Joan Mayans (Ibiza, 1974) presenta este viernes 20 de junio a las 20 horas en la Biblioteca Municipal de Santa Eulària su novela Pensa un desig (Ed. Voliana Edicions), una historia sobre secretos familiares, libertad y maternidad que consolida su trayectoria literaria tras El futur no és el que era. Profesional del márketing, la comunicación digital y la antropología, estas disciplinas atraviesan también su obra ensayística (Género chat, Sota un silenci amb mil orelles) y nutren una mirada narrativa que explora las grietas de lo cotidiano.
—Pensa un desig es una novela sobre secretos familiares, libertad y maternidad. ¿Recuerda cuál fue la idea inicial o la chispa que encendió esta historia?
—La idea, la chispa, es un cuento. Y la chispa del cuento, era una canción. En la canción Aniversari, del grupo Manel, se canta el cumpleaños de una niña. Mi cuento va sobre esos diez segundos que se tardan en tomar aire, pensar un deseo, cruzar la mirada con tu madre (y ella contigo), cerrar los ojos, y soplar. Lo que ocurre es que, en mi cuento, los deseos de la niña y de la madre son opuestos. Y en este caso, los que se cumplen son los de la madre, que quiere abandonar aquella vida y empezar de nuevo, aunque sea a costa de dejar a su familia atrás.
El cuento ganó un par de certámenes de narrativa corta y se quedó un poco olvidado en un cajón. Hasta que un día —un día de agosto semipandémico en Formentera— se me ocurrió preguntarme qué pasaría después. Qué sería de aquella niña y de aquella madre. Cómo seguiría su vida o cuánto costaría el perdón. Y eso es la novela.
—María y Clara, madre e hija, son personajes intensos, complejos y carismáticos. ¿Cómo fue el proceso de construirlas?
En mi caso, los personajes parten de unos anclajes. Unos elementos biográficos, unos caracteres, unos dejes a la hora de expresarse o incluso algún tic nervioso. A partir de aquí, crecen. Crecen casi orgánicamente, por confrontación entre ellos (entre ellas, en este caso) y por su propia inercia. Me gusta que los personajes se vayan volviendo personas poco a poco, casi como si fuera un proceso de alfarería. A veces incluso se me rebelan un poco. Y eso es divertidísimo.
Me gusta que los personajes se vayan volviendo personas poco a poco, casi como si fuera un proceso de alfarería. A veces incluso se me rebelan un poco. Y eso es divertidísimo.
En el caso concreto de María y Clara, hay varias líneas estructurales muy fuertes: se construyen y crecen a partir de ese hecho inicial, de ese pecado que lo marca todo. La madre carga con una responsabilidad que no llega a ser una culpa. Y la hija rezuma un resentimiento que la convierte en una mujer provocadora y sin límites morales.
—La novela habla del peso del pasado y de cómo lo no dicho puede condicionar toda una vida. ¿Cree que muchas familias esconden verdades demasiado incómodas para ser nombradas?
—Las familias son nuestros núcleos sociales más importantes. Compartimos tanto, durante tanto tiempo, que los secretos son incluso necesarios. La familia es crecimiento, es amor y son expectativas que no siempre se van a cumplir. Pero la familia también es un espacio de prohibiciones, de reglas y de visiones morales del mundo que, al pasar de generación en generación, no tienen más remedio que resquebrajarse.
En el caso de esta familia, el transcurso de los años y de sus contradicciones son un baúl enorme en el que van acumulando trapos sucios y cuentas pendientes. Creo firmemente que dentro de toda familia hay, como mínimo, una novela.
—¿Cómo encontró esa voz narrativa? ¿Fue una elección consciente desde el inicio o algo que surgió al escribir?
—Tiendo a escribir siempre desde una voz narrativa en tercera persona que quizá es demasiado omnisciente. En mis novelas, el autor sabe demasiadas cosas y quizá esto es algo que querré cambiar en algún proyecto futuro. Y en lo que se refiere a las voces de las protagonistas, son voraces porque son la voz de personajes muy enérgicos. Por eso maldicen, dicen palabrotas y acorralan a sus interlocutores. Eso también es consciente y deliberado: al querer darle tanta fuerza a las dos protagonistas, su voz ha de contrastar mucho con la del resto de personajes secundarios.

