Levanto mi copa de vino por José Antonio Costa, ese concejal de Sant Antoni que demostró ser más hooligan que los hooligans que visitan Eivissa. Esa especialización en la materia de la que aún es responsable en su municipio, Fiestas y Juventud, sólo puede significar una dedicación por su parte muy superior que la mayoría de responsables municipales a las tareas que les ha encomendado el electorado. Se hallaba Costa en un local de la calle Soledad, aunque muy bien acompañado por su esposa y por un grupo de amigos fiesteros para celebrar el cumpleaños de su legítima costilla con una cena y unas copas, cuando unos policías locales muy celosos de su deber interrumpieron el ágape para velar por el sueño de los vecinos, cual ángeles de la guarda, pero sin dulce compañía. Acababa de brindar el concejal, “¡Viva el vino y las mujeres, cuando irrumpió el orden público, que se atrevió a hacer en pleno mes de enero lo que no se atreve a hacer en julio o agosto con los turistas ruidosos, pretendiendo parar la fiesta por las bravas. Costa, con la naturalidad que da el consumo de alcohol, pilló un cabreo del siete y medio en la escala Richter y echó mano del “¡Usted no sabe con quién está hablando!” y se armó allí la de Alá es grande.
Qué más quería la oposición y sus detractores para montar otro pollo en el pleno del Ayuntamiento en que debía dirimirse su dimisión o el cese de su cargo. Por su parte, la alcaldesa Gutiérrez estimó oportuno adoptar el papel de Poncio Pilates y se lavó las manos ante una decisión más propia de Salomón que de aquel emperador de cuyas extremidades superiores dependía la vida o la muerte de Jesucristo. Muy mal, Pepita. Su obligación era defender el honor de su colaborador, tan cumplidor de su deber. Ejemplo debían tomar de él todos los demás regidores de las Pitiüses, muchos de los cuales no tienen aún la menor idea de sus funciones. José Antonio Costa estaba documentándose, estudiando e investigando el intríngulis de su misión municipal en un trabajo de I+D+I merecedor de las felicitaciones de todo el municipio portmanyí. Si se hubiera pillado en plena juerga al concejal de Cementerios, al de Sanidad o al de Cultura, mi absolución a Costa no sería quizá tan benevolente, pero tratándose del de Fiestas, su actuación exige un aplauso general (plas, plas, plas).
Para qué va a pedir disculpas y para qué va a dimitir uno de los pocos políticos insulares que ha demostrado una vocación por sus tareas municipales que de, generalizarse, convertiría a Eivissa y Formentera, en un auténtico paraíso del turismo más fiestero y atrevido. A beber, a beber y a apurar las copas de licor, que decía aquella zarzuela tan marinera, por un concejal realmente comprometido con su sacrosanta misión. Y por cierto, a su esposa, la gran agraviada del suceso, molts anys i bons! La fiesta de cumpleaños del año que viene, en Lourdes. Y a José Antonio Costa, que Dios reparta suerte, que la inteligencia ya está repartida y no hubo suficiente para todos. ¡Sant Antoni, patria querida!