La polémica de estas últimas semanas ha oscilado en torno a la prohibición de que se sigan realizando sesiones de dj’s en el chiringuito Sa Trinxa, que al parecer llevan haciéndose la friolera de 50 años en pleno Parque Natural de ses Salines, y la defensa cerrada que ha hecho el colectivo de disck jockeys para que esta actividad siga teniendo lugar. El debate ha suscitado una inédita oleada de rechazo por parte de la sociedad ibicenca, que, dejando al margen parte del colectivo de aquellos que se dedican al oficio de pinchar discos y sus seguidores, en general está rotundamente en contra de que las playas y los espacios naturales se conviertan en pistas de baile y focos de ruido.
Pero vayamos por partes. No es que de repente el Govern balear, que es el competente en ses Salines, se haya sacado de la manga una prohibición nueva. El Plan Rector de Uso y Gestión del Parque Natural, que se aprobó en 2005, impide la celebración de fiestas, conciertos y todo tipo de eventos en los establecimientos situados en rústico o en dominio público, como es el caso. Sólo se contempla una excepción, que son las fiestas de carácter tradicional y, hasta la fecha, los espectáculos de música electrónica no han recibido la consideración de folklóricos.
Esto significa que en ses Salines se puede organizar un show de baile payés junto al Pou des Carbó, pero las sesiones de dj’s no están permitidas. Ni en Sa Trinxa ni en ningún otro restaurante o beach club. Por tanto, dicho establecimiento, al igual que otros muchos, ha estado incumpliendo sistemáticamente la normativa. Lo increíble es que no haya sido precintado o clausurado, y las autoridades quizás tendrían que dar explicaciones al respecto.
Aun así, la Asociación de Dj’s y Productores de Ibiza y Formentera (Dipef) ha respondido con un comunicado de prensa cuyas contradicciones producen sonrojo. “¿Cómo puede ser que, tras medio siglo de historia, se prohíba la presencia de un dj en ses Salines? El chef cocina. El camarero sirve. El dj selecciona la música”. Sólo les ha faltado añadir “y el dealer provee”. Porque, en aplicación de la legislación actual, en esta orilla protegida se consideran ilegales tanto las transacciones de mercancías prohibidas como las sesiones de música electrónica o cualquier otra oferta de conciertos, actividades y espectáculos.
Entre sus contradicciones, la más punzante se enmarca en la petición de regulación del sector que hace este colectivo en la nota de prensa: “Una regulación justa para todos, donde se respete el descanso, donde se cuide el medio ambiente, donde puedan convivir espacios de silencio con espacios musicalizados, donde se valore el patrimonio cultural y musical de esta isla única en el mundo. Una regulación clara, unos permisos coherentes para toda Ibiza y una verdadera protección de sus expresiones musicales”.
Hombre, que la asociación de dj’s defienda que se cuide el medio ambiente y a la vez exija que se permitan sesiones en el único parque natural que hay en la isla, es como para desternillarse de risa o justamente lo contrario, según el carácter de cada cual. Lo que sí parece evidente es que, desplegando tales argumentos, lo único que conseguirá este colectivo es que la sociedad ibicenca lo rechace de plano, tal y como ha quedado acreditado en las toneladas de comentarios vertidas estos días en las redes.
Los dj’s también insinúan que se está quitando espacio a esta vertiente musical en la isla y que no reciben el reconocimiento y apoyo institucional que les corresponde. Afirmar que las sesiones de dj’s pierden protagonismo en un territorio que está literalmente tomado por ellas, tanto en lugares adecuados como inadecuados, no sólo constituye una falsedad, sino una broma de mal gusto.
La proliferación de fiestas con dj’s por la isla ha sido abrumadora estos años. Antes, trabajaban en discotecas y bares, debidamente insonorizados. Ahora saturan acústicamente las playas desde los beach clubs, protagonizan fiestas ilegales en villas que amargan al vecindario, se apuntan a rave y sesiones ilegales en bosques y acantilados poniendo en peligro la naturaleza, etcétera. La Asociación de Dj’s recibiría mucho más respeto de la sociedad ibicenca si sus integrantes se comprometieran a no participar en esta colección de despropósitos, denunciaran a quienes participan en eventos ilegales y defendieran el ejercicio de una actividad reglada conforme a la normativa vigente, tanto en espacios, como en horarios y aforos.
Pienso también que dicho colectivo ni siquiera engloba a todos los dj’s de la isla y que, además, hay que diferenciar entre aquellos que se dedican a la música electrónica, que requiere un volumen mucho mayor para que sus sesiones impacten en el público, que otros que se dedican a otra variedad de géneros. Conozco a unos cuantos y, desde luego, no comparten esta defensa cerrada de seguir saturando los espacios naturales.
El sitio de los dj’s está en las salas de fiestas y en los eventos populares, pero no en todos estos enclaves en los que generan molestias a los residentes y turistas que no han acudido a la isla por la cuestión musical. Que Ibiza es una potencia mundial en cuestión de música electrónica y ocio es una obviedad incontestable, pero la isla tiene muchas otras vertientes y todas tienen que convivir. Lo que defiende este colectivo, simplemente, es que lo suyo esté por encima de todo lo demás, incluida la legislación vigente. Y esto no se puede tolerar.