A Sunny Raeva Martínez, dj
Arandu, que es aborigen de cuna, sufre un intenso miedo cuando percibe los primeros síntomas de amor y presuroso acude a la consulta del médico para que le recete las pastillas y el tratamiento oportuno, lo cual ocurre una y otra vez pues sus tierras fueron excavadas de punta a punta para la extracción de monacita y ahora se topa con unas señoritas que nadie sabe de dónde vienen y que lo adelantan sin apenas mirarle por unas calles que jugó de niño y que él las cree, a las calles y a las señoritas, como las más hermosas conocidas.
Arandu se siente muy apegado a la tierra y a los escasos nombres que aún la identifican. Algunos de esos nombres se recuerdan en los posavasos del restaurante o una planta extinguida se lee en el ala de un sombrero para venderse mejor. Su universo personal es tan frágil o más que las rocas, que los montes o los árboles de la selva que resiste como él todos los males presentes y los que ya llegan. No obstante, el universo de Arandu se ha removido como tierra y piedra de jardín en los últimos meses ya que los nuevos residentes ocupan el único paseo que importa a los nativos y que facilita la vista a las montañas, al cielo empedrado y al río que ahora ocultos quedan por primera vez detrás de un enorme bolso de plástico con detalles de la selva.
Pero lo que más molestia le causa es su pérdida de poder. No le es posible alcanzar la esquina del puente desde la cual observaba los saltos del sábalo en el rio. El tráfico de señoritas por el puente impide que Arandu no vea más que sombreros y sin duda, también y con más detalle, el bolso de plástico.
Transcurre el tiempo y se aprecian cambios en la vida en la selva. El paso de los nuevos residentes ahora es más pausado y de vez en cuando se detienen y se comunican con los nativos en un lenguaje no verbal que más que significado revelan la curiosidad por saber quién es aquel nativo que viste ropas tan anticuadas.
Las esquinas de la zona habitada al ofrecer mayor visibilidad al tener acceso a dos calles fueron compradas la primera semana por los nuevos residentes y la primera que se adquirió fue la esquina del puente donde aún existe un pequeño restaurante y al que únicamente tienen acceso sus familiares y los nuevos pobladores.
Arandu abandonó el cultivo del plátano, la yuca y la piña pues pronto vio que las puertas de aquellos negocios llegados de la península no abrían la puerta para él pero aún con alegría, cada mañana temprano, acude al puente para seguir su destino tan humano como es el encuentro de pareja. Abandonó la piña, la yuca y el plátano y se dedicó con mayor firmeza al cultivo de las orquídeas y al nenúfar y en una carreta las porta y muestra a tan dignas señoritas que huelen pero no compran.
Llegaron las lluvias a la selva y también con las lluvias unos caballeros que pulidos lucían y aquellas señoritas ahora señoras que tan poco compraban, se entregan de día y de noche a los brazos de aquellos caballeros que Arandu no vio antes y que como algunas veces ocurriera en su vida sí dudó entre el plátano, la yuca y la piña o el nenúfar y las orquídeas pero no con el tratamiento médico y la píldora correspondiente.
Su familia que vio una noche de luna creciente los nombres de su tierra escritos en los posavasos del restaurante marcharon cuando todavía crecían los tallos y recién ahora usan sus iphones para llamar a Arandu y reunirse en mejores tierras que no sean únicamente de arroz.
Jaume Torres