En el mundo, y por supuesto también en Ibiza, hay tres tipos de políticos: los que impulsan grandes transformaciones, mejorando las condiciones de vida de los ciudadanos a los que representan; los que disfrazan su inoperancia con continuas campañas de marketing, postureo fotográfico y una colección de ideas insustanciales que implican grandes derroches de dinero público para acabar terminando el mandato prácticamente en el punto donde lo comenzaron, y, por último, los inútiles redomados, que abandonan el barco dejando las cosas en un estado incluso peor de como las encontraron.
Como ejemplo de los primeros, me viene a la cabeza Pascual Maragall, en su etapa al frente del Consistorio de Barcelona, que supo aprovechar la oportunidad que supusieron las Olimpiadas de 1992 y transformó la ciudad abriéndola al mar y convirtiéndola en una potencia turística. También Alberto Ruiz Gallardón, que como alcalde impulsó el proyecto Madrid Río, soterrando la M-30 y devolviendo el cauce del Manzanares a la ciudadanía, que quedó convertido en un gran pulmón en el centro, hoy lleno de vida. En cuanto a los terceros, los inútiles, no hace falta echar la memoria muy atrás, pues aún tenemos en carne viva el penoso ejemplo del presidente valenciano Carlos Mazón y su vergonzosa gestión de la Dana.
Hoy, sin embargo, toca hablar de los del medio, los políticos que cimentan su estrategia esencialmente en la foto y que tienen por costumbre urdir un conjunto de ideas mal llamadas “felices”, que casi nunca sirven para nada útil, excepto construir castillos en el aire, encender debates estériles y generar propuestas improductivas que acaban derivando en un derroche de tiempo, energía y dinero.
Cada vez que hay un problema serio y complicado, de imprescindible resolución pero con tantos con pros y contras como posibles beneficiarios, los políticos que gestionan las administraciones nunca tiran por la calle del medio. Buscan la manera de dar circunloquios y perder suficiente tiempo como para que la legislatura transcurra y el conflicto se lo adjudique al siguiente, que a su vez se excusará en que es un problema heredado para no meterle mano, como hemos visto tantas veces.
Para disimular esta estrategia gatopardiana de no hacer nada significativo para resolver cuestiones vertebrales, los administradores de lo público contratan un aluvión de consultoras que cobran auténticos disparates por generar humo. Éstas realizan estudios aderezados de sesudas estadísticas que concluyen dos años más tarde lo que toda la ciudadanía ya veía a ojo de buen cubero al principio, realizan encuestas a los residentes sin preguntar de manera directa por las cuestiones realmente trascendentales para que los políticos no tengan que escuchar aquello que no quieren oír y convocan mesas redondas y debates cuyas conclusiones casi siempre caen en saco roto, porque nunca acaban llevándose a buen término. Vivimos, en definitiva, en un cortoplacismo y una superficialidad exasperantes, que impiden la realización de planes ambiciosos más allá de los ciclos electorales.
En Ibiza esta inoperancia la sufrimos en muchas cuestiones terribles. De vez en cuando se arreglan aceras rotas, se construyen pabellones, se organizan fiestas populares y se proporcionan ayudas a los estudiantes, y todo ello, sin duda, es necesario y positivo. Pero los problemas realmente enquistados siguen igual por los siglos de los siglos y tampoco se toman decisiones trascendentales con los nuevos desajustes que van surgiendo.
Como ejemplo rotundo, tenemos la problemática de la vivienda en la isla, con unos precios desorbitados y un mercado inmobiliario con el 20% de casas vacías. En lugar de trabajar para llenarlas, ofreciendo mejores garantías a sus propietarios para que las integren en el mercado, las administraciones se dedican a proyectar nuevas promociones de vivienda pública, pese a la saturación urbanística y la falta de agua que padece el archipiélago. Esta crisis nos lleva a otros problemas añadidos que van empeorando año tras año, como la falta de profesionales cualificados para las empresas o la escasez de funcionarios de la sanidad, la enseñanza, las fuerzas de seguridad, etcétera, que provoca que el nivel de los servicios públicos siga en caída libre.
Tampoco se atreve nadie a topar el precio de la vivienda y, aunque se haya dado un paso importante en el control del alquiler turístico ilegal –una clara excepción a esta filosofía de no hacer nada contundente–, las viviendas que hasta ahora ocupaban los viajeros no han vuelto al mercado residencial. A raíz de ello y del encarecimiento general de la isla a todos los niveles, la calidad de vida se ha reducido tanto que ahora permanecer en Ibiza es enormemente complicado para las personas con ingresos medios. Los salarios no han crecido en relación al coste de la vida ni a los beneficios extraordinarios que obtienen la mayor parte de las empresas isleñas dedicadas al turismo. Desde el punto de vista social y laboral, cada vez nos parecemos más a los países bananeros.
Luego encontramos otras cuestiones igualmente fallidas, como la reiterada saturación que experimenta la isla por los desmadres de la actividad turística, que podría afrontarse de muchas maneras claras y rotundas, y tampoco se hace. Hay hoteles y restaurantes de playa que funcionan como discotecas en entornos que deberían permanecer tranquilos. Incluso ocurre en el interior de la isla, en suelo rústico, y se siguen organizando fiestas en villas, sin que se promuevan soluciones legislativas que frenen este despropósito.
También se acumulan cientos de chalets con piscinas desproporcionadas y jardines tropicales, pese a la citada escasez de agua y no se ha actuado en consecuencia, perpetuándose este insultante despilfarro. El resultado es que los agricultores pierden cosechas o directamente renuncian a plantarlas por falta de agua, mientras hay villas que reciben camiones y camiones a diario para alimentar estúpidamente piscinas olímpicas y hectáreas de césped.
Son sólo algunos ejemplos de una larga lista de problemas estructurales que no se afrontan con la mínima ambición y que, lamentablemente, seguiremos padeciendo e incluso irán a peor en los próximos años. Ahora que es tiempo de poner en voz alta deseos y anhelos para el año próximo, yo les pido a nuestros representantes públicos menos marketing, altas dosis de realismo y mucha más valentía.






