En Ibiza utiliza el transporte público aquel que no tiene otro remedio. Es una conclusión triste, pero prácticamente todas las personas a quienes hemos entrevistado para hacer este reportaje admiten que, si tuvieran vehículo privado, ni en sueños se resignarían a soportar las esperas y el mal servicio que sufren en la actualidad.
A la espera que se haga realidad la nueva contrata de transporte público que debería implicar más frecuencias, más líneas, y más y mejores vehículos, y mientras se acumulan nuevos retrasos a causa del infierno que supone la tramitación administrativa, los usuarios del autobús en Ibiza se resignan a seguir utilizando un servicio para el cual nadie tiene buenas palabras. Unos usuarios que, en su mayoría, son personas de escasos recursos económicos, lo que en muchas ocasiones se traduce también en ser personas migrantes.
“Lo uso pero el servicio no es bueno, es fatal”, comenta Ida Armani, argentina, mientras espera el autobús de la línea 8 en una parada de la avenida de Sant Agustí, en Cala de Bou: “Este pasa cada hora y, si lo pierdo, ya llego tarde”. He comprobado en la web del transporte público de Ibiza -eivissa.tib.org- que, en realidad, el 8 pasa cada media hora, pero a causa de los retrasos que sufre, ni los propios usuarios saben qué frecuencia tiene.
“Hay venirse a la parada con tiempo porque nunca sabes qué retraso va a tener. A veces te dejan tirada. El servicio es muy malo”, explica.
En la misma avenida de Sant Agustí, frente al Centro de Salud de Cala de Bou, esperan el autobús tres mujeres de origen magrebí y otra llegada de la península, que es quien se anima a opinar: “Funciona horrible. Se supone que pasa cada hora, pero no”, comenta la mujer, que se llama María, y que también se confunde y cree que el autobús tiene una frecuencia de una hora: “El retraso es de 20 o 30 minutos de media”.
María echa de menos una aplicación o una pantalla que le avise de la ubicación de los autobuses y del tiempo de espera, algo que sí existe en Madrid, donde ella residía: “Aquí las pantallas no funcionan, y el código QR que han puesto tampoco. Es un desastre”. Como no sabe a qué hora pasará el autobús, ya que “es una lotería”, no le queda más remedio que bajar pronto y esperar: “Salgo con antelación y duermo menos. Cuando tengo turno partido, que debo subir y bajar cuatro veces [vive en Cala de Bou y trabaja en Vila] no me da tiempo ni de comer, solo puedo sacar a pasear la perra”.
Distinto es el caso de los tres jubilados que esperan en la parada situada en el centro de Sant Josep. La vida sin horarios del pensionista les permite encajar las esperas con muchísima más filosofía: “Yo lo uso para bajar a Vila algún día y ya me está bien”, comenta Maria Ribas, una mujer josepina. A su lado, Bernando Ribas señala que la frecuencia ya es suficiente: “Uno cada media hora no está mal. En invierno tampoco somos tanta gente aquí”.

Como curiosidad, la parada de autobuses en la que estamos, situada enfrente del Hipercentro de Sant Josep, no tiene ninguna indicación ni rótulo con las líneas, horarios ni frecuencia de paso. Solo hay un tótem pelado. “No hace falta”, dice Maria Ribas, con pragmatismo: “De toda la vida, el autobús que va de Sant Antoni a Vila pasando por Sant Josep para aquí”.
Bendita paciencia
Por tanto, o se tiene tiempo o se es de buen conformar. Es el caso de Juan Chilavert, un ciudadano paraguayo que vive en Vila pero trabaja en Vista Alegre. Nos lo encontramos en la parada de autobús que hay en la carretera de Sant Josep, junto al bar-botiga Can Jordi: “El 8 me deja aquí y luego viene un compañero y me recoge en coche”. Su caso es muy habitual entre aquellos que tienen que ir a trabajar a una obra o a una casa que se encuentra lejos de las principales vías de comunicación: la única opción es acercarse todo lo posible con el transporte público y después esperar la ayuda de un compañero que sí tenga vehículo privado. Para Chilavert esperar no supone un problema: “Me acostumbré”.
Silvia Villalva es de origen ecuatoriano y tiene también un máster en paciencia y resignación. Vive en Vila y de 6 de la mañana a 12 del mediodía cuida a una mujer mayor que reside en Santa Gertrudis: “Atiendo a una viejita que vive aquí cerca”, dice mientras espera en la parada de bus que hay junto a la carretera. En invierno, el autobús que une Santa Gertrudis con Vila tiene nueve frecuencias de paso. El suyo pasa a las 12.52 horas -en el caso de que sea puntual-. “En verano pasaban más, pero ahora me toca estar una hora esperando aquí”, explica. Aunque desperdiciar el tiempo y consumir la vida de esta manera pudiera parecer algo desesperante, Villava no lo ve así y se limita a encoger los hombros en un gesto de olímpica resignación: “No pasa nada. Siempre ha sido así”.

En la parada de bus que hay junto al polígono industrial de Can Clavos, en la carretera de Santa Eulària, encontramos en la parada de bus a un raro espécimen: es ibicenco y, además, joven. Le abordamos. “No, no estoy esperando el bus. He quedado aquí con un colega que me ha pasado a recoger”, nos comenta este vecino de Sant Miquel que se llama Joan Marí: “Yo tengo una moto pero se me ha averiado y esta semana dependo de que alguien me lleve”.
Explica que nunca ha usado el transporte público y que, además, el dibujo de las líneas es demasiado ‘vilacentrista’: “No puedes ir directo de Sant Miquel a Santa Eulària, por ejemplo. Tienes que parar en Santa Gertrudis y luego esperar otro que te lleve a Santa Eulària. Es un desastre”.
Cuando le pregunto por las nueva concesión de transporte público que, en principio, debe incorporar nuevas líneas y solventar este problema, Marí confiesa que no sabe de qué le estoy hablando: “Ni idea, oye”. Teniendo en cuenta todos los artículos que he escrito sobre este tema -tanto en Noudiari como en mi empleo anterior en el Diario- no puedo evitar experimentar una sensación de inutilidad por el oficio de periodista.
Finalizamos esta ronda de regreso a Cala de Bou, donde dos turistas madrileños del Imserso, Domingo y Julia, esperan un autobús que les conduzca a Sant Antoni: “La guía nos ha desaconsejado que lo hagamos, nos ha dicho que aquí el transporte público funciona fatal”. ¿Y tenía razón? “Bueno, pues de momento llevamos un buen rato esperando y no llega”.





