogen.

    Por lo demás, muy bien. Un absoluto despropósito urbanístico. También se le compara con un enorme cangrejo.

    Responder

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