Hoy es 10 de diciembre y el sol se está poniendo en el horizonte, como lleva haciendo toda la vida. Salgo a pasear y pienso que este sol tú ya no lo vas a ver nunca más. Y se me encoge todo, pero todo.
Si algo tienen las canciones de Extremoduro es que nos llevan a todos al mismo lugar. Un lugar de desesperanza, un lugar maldito, un lugar embriagado de esa materia que hace lo feo bello por un instante. Igual que lo hizo antes Baudelaire y luego el rey lagarto. Es ese invento que hace que no te rindas, por mucho que pese la piedra del mundo.
Cuando escuchas las canciones de Extremoduro, en ese momento todos nos sentimos poetas malditos y salimos a pasear por dentro de uno mismo, bajando escaleras de dos en dos, perdiendo el norte y la respiración en llanuras bélicas y páramos de ascetas del bíblico jardín, y cuando creías que era un nuevo dios naciendo resulta que es un pedo de un exquisito cocido.
Y solo por eso, sabiendo que para Robe el sol ayer se puso en el horizonte para siempre, merece una lágrima llena de ese recuerdo que compartimos todos por igual, sobre todo cuando escuchas la voz, su voz, cantando a alguna luna que ande sola en la noche de los tiempos.





