El campo ibicenco atraviesa un momento delicado, marcado por la presión de especies invasoras y los efectos del cambio climático. Toni Tur, Secorrat (Eivissa, 1988), presidente de la Cooperativa Agrícola de Sant Antoni, alerta de un efecto indeseado de la plaga de las serpientes sobre los cultivos: “Ya no hay lagartijas para comer insectos y campan los grillos”. Así, ante la ausencia de su depredadora natural en las islas, los grillos van a por hojas, tallos y raíces de las cosechas, atacando especialmente a las etapas jóvenes de las plantas.
El impacto de las serpientes en la agricultura es indirecto pero devastador: al alimentarse de lagartijas, han mermado la población de este reptil endémico que jugaba un papel esencial en el control de insectos. “Las lagartijas cumplían una función en el ecosistema, dentro del circuito de los insectos que ahora no se está cumpliendo”, señala Tur. El resultado: una proliferación anómala de grillos en los últimos dos años. “Estamos teniendo problemas con los grillos y al final es porque hemos introducido tantas especies alóctonas que se ha generado un desequilibrio”.
A este escenario se suma uno de los problemas más graves que han vivido los agricultores en los últimos años: la paloma torcaz. “La plaga de torcaces fue terrible en 2024”, recuerda Tur. La sequía de ese año —cuando “hubo cero cereal, una cosa completamente excepcional; no hubo hierba en todo el año”— convirtió a los cultivos en el único oasis verde disponible. Las torcaces atacaron indiscriminadamente al olivo, la higuera, las sandías, las viñas, los almendros. “Comieron de todo”, subraya.

En 2025 la situación ha sido algo más llevadera gracias a las lluvias de marzo, que favorecieron la aparición de cereal y hierba. “Eso ha provocado que nos hayan dejado hacer el verano un poquito más tranquilos”, explica el agricultor, aunque advierte de que la presión de esta ave sigue presente. La torcaz, que tradicionalmente era migratoria, ha encontrado en Ibiza un lugar ideal: sin depredadores naturales y con inviernos suaves, ya no necesita marcharse y se reproduce de manera continua durante todo el año.
Para Tur, la solución no puede limitarse a la caza. “Es verdad que hay que cazarlas para equilibrar el nivel de población actual, pero no es una medida sostenible a largo plazo”, sostiene. La propuesta pasa por propiciar la vuelta de las rapaces y otros depredadores naturales. “Si se hace un buen trabajo a nivel agroambiental, es una medida más barata y sostenible que cazarlas por los siglos de los siglos”.
Ese desequilibrio no se limita a plagas concretas, sino que se agrava con el cambio climático. La alteración de los ciclos de lluvia y temperatura, sumada a la presión humana sobre el suelo rústico, ha reducido la presencia de fauna clave para mantener el equilibrio ecológico. “Al ocupar gran parte del suelo rústico, hemos expulsado del ecosistema mucha fauna necesaria para el control de plagas”, lamenta el presidente de la cooperativa.
Sí que ha habido un respiro en cuanto a plagas de hongos “Al ser un año tan seco ha habido menos hongos, menos plagas en general porque ha habido menos humedad”, describe.
En cuanto a la contaminación atmosférica, Tur matiza que, a diferencia de otras regiones peninsulares, en Ibiza no se detectan niveles preocupantes de contaminantes en los suelos agrícolas. “El punto más contaminante es GESA, porque funciona 24 horas, siete días a la semana. El aeropuerto también, pero no es un condicionante”, señala. Los análisis muestran que los suelos de la isla, a nivel de nitratos o pesticidas, están en mejor estado que en zonas de agricultura o ganadería intensiva como Murcia o Lleida.
La visión de Toni Tur es la de alguien que convive cada día con la tierra y percibe los cambios antes que nadie. “Lo que tenemos los agricultores es que, al estar piel con piel con el terreno, nos damos cuenta enseguida. La mayoría observamos cambios desde hace mucho tiempo”, afirma. Y esos cambios no son menores: reflejan un ecosistema desajustado en el que el futuro de la agricultura depende tanto de las lluvias como de la capacidad de recuperar el equilibrio perdido.
En Ibiza, las serpientes y las torcaces son solo los síntomas más visibles de un problema más amplio. Un problema que exige «medidas urgentes, sostenibles y coordinadas», indica Tur, y todo para evitar que el campo se quede, literalmente, sin defensas y con un futuro nada halagüeño.