Armin Heinemann, creador escénico, diseñador y espíritu inquieto, regresó el domingo a la escena ibicenca con Sueños / Dreams / Träume, un montaje al que los espectadores asistieron arrebatados sabiendo que estaban, además, ante una única función, un momento irrepetible.
Heinemann —siempre inclasificable, siempre fiel a su búsqueda que va más allá de lo estético— articula esta pieza como un diálogo entre dos lenguajes que, a priori, no deberían encontrarse: el tango, todo pasión, piel, velocidad y vértigo, y el butoh, danza japonesa que nace del dolor y del silencio y que genera el movimiento desde el inconsciente y desde la improvisación, en lugar de seguir secuencias coreografiadas.

El resultado, sorprendentemente, no se hace extraño —o tal vez es esa extrañeza la que cautiva— sino que crea una alquimia donde el butoh actúa como una especie de bondad esencial del ser humano: sufre cuando el humano sufre y disfruta cuando este lo hace de verdad, de corazón y en armonía con la naturaleza y sus pares.
Para ello, el director ha trabajado mano a mano con Verónica Palacios, directora del grupo Tango Amado, bailarina deslumbrante, y creadora de todas las coreografías que, por momentos, dejaron sin aliento a los espectadores: de los pasos intensos y pausados, que se recrean en el deseo, a las secuencias que eran un auténtico torbellino de pasos entrecruzados, pasión y velocidad, en los que ella parecía volar en los brazos de Omar Quiroga.
El sueño como territorio compartido
Así, en Sueños, la compañía Tango Amado, liderada por los virtuosos tangueros Verónica Palacios y Omar Quiroga (los adjetivos se quedan cortos para describir su maestría), aporta al espectáculo el pulso y el latido rítmico de la pareja y su tensión casi sagrada. Frente a ellos, el bailarín Matilde Javier Ciria —butoh— introduce una figura misteriosa, como una sombra blanca, una sombra buena, tierna, en todo caso, que ejecuta la respiración y la emoción que precede al gesto. Entre ambos universos, Heinemann hace de médium y de orfebre escénico: ordena los impulsos, los cruza, los deja hablar. Y funciona…
Pasión, control y un pulso interior
El espectáculo transita entre el impulso y la contención, entre la la carne que se deja llevar y la meditación de ese cuerpo que controla cada músculo en movimientos mínimos e introspectivos. El tango aporta la coreografía de la relación —dos, tres e incluso cuatro cuerpos que se buscan, se miden y se desafían— mientras que el butoh introduce la fractura, la grieta por donde se cuela la emoción pura, casi metafísica.

Los contrastes no se limitan a lo que los ojos ven. La banda sonora de ‘Sueños’ es una mezcla de tangos clásicos y modernos con música de Chopin, Gluck y Bach. Y, sí, todo encaja y funciona. La palabra, a través de la poesía de una voz en off, también hipnotiza y cautiva.
El resultado es una experiencia sensorial e hipnótica, donde cada movimiento parece recordar que bailar también es pensar con el cuerpo. Los intérpretes Nahuel Giacone, Giovanni Corral y Florencia Hermida completan un reparto que refuerza la coralidad de la propuesta. El argumento: un triángulo amoroso y unos ‘faunos’ que revelan las emociones que sienten los personajes y les redimen.

El diseño de luces de Katia Moretti construye un espacio que funciona también como partitura emocional, mientras que la técnica de Marcos Cuevas aporta el engranaje invisible que permite que todo encaje.

Un regreso con aura
El regreso de Heinemann a la escena ibicenca —y de nuevo en el Palacio de Congresos de Santa Eulària donde hizo sus montajes del Festival de Ópera de Ibiza— ha sido con una incursión en la danza-teatro que confirma una constante en su trayectoria: la búsqueda de lo esencial y la falta de prejuicios. En Sueños, esa búsqueda se convierte en una celebración del riesgo (nada hacía esperar que tango y butoh funcionasen juntos) y la fragilidad: un montaje que respira, vibra y deja poso. Un ritual de una sola noche.







