El último Última Hora Ibiza y Formentera, por Rebecca Beltrán

Si existe una noticia que ningún periodista quisiera escribir es la del cierre de un medio de comunicación. Porque nadie gana con esta persiana bajada: la información pierde uno de los estambres sobre los que se sustenta la pluralidad, esa idea tan etérea y esquiva, pero tan necesaria para enterarnos de lo que hacen los que gobiernan, los que deciden, los que piensan o, simplemente, nuestro vecino del 4º 1ª.

Última Hora Ibiza y Formentera ha aterrizado todas las mañanas durante diecisiete años en los quioscos de las Pitiüses, con su portada multicolor y sus páginas repletas de información, dando un contrapunto a los medios tradicionales y, qué suerte hemos tenido, la visión enriquecedora y diferente de las varias decenas de periodistas que se han sentado en las mesas de su redacción.

Pensar que esta cabecera echa el cierre me encoge el alma. Allí di mis primeros pasos como ‘juntaletras’ o ‘plumillas’ (los periodistas, guasones que somos, no escatimamos en poner apodos a nuestra profesión). Bajo la pastilla rojiblanca de Última Hora Ibiza y Formentera me equivoqué tantas veces que al final alguna acerté o, al menos, salí siendo más periodista de lo que era cuando franqueé su umbral por primera vez. Durante dos veranos desgasté las suelas de mis zapatos pateándome la calle y borré mis huellas dactilares aporreando sus teclados, itinerando de mesa en mesa como todo buen becario. Me fui entre lágrimas y ahora, las muy traicioneras, vuelven a asomarse para recordarme a borbotones todo lo que aprendí, todo lo que disfruté en aquella redacción de suelos de vinilo y un deficiente sistema de aire acondicionado que, conjurado con la iluminación, nos obligaba a escribir en agosto a más temperatura de la que había en la calle a pleno sol.

Los periodistas estamos locos. Locos de atar. Nos enganchamos a una profesión como toxicómanos.

Los periodistas estamos locos. Locos de atar. Nos enganchamos a una profesión como toxicómanos. Sacrificamos nuestra vida personal por atender horarios aberrantes, nos olvidamos de los domingos y de las fiestas de guardar, nos comemos las uvas mientras trabajamos y pasamos a convertir a nuestros compañeros de redacción en un extravagante sucedáneo de la familia. Y ahora la familia se queda coja.

¿Han pensado alguna vez en lo difícil que es publicar un periódico al día? Nada se puede dejar para mañana, las noticias saltan en los momentos más inoportunos y cualquier plan puede venirse abajo por una simple llamada de teléfono. Diecisiete años sacando adelante esta titánica tarea, que terminará cuando Última Hora Ibiza y Formentera publique su último ejemplar, ese que romperá records de venta y que algunos guardaremos como un tesoro en algún cajón atiborrado de recortes.

Quisiera decir muchas cosas, pero por una vez en la vida me estoy quedando sin palabras. Huyen porque no quieren decirlo, no quieren contribuir a hacerlo cierto.

Me gano la vida escribiendo y quizá sea éste el artículo más difícil al que me he enfrentado nunca. Quisiera poder invocar con estas palabras la riqueza de Última Hora Ibiza y Formentera. Quisiera agradecer la profesionalidad de su plantilla. Quisiera felicitarles por la lucha en la que tuvieron que enzarzarse para abrirse camino en un mercado difícil y estancado. Quisiera decir muchas cosas, pero por una vez en la vida me estoy quedando sin palabras. Huyen porque no quieren decirlo, no quieren contribuir a hacerlo cierto.

Ahora mis compañeros se quedan en la calle. Todo lo que escribieron perdurará, porque la letra tiene ese mal vicio de sobrevivir a sus propietarios. Pero, ay, duele perderlos. Mucha suerte, compañeros, porque os la merecéis, os la habéis currado.

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