—Viene del mundo de la antropología, la historia y la comunicación digital. ¿De qué forma cree que su bagaje profesional y académico influye en su forma de narrar?
—Todo influye, desde luego. Los canales digitales están muy presentes en mis novelas como lo están en la manera en que nos relacionamos. Es inevitable y creo que gran parte de la literatura contemporánea que se ubica en entornos urbanos lo ha incorporado como elemento cotidiano.
En cambio, la mirada antropológica sí que creo que es una particularidad más específica de la forma en la que miro, entiendo y, consecuentemente, narro el mundo. Hay alguna fábula etnográfica muy popular donde un hechicero, para demostrar lo artificioso de las artes de otros hechiceros, aprende de ellos con el fin de emularlos y desenmascararlos. Sin embargo, en el proceso, se convierte en hechicero y jamás puede dejar de mirar el mundo como uno de ellos. La antropología es esa clase de prestidigitación, unas gafas que no te puedes quitar. Así que sí, en mis novelas, está muy presente.
—La novela no está ambientada en Ibiza, algo que es frecuente encontrar en algunos autores de la isla, que no ambientan sus obras en ella. ¿Es complicado tomar la distancia necesaria para hacerlo? ¿Habrá una novela ibicenca en el futuro?
—No puedo ser neutral con Ibiza o con Formentera. Es un lugar connotadísimo a nivel narrativo y con mucho peso a nivel personal. No es que necesite distancia, sino todo lo contrario: necesito una mayor inmersión, porque cuando centre una historia en Ibiza o Formentera no será sólo como un escenario, sino como un protagonista más. Y sí, la habrá. No sé cuándo, no sé cómo y no sé sobre qué. Pero seguro que la habrá.
—La maternidad aparece en el centro del relato, pero con sus sombras, contradicciones y tabúes. ¿La contextualiza en esta corriente que busca mostrar una maternidad realista, alejada de relatos edulcorados?
—La novela se levanta sobre tres conceptos: los límites y contradicciones de la libertad individual, el coste del perdón y la maternidad como pilar más duro, biológico e inexpugnable de las relaciones familiares. Y los tres conceptos se relacionan: la libertad enfrentada a los compromisos de los roles familiares; cuánto cuesta recuperarse cuando se rompe esa balanza; hasta qué punto la maternidad se blinda de sacralidad para convertirse en una cadena… La novela no es un tratado filosófico o antropológico —¡para nada!— pero sí que, de una manera ágil e iconoclasta, va subrayando esas contradicciones.
—En su biografía afirma que la literatura es su última oportunidad «para hacer las paces con el mundo». ¿Siente que con Pensa un desig está un poco más cerca de conseguirlo?
—[Ríe] Me dedico al márqueting: diría cualquier cosa con tal de llamar la atención. Las solapas de los libros son una sarta de mentiras y exageraciones. Pero sí, Pensa un desig me acerca un poco a mis objetivos como narrador, puesto que la considero mi novela más sólida, más original y más redonda. Ahora… tengo que confesar que sólo es la segunda que publico… y que suelo estar equivocado, así que dejaremos que sean los lectores quiénes lo juzguen 🙂
—La novela se presenta mañana en Santa Eulària pero lleva ya unos meses en el mercado, ¿qué acogida ha tenido? ¿Cómo ha vivido esta experiencia de autor: presentaciones, intercambio con los lectores? ¿Está trabajando ya en un nuevo libro…?
—Sí, publicamos en febrero y ya van algunas presentaciones, tertulias, charlas con lectores… Estoy muy contento con la respuesta que estoy recibiendo de la gente. Cuando publicas una novela en la que has depositado no sólo muchas expectativas, sino también juegos de palabras, metáforas, equilibrios estructurales, frases que te parecen dignas de esculpir en piedra… siempre tienes la sospecha de que los lectores no lo van a pillar o, al menos, no como tú lo has puesto ahí. Y ahí viene la primera sorpresa positiva: cuando ves que lo ven, cuando te dicen que aquello que precisamente tú pusiste ahí, un poco camuflado, ellos. ¡chas!, van, lo ven y lo disfrutan. Eso es maravilloso. Y espero que con la presentación de Santa Eulària de este viernes, o con alguna otra cosita que hagamos en la isla, me encuentre con unos cuantos de esos “¡chas!” tan estupendos.
