Un sentimiento encontrado en una contradicción. Sentado en mi terraza con un té matcha latte y el sol de primavera en la cara. Con esa cálida sensación que presta el clima mediterráneo, más en una isla como Ibiza. Relajado, porque me he levantado a las nueve y pico y aún tengo la esperanza de que el día será casi como los más de setecientos anteriores. Es decir: ir poc a poc con las tareas varias del hogar, mandar unos emails, hacer un photoshooting por la tarde… Es casi como pasear al perro que llevo dentro.
Quizá por la noche tomar algo en el bar, discutiendo algún tema de actualidad —el que toque de turno— o lo injusta que es la vida. Y por eso fingimos lo contrario en Instagram, como si estuviéramos obligados a parecer felices, cuando es bastante obvio que no.
Pero, aun sintiendo ese arpegio de calidez del sol primaveral sorbido por mi piel, en un estado de sumo encuentro con todo lo que valoro y respeto por ancestral y por necesario, y a pesar de que el té matcha latte de herbolario, por supuesto, me da la respuesta saludable y progre con la que puedo sentirme realizado, en sintonía con mi tiempo, mi edad y mi entorno, no puedo escapar de abrir el móvil para hacer scrolling y empezar a acuciar esa hostilidad del sentimiento encontrado en la contradicción.
Los 80 muertos más en Gaza, el último ataque ruso en Ucrania, más muerte, más hambre, pateras que llegan a Canarias llenas (y, a veces, peor, vacías), mientras Trump juega con la motosierra. Barbarie, guerra y más guerra… por el mundo. Y yo, tomándome un té en mi terraza, tostando mi piel al sol de primavera en una maravillosa isla del Mediterráneo. Más scrolling. Imágenes. Noticias. Frases. Rostros. Ira. Y una hostilidad que comienza a enredarse en ese sentimiento encontrado.
Y ahí es donde me pregunto: ¿en qué medida tengo yo que ver con todo esto para que me tengan que acribillar así? Y acaso yo, indiferente a si tengo o no responsabilidades al respecto, ¿qué tengo que hacer? Quiero juzgarme, y me juzgo. No quiero ser, como decía Dostoyevski, “un egoísta barato”. Y si no, ¿por qué está esa información tan explícita a mi alcance? Algo habrá. Pero no dejo ni por un momento de beber mi té matcha latte de herbolario, ni de dejar que el sol me caliente rica y plácidamente. Qué va. Únicamente valoro si el hecho de estar informado sirve, luego por la tarde, para que cuando vaya al bar tenga con quién empatizar en una conversación donde todos estamos al tanto del tema de turno. Esa sería una posibilidad. Aunque otra podría ser que me estén intentando amedrentar, mancillándome, y así poder hacerme más servil. Con eso que llaman terrorismo de la información. Para que, una vez coaccionado y asustado, mis capacidades críticas se vean afectadas y sea más manipulable. Y, de facto, sea más fácil endosarme que haya que gastar una buena suma en armas, “por lo que pueda pasar”.
Otra posibilidad es que me dé por compartir X artículo o post al respecto, para nutrir ese algoritmo hambriento e insaciable, que da brillo a las empresas de empresarios, ricos y poderosos que no tienen sentido alguno de la saciedad ni del sentido común.
Pero aún cabría otra posibilidad: que sencillamente quieran que me ponga una mochila en la espalda, con un par de mudas y el neceser, me suba a un Boeing 787 y me dedique a la acción en territorio activo. Ayuda humanitaria y esas cosas. Pero esta posibilidad es poco probable, dado que tengo la sensación de que seguiré aquí, en mi terraza, cuidándome mucho, en un síndrome de egoísmo barato. Y esta tarde me desquitaré de todas las guerras, hambres y tristes títeres de la política en el bar, con los demás, como cada día, y mañana volveré a mi terraza con la misma, en mi rueda de hámster particular que, aunque parezca absurdo, no la sé parar.